martes, 4 de septiembre de 2007

Deserción de los vasallos, un mal presagio para el Nerón del siglo XXI

Hernán Mena Cifuentes

El mundo observa el final inexorable del Imperio yanqui, que cual nave azotado por una tormenta se está hundiendo, no sólo por la resistencia opuesta por los pueblos que invadió en pos de su demencial sueño de conquista planetaria, sino por la equivocada estrategia puesta en marcha por el “Nerón del siglo XXI” y sus legiones al abrir simultáneamente varios frentes de batalla, sin tomar en cuenta el desgaste político y económico que tal esfuerzo requería, por lo que hoy está pagando el precio de ese error de cálculo. De aquella superpotencia que en apenas un siglo llegó a avasallar pueblos enteros, cuyos líderes cegados por la soberbia y prepotencia llegaron a decir que el Imperio podría librar dos y hasta tres guerras victoriosas simultáneas, solo queda el mal recuerdo de sus falsas glorias, opacadas por la muerte y destrucción que provocaron sus aventuras bélicas, sus políticas intervencionistas y sus conspiraciones para imponer sangrientas dictaduras en América Latina, el Caribe, Asia y África y el chantaje del Terror nuclear cuya era inició con el genocidio de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo y, cuando menos se espera, como ocurrió con el Titanic, que que según dijo alguien, “Ni Dios podrá hundirlo”, y que a pesar de ello se hundió tras chocar contra un iceberg oculto bajo las gélidas aguas del Atlántico, la portentosa nave del Imperio se estrelló contra la resistencia opuesta por los pueblos de Irak y Afganistán, y fue embestida el huracán tropical de dignidad que el pueblo latinoamericano y caribeño desató con el presidente venezolano Hugo Chávez Frías al frente quien, con el apoyo de otros progresistas gobernantes regionales, hizo naufragar en Mar del Plata al anexionista proyecto del Alca. Cuando hace poco más de cuatro años, las legiones del Imperio y una coalición de sus vasallos, invadieron primero a Afganistán y después a Irak, El Nerón moderno y sus estrategas pensaron que serían dos aventuras fáciles: que se adueñarían del petróleo del país de Medio Oriente y que al ocupar a Afganistán dominarían las rutas de los oleoductos y gasoductos proyectados para llevar esos energéticos desde Asia Central hasta el Mediterráneo, a fin de abastecer a Europa, obteniendo así ganancias fabulosas al abaratar los costos de su transportación. Fue un error fatal, pues las guerras que pensaron iban a tener un rápido final, se prolongaron y han causado tantas bajas al Imperio y a sus secuaces, que sólo en Irak ya suman más de 4 mil los soldados yanquis muertos; mas de 30 mil los heridos en combate, y se cuentan por centenares los efectivos británicos y de otras nacionalidades caídos y lesionados, un fracaso tan inocultable, que hoy se le compara con Vietnam cuyo valiente pueblo le infligió a Estados Unidos, hace 30 años la mayor derrota militar de su historia. Lo mismo ocurre en Afganistán, donde han muerto centenares de soldados estadounidenses y de otros países miembros de la OTAN, organización belicista que bajo el mando de su creador y principal sostén económico, Washington, ha ampliado su proyecto expansionista y hegemónico, mas allá de las fronteras de su ámbito original, el Atlántico Norte, para extenderlo al Asia Central y más allá, hasta llevarlo a los territorios de la antigua Unión Soviética, con la finalidad de acorralar y eventualmente destruir a lo que aún queda de ella, la República Federativa de Rusia. Pero si las bajas de las tropas yanquis y sus aliados son cuantiosas, resultan insignificantes ante el genocidio provocado por sus acciones bélicas contra la población civil de Irak y Afganistán, donde han muerto hasta hoy cerca de un millón de hombres, mujeres, niños y ancianos víctimas de las bombas, la metralla y los misiles, y otros miles más, torturados por la soldadesca yanqui en Abu Ghrabi, en Guantánamo y en las cárceles secretas que el Imperio creó alrededor del mundo para encerrar a cientos de iraquíes y afganos sospechosos de ser combatientes de la resistencia. Pero el costo de esas guerras ha sido tan alto, que ha arruinado a un Imperio que