Rosa Elena Uzcátegui
Durante el siglo XX la educación venezolana estuvo confinada a las élites del país. Esta situación empeoró con la puesta en marcha de un esquema enajenador de las conciencias de hombres y mujeres de la época. Se trataba de un modelo que invisibilizaba la historia de nuestra América, que traspoló teorías, nociones y métodos eurocentristas y anglosajones, y borró de un plumazo la “verdad verdadera” sobre cómo llegamos a ser lo que hoy somos.
Se impuso, pues, un pensamiento y práctica coloniales. Se asumió como cierta la tesis según la cual nuestras vidas se limitaban al trabajo y no a la inventiva o al saber creador, menos aún a la actividad científica o al desarrollo tecnológico, pues esto se limitaba a los países “desarrollados”, “potencias” o pertenecientes al “primer mundo”.
Así se fue configurando la vida de nuestros pueblos. No pasó mucho tiempo cuando muy pronto teníamos países empobrecidos, consecuencia de la larga historia de saqueos. Entonces nos encontrábamos con países mal llamados “subdesarrollados”, del “tercer mundo”, “dependientes” o “periféricos” en contraste con las grandes “potencias”.
Luego se desconoció nuestro lenguaje, idiosincrasia, historia, cultura, identidad… Se desconoció el “nosotros” que más tarde rescató Martí… Muchos pasaron a formar parte de las grandes filas de los “marginales” o “marginados”, por encontrarse fuera de las mínimas prerrogativas que ofrecían los Estados y, en especial, el Estado venezolano.
En los últimos cuarenta años del siglo XX en Venezuela proliferaron los grandes cinturones de miseria y la educación, paulatinamente, fue privatizada. La educación universitaria se fue convirtiendo en un espacio para la población con mayores recursos económicos y sociales. Así, al final del siglo pasado, nos encontramos con un gran contingente de venezolanos que, aún cuando aspiraron legítimamente el derecho a la educación universitaria, no encontraron oportunidades. Pasaban al fatal destino de los excluidos.
De privilegios a la inclusión sin mezquindad
De un modelo que privilegiaba a los sectores elitescos del país, la Revolución Bolivariana dio un salto cualitativo y cuantitativo. Esto habla de una verdadera revolución para la emancipación, pues ningún pueblo puede decretar su libertad y soberanía si está de espaldas a la realidad o bajo relaciones de dominación. La premisa orientadora de la Misión Sucre contempla que la educación es un derecho humano universal. Sobre este esquema nació, en el año 2003, la Misión Sucre, con el firme propósito de hacer efectiva la función del Estado venezolano como garante de oportunidades educativas de calidad para todas y todos, tal como lo consagra el artículo 102 de la República Bolivariana de Venezuela.
Misión Sucre es, por lo tanto, un paradigma de inclusión, un modelo revolucionario y de educación bandera en tanto ha resquebrajado las estructuras sobre las cuales se había cimentado la educación en Venezuela, caracterizada por ser excluyente, donde el aprendizaje era asumido como parcelas o fragmentos de la realidad y, además, en el que hombres y mujeres fuimos cosificados… La repetición, irreflexión y pasividad estuvieron a la orden del día.
En esta Misión asumimos que mujeres y hombres tienen las herramientas en sus manos para promover sus procesos de transformación en las comunidades. Es esto lo que hemos denominado fortalecimiento del poder popular. Porque es a partir de las propias necesidades, expectativas y capacidades que los sujetos sociales activan sus luchas para generar el salto a una nueva forma de vida, lo que deriva en calidad de vida y en dignas condiciones de existencia.
