Alicia Puleo
Algunas veces el cine nos da auténticas sorpresas. Hace un tiempo, una comedia con un título que no auguraba demasiadas originalidades (Las mujeres de veras tienen curvas) conseguía, en una historia sencilla de liberación personal, poner en evidencia el carácter misógino y racista de los modelos imperantes de belleza. Nos mostraba a una joven latina en EE.UU. Sus generosas formas no cabían en los vestidos que cosía, para otras, en un taller de horarios interminables.
Se expresaba, así, en un lenguaje visual y narrativo algo denunciado tempranamente por el feminismo y recogido por numerosas publicaciones desde la teoría crítica de género: los estereotipos de belleza femenina imponen una auténtica tiranía y un penoso calvario a numerosas mujeres que no corresponden al patrón fijado por los modistos. No parece una casualidad que se tratara de la obra de una directora (Patricia Cardoso). Ironía de un mercado que digiere cualquier disidencia: la página web en la que actualmente se comenta este film publicita inyecciones para aumentar el volumen de los senos.
Una de las causas de la anorexia reside en la falsa disyuntiva a la que se sienten enfrentadas muchas jóvenes: adoptar un estilo “sexy” despersonalizado que exagera los atributos sexuales secundarios (induciendo incluso a intervenciones agresivas como los implantes de silicona) o presentarse como espiritualidad andrógina cuyo paradigma secreto no es, en realidad, una mujer sana y delgada, sino un varón púber.
Al advertir, aunque sea de manera confusa, el carácter sexista, peyorativo y caricaturesco de ciertas imágenes y comentarios sobre los atributos corporales femeninos, en su deseo de afirmar su identidad como personas y no como simples objetos sexuales, algunas chicas buscan ansiosamente que el espejo les devuelva una imagen supuestamente desexualizada sin advertir que es otra cara de la devaluación social: la negación del cuerpo de las mujeres.
Es evidente que nuestros prototipos de belleza varían históricamente y que las Tres Gracias de Rubens hoy deberían someterse a un ayuno estricto por consejo no sólo de la moda sino de la propia Medicina Dietética. Hoy sabemos que el exceso de peso tiene sus inconvenientes para la salud humana. Pero cuando sólo se trata de adaptarse a las fantasías narcisistas de algunos diseñadores, cuando las tallas y los cortes de la ropa imponen un cuerpo sin desarrollar, negado en sus formas propias, podemos afirmar que se le está robando la energía vital a las mujeres. Las dietas debilitantes erosionan la fuerza que se necesita para estudiar, trabajar, crear, tomar decisiones, divertirse, razonar, sentir y vivir en plenitud.
La cuestión de fondo de la pasarela Cibeles sólo puede ser comprendida si se parte de la convicción filosófica y de la evidencia sociológica de que los cuerpos humanos y sus conciencias se hallan en una estrecha relación. En su libro Sexe, Race et pratique du pouvoir, la especialista francesa en racismo y sexismo Colette Guillaumin ha estudiado con agudeza la influencia de las marcas corporales en la constitución de la conciencia de los individuos y en sus relaciones sociales. No deja de ser sorprendente que, aunque una parte cada vez más importante del colectivo femenino occidental se incorpore al trabajo asalariado, los imperativos de la moda sigan exigiendo una exagerada dedicación a la apariencia personal que se agrega a la ya injusta doble jornada de trabajo (hogar y empleo) de la superwoman.
No es la primera vez en la historia que el cuerpo femenino se ve sometido a exigencias contrarias a sus formas naturales. Entre los numerosos antecesores de la talla 36, se puede citar el corsé decimonónico o la reducción de los pies de las niñas en la tradición china. Son formas distintas de una misma visión de la mujer como elemento decorativo de movilidad reducida. Su función (no necesariamente consciente para sus impulsores) consiste en impedir o dificultar la participación activa de las mujeres en el prestigioso ámbito de lo público (de la producción asalariada, la actividad cultural, política, etc.).
No estoy proponiendo que nos despreocupemos totalmente de nuestro aspecto. Creo que tanto hombres como mujeres, por deseo de ser aceptados, por cortesía hacia los demás y por propia satisfacción, nos sentimos concernidos por nuestra apariencia. Todo el mundo ama la belleza. No se trata de rechazarla pero sí de redefinirla de acuerdo a parámetros despojados de misoginia, más cercanos a la realidad y menos dualistas.
Las mujeres no somos mera carne ni tampoco sombras desencarnadas. Los diseñadores de la moda deben comprender que hemos adquirido el rango de sujetos activos en una sociedad cada vez más favorable a la igualdad de oportunidades. Sus propuestas deben ofrecer posibilidades más diversificadas. Su asignatura pendiente consiste en apostar por el atractivo de las mujeres reales en su gran variedad de edades y tipos humanos. No se trata de un asunto menor.
En una época en la que, como demostró Michel Foucault, la producción de deseos ha reemplazado a la coerción en la manipulación de los individuos, los modelos de belleza impuestos por los media son formas de poder que inciden en la vida de innumerables mujeres. Por ello, es ineludible la pregunta por el subtexto de género de la moda. Y cuando sus imperativos se vuelven tiránicos, recordar que la autoafirmación pasa por conectar con nuestro cuerpo como fuente de energía y sabiduría.