antes se nutría de esa perversa práctica para hacerse cada vez más rico, y que hoy, al borde de la quiebra, viendo perdida la inversión que en ellas hizo, muestra los primeros síntomas de su decadencia económica y moral que habrán de conducirlo, como sucedió con todos los imperios que existieron, a un final inexorable. A más de 500 mil millones de dólares, ascienden hasta ahora los gastos de guerra realizados por EEUU en Irak y Afganistán, una inversión que ha provocado el desvío indirecto de recursos dirigidos a atender áreas vitales de la sociedad estadounidense como la salud, la educación, la pobreza, la generación de empleos y la lucha antidroga que corroe las vidas de millones de estadounidenses y otras necesidades que poco a poco han venido socavando su economía, hasta llevarla al punto sin retorno de la recesión. Es tanta la tozudez de Bush, que aun vislumbra la posibilidad de una victoria, especialmente en Irak, exigiendo cada vez mayores fondos y mayor número de tropas para lanzarlas a ese pantano sin fondo del cual no podrán salir jamás, a menos que él y sus “halcones” acepten la inocultable realidad de la derrota y lo absurdo de una guerra que, la oposición demócrata, segura triunfadora en las elecciones presidenciales de 2008, y el pueblo estadounidense, hastiado, indignado y dolorido por la cuota de muerte cada día más alta que paga con la vida de sus hijos, exigen su inmediato fin. Más, si por una parte ha sido enorme el perjuicio que sobre la economía del país han tenido esas guerras, por la otra, ha sido mucho más el daño moral causado a los estadounidenses, que fueron engañados por el Nerón del siglo XXI y sus “halcones” al desatar ambos conflictos con base en la mentira, y que, además de violar su privacidad mediante el espionaje telefónico e informático le inculcaron la paranoia al terrorismo hasta que, finalmente ese pueblo, se rebeló para ubicarlo en el más bajo nivel de popularidad y credibilidad que haya tenido ningún otro gobernante yanqui. Esa actitud del pueblo estadounidense ha generado una reacción en cadena de “renuncias” y deserciones de los principales colaboradores de Bush Jr. quienes, presionados por la opinión pública, la única superpotencia capaz de vencer al Imperio, según Noam Chomsky, decidieron dejar sus cargos, abandonándoles precipitadamente como las ratas que abandonan la nave que se hunde, para evadir o atenuar la eventual condena que sufrirán más temprano que tarde al ser juzgados como criminales de guerra por el Tribunal Penal Internacional, instancia que Washington se ha negado a reconocer, acudiendo para ello al chantaje y a la intimidación. Los primeros en la lista de desertores fueron el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld, artífice del genocidio de Irak; John Bolton, ex embajador ante la ONU, belicista y mentiroso compulsivo quien llegó a acusar a Cuba de fabricar armas biológicas de destrucción masiva y calificado como “un desecho de la humanidad” por el embajador de la República Popular de Corea, además de Paul Wolfowitz y Richard Perle, varios de ellos creadores, junto con otros neoconservadores, del “Proyecto para un nuevo siglo americano, PNAC (por sus siglas en inglés) macabro plan con el que EEUU pretende conquistar al planeta Tierra. Otro renunciante ha sido Karl Rove, eminencia gris y estratega de las campañas que dieron el triunfo a Bush Jr. en las dos últimas elecciones presidenciales, arropadas por sendos fraudes que le permitió acceder a la primera magistratura del país a pesar de las pruebas consignadas, las cuales indicaban que en ambos comicios se produjeron graves irregularidades y que, a pesar de ello, le dieron la victoria a un hombre que solo ha traído desgracia a su país y al mundo. Una de las “renuncias” más recientes han sido la de Alberto González, ex Secretario de Justicia, y maquiavélico personaje de la administración entre cuyas acciones figura la destitución por razones políticas, de 8 fiscales al servicio del FBI y autor intelectual de las brutales torturas a que han sido sometidos en el campo de concentración de Guantánamo, centenares de sospechosos de ser combatientes islámicos en Irak y Afganistán, así como