Laura Viadas
En una misma semana, una cantante mexicana se intoxicó por querer aumentar sus glúteos, un diseñador ofreció disculpas por adelgazar demasiado a una modelo y una celebridad británica descubrió que no puede ni levantar los brazos tras injertarse prótesis en los pechos.
Una vez más, la realidad supera a la ficción sólo para demostrar que la percepción e imposición de la belleza femenina es un arma contra las mujeres que constituye una de las múltiples formas de la violencia de género.
Y es que la existencia de estereotipos femeninos da pie a una exacerbada presión social que empuja a las mujeres a la no aceptación de su propio cuerpo. Este paradigma de belleza y delgadez las lleva no sólo a gastar en costosos implantes y cirugías, sino a graves problemas de salud como la anorexia y la bulimia, los cuales, en numerosas ocasiones, derivan del maltrato y la violencia que las mujeres padecen cotidianamente.
Baste mencionar que, tan sólo en México, 95 por ciento de los casos de esos dos últimos padecimientos corresponden a mujeres de entre 14 y 30 años, de acuerdo con datos de la Fundación Mexicana contra la Anorexia y la Bulimia; según la misma institución, ese rango de edad se ha extendido, en Europa, a niñas de 12 y mujeres cercanas a los 40 años.
A ello, por supuesto, contribuyen también la publicidad, la moda, el sexo, la vanidad, la falta de autoestima, la fama y un largo etcétera que incluye los patrones y estándares de belleza hegemónicos alrededor del mundo.
Se discute, entre otros asuntos, si esta obsesión por la belleza es algo público o íntimo; se intenta, desde numerosos frentes, como el feminismo y el ámbito de la salud, que las mujeres no sufran por sentirse atrapadas en cuerpos imperfectos –como si la perfección fuera algo posible– y se analizan los efectos de la cosmetología avanzada, que incluye tratamientos mal llamados “no invasivos”, sólo porque no implican un quirófano o un bisturí.
De acuerdo con la información generada a lo largo de esta semana, Alejandra Guzmán descubrió una protuberancia en su cuerpo; recurrió a varios especialistas con el miedo de ser diagnosticada con cáncer y, finalmente, averiguó que, debido a una cirugía estética mal realizada, padece una infección en los glúteos y la espalda que podría propagarse a músculos y ligamentos e, incluso, el cerebro. La presunta culpable, acusada de asociación delictuosa, lesiones y fraudes, es la cosmetóloga Valentina de Albornoz.
Por su parte, cantante y compositora británica Amy Winehouse, a sus 26 años se sometió a una operación para aumentar el tamaño de su busto “buscando recuperar las voluptuosas curvas que tenía hace tiempo”. Fue ingresada de emergencia en una clínica de Londres ante el temor de que los implantes puedan reventarse.
Finalmente, la marca Ralph Lauren se disculpó públicamente por la manipulación excesiva mediante photoshop de una fotografía publicitaria donde la francesa Filippa Hamilton aparece con una cintura tan "irreal” que parece tener el mismo ancho que su cabeza.
No obstante la disculpa del vocero de la firma, en el mundo de la moda se le defendió bajo el supuesto de que en esa industria “aún hay quienes se oponen a que mujeres reales aparezcan en anuncios, revistas y pasarelas”.
Podría decirse que se trata de mujeres famosas que deben pagar la factura por su obsesión por la belleza, pero en realidad la falta de autoestima y la violencia generada por los estereotipos femeninos constituyen un grave problema social y de salud.
A esto se suman las cifras, imposibles de calcular, de liposucciones mal hechas, “amarres” de intestinos e inyecciones para adelgazar, todas ejemplo de ese intento de ver al cuerpo femenino sólo como un escaparate de perfección.
Los médicos recomiendan pensarlo detenidamente antes de manipular la estructura de nuestros cuerpos y evitar a los farsantes, mientras que sociólogos y especialistas llaman a la revisión de los códigos sanitarios y el manejo de la publicidad alrededor el mundo; pero nada de eso ha podido destruir el gran mercado de la industria del embellecimiento ni paliar sus efectos sociales.
Finalmente, sólo nos queda una reflexión: ¿las mujeres debemos arriesgarnos a morir en el intento de ser hermosas, vivir frustradas por nuestra imperfección o resistir el espejismo de la belleza perfecta?