Algunas veces el cine nos da auténticas sorpresas. Hace un tiempo, una comedia con un título que no auguraba demasiadas originalidades (Las mujeres de veras tienen curvas) conseguía, en una historia sencilla de liberación personal, poner en evidencia el carácter misógino y racista de los modelos imperantes de belleza. Nos mostraba a una joven latina en EE.UU. Sus generosas formas no cabían en los vestidos que cosía, para otras, en un taller de horarios interminables.
Se expresaba, así, en un lenguaje visual y narrativo algo denunciado tempranamente por el feminismo y recogido por numerosas publicaciones desde la teoría crítica de género: los estereotipos de belleza femenina imponen una auténtica tiranía y un penoso calvario a numerosas mujeres que no corresponden al patrón fijado por los modistos. No parece una casualidad que se tratara de la obra de una directora (Patricia Cardoso). Ironía de un mercado que digiere cualquier disidencia: la página web en la que actualmente se comenta este film publicita inyecciones para aumentar el volumen de los senos.
Una de las causas de la anorexia reside en la falsa disyuntiva a la que se sienten enfrentadas muchas jóvenes: adoptar un estilo “sexy” despersonalizado que exagera los atributos sexuales secundarios (induciendo incluso a intervenciones agresivas como los implantes de silicona) o presentarse como espiritualidad andrógina cuyo paradigma secreto no es, en realidad, una mujer sana y delgada, sino un varón púber.
Al advertir, aunque sea de manera confusa, el carácter sexista, peyorativo y caricaturesco de ciertas imágenes y comentarios sobre los atributos corporales femeninos, en su deseo de afirmar su identidad como personas y no como simples objetos sexuales, algunas chicas buscan ansiosamente que el espejo les devuelva una imagen supuestamente desexualizada sin advertir que es otra cara de la devaluación social: la negación del cuerpo de las mujeres.
Es evidente que nuestros prototipos de belleza varían históricamente y que las Tres Gracias de Rubens hoy deberían someterse a un ayuno estricto por consejo no sólo de la moda sino de la propia Medicina Dietética. Hoy sabemos que el exceso de peso tiene sus inconvenientes para la salud humana. Pero cuando sólo se trata de adaptarse a las fantasías narcisistas de algunos diseñadores, cuando las tallas y los cortes de la ropa imponen un cuerpo sin desarrollar, negado en sus formas propias, podemos afirmar que se le está robando la energía vital a las mujeres. Las dietas debilitantes erosionan la fuerza que se necesita para estudiar, trabajar, crear, tomar decisiones, divertirse, razonar, sentir y vivir en plenitud.
La cuestión de fondo de la pasarela Cibeles sólo puede ser comprendida si se parte de la convicción filosófica y de la evidencia sociológica de que los cuerpos humanos y sus conciencias se hallan en una estrecha relación. En su libro Sexe, Race et pratique du pouvoir, la especialista francesa en racismo y sexismo Colette Guillaumin ha estudiado con agudeza la influencia de las marcas corporales en la constitución de la conciencia de los individuos y en sus relaciones sociales. No deja de ser sorprendente que, aunque una parte cada vez más importante del colectivo femenino occidental se incorpore al trabajo asalariado, los imperativos de la moda sigan exigiendo una exagerada dedicación a la apariencia personal que se agrega a la ya injusta doble jornada de trabajo (hogar y empleo) de la superwoman.
No es la primera vez en la historia que el cuerpo femenino se ve sometido a exigencias contrarias a sus formas naturales. Entre los numerosos antecesores de la talla 36, se puede citar el corsé decimonónico o la reducción de los pies de las niñas en la tradición china. Son formas distintas de una misma visión de la mujer como elemento decorativo de movilidad reducida. Su función (no necesariamente consciente para sus impulsores) consiste en impedir o dificultar la participación activa de las mujeres en el prestigioso ámbito de lo público (de la producción asalariada, la actividad cultural, política, etc.).
No estoy proponiendo que nos despreocupemos totalmente de nuestro aspecto. Creo que tanto hombres como mujeres, por deseo de ser aceptados, por cortesía hacia los demás y por propia satisfacción, nos sentimos concernidos por nuestra apariencia. Todo el mundo ama la belleza. No se trata de rechazarla pero sí de redefinirla de acuerdo a parámetros despojados de misoginia, más cercanos a la realidad y menos dualistas.
Las mujeres no somos mera carne ni tampoco sombras desencarnadas. Los diseñadores de la moda deben comprender que hemos adquirido el rango de sujetos activos en una sociedad cada vez más favorable a la igualdad de oportunidades. Sus propuestas deben ofrecer posibilidades más diversificadas. Su asignatura pendiente consiste en apostar por el atractivo de las mujeres reales en su gran variedad de edades y tipos humanos. No se trata de un asunto menor.
En una época en la que, como demostró Michel Foucault, la producción de deseos ha reemplazado a la coerción en la manipulación de los individuos, los modelos de belleza impuestos por los media son formas de poder que inciden en la vida de innumerables mujeres. Por ello, es ineludible la pregunta por el subtexto de género de la moda. Y cuando sus imperativos se vuelven tiránicos, recordar que la autoafirmación pasa por conectar con nuestro cuerpo como fuente de energía y sabiduría.
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