por el espionaje doméstico de que ha sido víctima el pueblo estadounidense, violentando su dignidad y privacidad. La pasada semana se sumó a la lista de renunciantes, Tony Snow, dimisión que siguió a la presentada el pasado mes de junio por su colega, Dan Barlett, estratega en comunicaciones; así como las de los asesores en materia de seguridad nacional, J. D. Crouch y Megham O’Sullivan; la del director encargado de Presupuesto, Rob Portman; la de la directora política, Sara Taylor y la de la Asesora en Asuntos legales, Harriet Miers. Un Bush, enfermo, avejentado y cada vez más solo, encaja perfectamente en la figura del comandante de una nave a punto de irse a pique, y trae la memoria esa Ley de la tradición marina que establece que, cuando un buque naufraga, el último en abandonarla debe ser su capitán, y eso es precisamente lo que está ocurriendo con su gobierno, una nave que “hace agua”, mientras el resto de la tripulación acobardada la abandona precipitadamente para no ser arrastrada por el remolino que se forma al momento de irse hacia el fondo del mar, en este caso para evadir la condena planetaria. Hoy solo quedan a su lado, dos de sus más fieles servidores: el vicepresidente de los EEUU, Dick Cheney, archimillonario ex presidente de la Halliburton, la multinacional encargada de reconstruir gran parte de lo destruido por el Imperio en la guerra en Irak, cuyos contratos suman billones de dólares y la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, a quien Robert Mugabe describió como “la muchacha negra descendiente de esclavos africanos que escucha la voz de su amo, George W. Bush”, y quien, ya piensa abandonarlo, tras anunciar hace pocos días, que se propone retornar a sus actividades académicas en una prestigiosa universidad. Así cae el telón del real y trágico drama planetario protagonizado por un psicópata que interpreta el papel de un Nerón moderno, aún más enfermo y cruel que su homólogo romano, pues si aquel incendió un día a la capital de su imperio, George W. Bush, lo supera en irracionalidad por haber incendiado a gran parte del mundo y aún no satisfecho, pretende, según planes revelados en las últimas horas y, cuando solo le faltan apenas 16 meses para dejar el cargo, extender el fuego de la guerra a Irán, un incendio que sería el comienzo del fin de la humanidad. Tan insanos planes solo podrían ser desarticulados por pueblos soberanos y líderes como Hugo Chávez Frías, quien hoy está ofreciendo claro ejemplo de su vocación y amor por la paz al mediar en un conflicto que durante más de medio siglo ha desangrado a Colombia, buscando el canje humanitario de un grupo de secuestrados entre los que figuran, además de una ex candidata presidencial, tres espías estadounidenses cuyo avión fue derribado por la guerrilla a cambio de la libertad de varios centenares de combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia prisioneros del gobierno. Solo acciones como esa, y otras acciones humanistas que igualmente adelanta el mandatario venezolano, como el proyecto integrador de América Latina y el Caribe y su generoso gesto de ayudar con los ingentes recursos provenientes del petróleo venezolano a rescatar a los pueblos hermanos de la región y de otras partes del mundo de los abismos de miseria, enfermedad, hambre e ignorancia en que los dejaron EEUU y otros imperios coloniales, podrían contribuir a hacerlos más libres y soberanos e impedir, con la fuerza así adquirida, que el Imperio inicie otro conflicto bélico que desencadenaría el holocausto final. Y es que sólo de esa manera, con la puesta en marcha de acciones disuasivas reforzadas por la fortaleza moral que les da su condición de pueblos que aspiran vivir en un mundo de paz donde reine la armonía entre los hombres y mujeres sin distinción de raza, cultura, ideologías y creencias religiosas, se podría acelerar el naufragio del barco del Imperio que hoy se hunde junto con su capitán, alejándolo de su curso genocida y haciéndole perder el resto de la fuerza brutal que posee todavía, mientras el resto de sus tripulantes lo abandonan viéndolo llegar al final de su siniestra travesía.

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