La educación es para toda la vida. Y para el logro de la transformación de la realidad es condición sine qua non una nueva conciencia, tal como lo diría el Ché Guevara. En esta tarea la Misión Sucre tiene una contribución trascendental. Tan importante que es uno de los pilares fundamentales en la construcción del Socialismo del siglo XXI.
marbemavarez@yahoo.es
Durante el siglo XX la educación venezolana estuvo confinada a las élites del país. Esta situación empeoró con la puesta en marcha de un esquema enajenador de las conciencias de hombres y mujeres de la época. Se trataba de un modelo que invisibilizaba la historia de nuestra América, que traspoló teorías, nociones y métodos eurocentristas y anglosajones, y borró de un plumazo la “verdad verdadera” sobre cómo llegamos a ser lo que hoy somos.
Se impuso, pues, un pensamiento y práctica coloniales. Se asumió como cierta la tesis según la cual nuestras vidas se limitaban al trabajo y no a la inventiva o al saber creador, menos aún a la actividad científica o al desarrollo tecnológico, pues esto se limitaba a los países “desarrollados”, “potencias” o pertenecientes al “primer mundo”.
Así se fue configurando la vida de nuestros pueblos. No pasó mucho tiempo cuando muy pronto teníamos países empobrecidos, consecuencia de la larga historia de saqueos. Entonces nos encontrábamos con países mal llamados “subdesarrollados”, del “tercer mundo”, “dependientes” o “periféricos” en contraste con las grandes “potencias”.
Luego se desconoció nuestro lenguaje, idiosincrasia, historia, cultura, identidad… Se desconoció el “nosotros” que más tarde rescató Martí… Muchos pasaron a formar parte de las grandes filas de los “marginales” o “marginados”, por encontrarse fuera de las mínimas prerrogativas que ofrecían los Estados y, en especial, el Estado venezolano.
En los últimos cuarenta años del siglo XX en Venezuela proliferaron los grandes cinturones de miseria y la educación, paulatinamente, fue privatizada. La educación universitaria se fue convirtiendo en un espacio para la población con mayores recursos económicos y sociales. Así, al final del siglo pasado, nos encontramos con un gran contingente de venezolanos que, aún cuando aspiraron legítimamente el derecho a la educación universitaria, no encontraron oportunidades. Pasaban al fatal destino de los excluidos.
De privilegios a la inclusión sin mezquindad
De un modelo que privilegiaba a los sectores elitescos del país, la Revolución Bolivariana dio un salto cualitativo y cuantitativo. Esto habla de una verdadera revolución para la emancipación, pues ningún pueblo puede decretar su libertad y soberanía si está de espaldas a la realidad o bajo relaciones de dominación. La premisa orientadora de la Misión Sucre contempla que la educación es un derecho humano universal. Sobre este esquema nació, en el año 2003, la Misión Sucre, con el firme propósito de hacer efectiva la función del Estado venezolano como garante de oportunidades educativas de calidad para todas y todos, tal como lo consagra el artículo 102 de la República Bolivariana de Venezuela.
Misión Sucre es, por lo tanto, un paradigma de inclusión, un modelo revolucionario y de educación bandera en tanto ha resquebrajado las estructuras sobre las cuales se había cimentado la educación en Venezuela, caracterizada por ser excluyente, donde el aprendizaje era asumido como parcelas o fragmentos de la realidad y, además, en el que hombres y mujeres fuimos cosificados… La repetición, irreflexión y pasividad estuvieron a la orden del día.
En esta Misión asumimos que mujeres y hombres tienen las herramientas en sus manos para promover sus procesos de transformación en las comunidades. Es esto lo que hemos denominado fortalecimiento del poder popular. Porque es a partir de las propias necesidades, expectativas y capacidades que los sujetos sociales activan sus luchas para generar el salto a una nueva forma de vida, lo que deriva en calidad de vida y en dignas condiciones de existencia.
La educación es para toda la vida. Y para el logro de la transformación de la realidad es condición sine qua non una nueva conciencia, tal como lo diría el Ché Guevara. En esta tarea la Misión Sucre tiene una contribución trascendental. Tan importante que es uno de los pilares fundamentales en la construcción del Socialismo del siglo XXI.
marbemavarez@yahoo.es
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