En una misma semana, una cantante mexicana se intoxicó por querer aumentar sus glúteos, un diseñador ofreció disculpas por adelgazar demasiado a una modelo y una celebridad británica descubrió que no puede ni levantar los brazos tras injertarse prótesis en los pechos.
Una vez más, la realidad supera a la ficción sólo para demostrar que la percepción e imposición de la belleza femenina es un arma contra las mujeres que constituye una de las múltiples formas de la violencia de género.
Y es que la existencia de estereotipos femeninos da pie a una exacerbada presión social que empuja a las mujeres a la no aceptación de su propio cuerpo. Este paradigma de belleza y delgadez las lleva no sólo a gastar en costosos implantes y cirugías, sino a graves problemas de salud como la anorexia y la bulimia, los cuales, en numerosas ocasiones, derivan del maltrato y la violencia que las mujeres padecen cotidianamente.
Baste mencionar que, tan sólo en México, 95 por ciento de los casos de esos dos últimos padecimientos corresponden a mujeres de entre 14 y 30 años, de acuerdo con datos de la Fundación Mexicana contra la Anorexia y la Bulimia; según la misma institución, ese rango de edad se ha extendido, en Europa, a niñas de 12 y mujeres cercanas a los 40 años.
A ello, por supuesto, contribuyen también la publicidad, la moda, el sexo, la vanidad, la falta de autoestima, la fama y un largo etcétera que incluye los patrones y estándares de belleza hegemónicos alrededor del mundo.
Se discute, entre otros asuntos, si esta obsesión por la belleza es algo público o íntimo; se intenta, desde numerosos frentes, como el feminismo y el ámbito de la salud, que las mujeres no sufran por sentirse atrapadas en cuerpos imperfectos –como si la perfección fuera algo posible– y se analizan los efectos de la cosmetología avanzada, que incluye tratamientos mal llamados “no invasivos”, sólo porque no implican un quirófano o un bisturí.
De acuerdo con la información generada a lo largo de esta semana, Alejandra Guzmán descubrió una protuberancia en su cuerpo; recurrió a varios especialistas con el miedo de ser diagnosticada con cáncer y, finalmente, averiguó que, debido a una cirugía estética mal realizada, padece una infección en los glúteos y la espalda que podría propagarse a músculos y ligamentos e, incluso, el cerebro. La presunta culpable, acusada de asociación delictuosa, lesiones y fraudes, es la cosmetóloga Valentina de Albornoz.
Por su parte, cantante y compositora británica Amy Winehouse, a sus 26 años se sometió a una operación para aumentar el tamaño de su busto “buscando recuperar las voluptuosas curvas que tenía hace tiempo”. Fue ingresada de emergencia en una clínica de Londres ante el temor de que los implantes puedan reventarse.
Finalmente, la marca Ralph Lauren se disculpó públicamente por la manipulación excesiva mediante photoshop de una fotografía publicitaria donde la francesa Filippa Hamilton aparece con una cintura tan "irreal” que parece tener el mismo ancho que su cabeza.
No obstante la disculpa del vocero de la firma, en el mundo de la moda se le defendió bajo el supuesto de que en esa industria “aún hay quienes se oponen a que mujeres reales aparezcan en anuncios, revistas y pasarelas”.
Podría decirse que se trata de mujeres famosas que deben pagar la factura por su obsesión por la belleza, pero en realidad la falta de autoestima y la violencia generada por los estereotipos femeninos constituyen un grave problema social y de salud.
A esto se suman las cifras, imposibles de calcular, de liposucciones mal hechas, “amarres” de intestinos e inyecciones para adelgazar, todas ejemplo de ese intento de ver al cuerpo femenino sólo como un escaparate de perfección.
Los médicos recomiendan pensarlo detenidamente antes de manipular la estructura de nuestros cuerpos y evitar a los farsantes, mientras que sociólogos y especialistas llaman a la revisión de los códigos sanitarios y el manejo de la publicidad alrededor el mundo; pero nada de eso ha podido destruir el gran mercado de la industria del embellecimiento ni paliar sus efectos sociales.
Finalmente, sólo nos queda una reflexión: ¿las mujeres debemos arriesgarnos a morir en el intento de ser hermosas, vivir frustradas por nuestra imperfección o resistir el espejismo de la belleza perfecta?
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