jueves, 27 de septiembre de 2007

Trabajadoras del hogar: Una prioridad invisible

Kattia Piñango

Se pregonaba la construcción del “hombre nuevo” pero obviamente desde una perspectiva revolucionaria machista, lo que necesitábamos construir era el “hombre y la mujer nueva”, faltó desarrollar una visión de familia integral, abierta, amorosa, solidaria, humana y de responsabilidades compartidas”.Alba Palacios (Militante del FSLN)Las palabras de Alba Palacios pudieran llevarnos a una pequeña reflexión. Siendo Alba Palacios integrante del Frente Socialista de Liberación Nacional y de la Asociación de Trabajadores de Campo en Nicaragua, nos confirma que en el proceso de la lucha revolucionaria había una enorme necesidad de transgredir la visión que consistía en la visibilización exclusiva del hombre ante las luchas y del ocultamiento o figura “opcional” de la mujer –pese a que demostró gallardía en funciones que esta ejercía como hacer enlaces, pregonar y dinfundir propagandas subversivas, tomar las armas, etc.A pesar de que el tiempo ha dejado huellas y las mujeres han demostrado su capacidad de lucha seguimos repitiendo los mismos errores, pues parece que sigue siendo posible hoy en día hablar de revolución sin entender primero que hay una problemática de género que en definitiva debemos resolver, y que aún continuan las desigualdades hombre-mujer sin ser suficiente que apenas se reconozcan de manera casi “generosa” el aporte de las mismas en la sociedad. La invisibilización ha hecho que mujeres como Luisa Cáceres de Arismendi –quien sufrió carcel y en una ocasión fue arrestada cuando estaba embarazada y su bebé nació muerto- pasaran a ser una mínima parte de la historia siendos aplacadas por los “héroes” de grandes y ejemplares hazañas. La intención acá no es dejar de reconocer lo que estos héroes hicieron, tampoco dejar de reconocer la valiosa labor de mujeres que como la misma Luisa Cáceres de Arismendi, Josefa Camejo, Consuelo Fernández e incluso -más hacia los años 60- Emperatriz Guzmán ( alias Chepa o Sonia)en Venezuela, entre otras, pudieron aportar considerablemente en los movimientos revolucionarios o independentistas de nuestro país. Sin embargo, no quisiera abordar solamente a aquellas que desafortunadamente fueron invisibilizadas sino de rescatar de la oscuridad a aquellas que siguen siendo invisibles aún por otras mujeres dedicadas a la lucha emancipatoria; y digo que siguen siendo invisibles porque, por ejemplo, si antes no tuvieron la oportunidad de ingresar en el sistema educativo, hoy –que existe mayor posibilidad- dicen que ya es muy tarde para hacerlo, convenciéndose a sí mismas de que la labor de la casa es “una obligación” y que además de ser una actividad de la que no merecen ganar ni un centavo, tampoco es de gran contribución para la economía del país. Día a día me veo rodeada de ellas, (basta dar un vistazo a casi todas mis vecinas) y en su agotador ritmo de vida sólo un café al final de la tarde, la telenovela y un eventual concurso de belleza en la televisión –entre otros refritos- puede aliviar una jornada ardua y sin compensaciones.Mientras tanto, desde este lado, nosotras (yo) –las que conocemos o hemos leído sobre el tema de género- tratamos de defender su labor hogareña no como “dádivas” sino como un trabajo altamente desestimado que debería llevar el reconocimiento de su justo e incalculable valor, cosa que defenderé siempre; sin embargo, es verdad que desde acá estamos nosotras también obviando que dentro de su realidad cotidiana está el hecho de que más allá del pequeño aporte que ofrece el estado no hay nada y que esas mujeres siguen estando a merced de cualquier decisión tomada en detrimento o en beneficio de si mismas.Relaciono un poco este tema con lo que sucede en Francia sobre el viejo asunto de permitirle o no el velo islámico a las alumnas musulmanas en los planteles educativos de ese país, muchos decían que dicho velo era una forma de dominación hacia la mujer y que creaba diferencias entre las alumnas; otras posturas defendían el uso del velo porque aquella prohibición era un irrepesto a la religión que estas niñas practicaban. La disyuntiva fue “comodamente” resuelta por las instituciones educativas estableciéndose que las alumnas no usasen el velo mientras estuviesen dentro de las instalaciones. Pese a la “cómoda” y momentánea solución aún sigue siendo un tema irresoluto. Decía a propósito de esto la escritora de origen musulman Fadela Amara autora del libro y del movimiento Ni puta ni sumisa y que estaba a favor de la prohibición que “defender su uso era sinónimo de defender la desigualdad entre hombres y mujeres”; otras mujeres musulmanas a favor de quitarse el velo estaban de acuerdo con Amara pero creían que eran las mismas mujeres musulmanas quienes debían dar la lucha y determinar por si mismas, sin interferencia de otras culturas, religiones o países, el uso o no del mismo.Amara también dijo en una entrevista: “Aquí hubo unos cuantos intelectuales que dijeron que si las mujeres de las cités estaban en situación de sumisión era porque no se rebelaban. Y a mí me fastidian esos sociólogos de izquierda que se ganan becas y premios estudiando a los pobres y opinan sin saber de lo que hablan”. Todo esto sirve para señalar que fuera de toda discusión, es necesaria la interiorización y el reconocimiento de la situación. Independientemente de este aparente “gesto emancipatorio” francés, había una prohibición que no estaba mediada por la conciencia de estas mujeres sino que suponía simplemente un “símbolo de libertad” para ellas y por ellas, lo cual debía verse como “positivo” pese a que pudieran pensar que su derecho a expresar libremente su religión o cultura era violentado. De modo que varias lecturas podían darse a partir de esta decisión asumida por el sistema educativo francés, pero quedaba claro que la mujer musulmana tenía derecho a reconocer su situación, interiorizarla y una vez reconociendose en ella, tomar las vías de su emancipación. Todo debía ser atravesado entonces por un estado de conciencia, y sólo así es que había sido posible la participación de todas las mujeres que luego se incorporaron a diferentes movimientos como los creado por Fadela Amara. Es más o menos así como veo la situación de las mujeres que trabajan en los hogares en Venezuela, en el que la participación de las mismas dentro de los debates –que aunque ganan cada vez más terreno- sigue siendo menor y aún les permite continuar inmersas en una realidad que escasamente ha tenido mejoras y transformaciones contundentes. De modo que mientras en los claustros debatimos el papel de la mujer y mientras abundan las buenas intenciones para darle a ésta su inherente valor dentro de la sociedad, mientras libros tan maravillosos como El feminismo, de Andrée Michel o Ideas feministas latinoamericanas, de Franchesca Gargallo o Pan y rosas de Andrea D’Atri –por señalar algunos - siguen rodando de mano en mano sin salir de aquellas que conocemos algo del tema de género, podemos ver como en las casas y en los hogares del mundo siguen habitados por mujeres que se dejan al margen a si mismas porque eso fue lo que hicieron toda su vida: planchar, fregar, lavar, preparar la comida y cuidar de sus hijos e hijas como única labor no lucrativa.De antemano agradezco de forma personal la lectura que gracias a grandes amigas tuve en mis manos, y son esas mismas las que me hacen pensar que hay un trabajo tremendo por hacer, duras críticas se erigen en torno a la Misión Madres del Barrio que bien sabemos no es la panacea -pues la problemática de la mujer es grande, compleja e histórica - pero la propuesta de algunos grupos, en la que me incluyo, no va más allá de reconocer nuestra incapacidad para articular acciones mediante las cuales podamos lograr la integración de más mujeres y sobretodo de aquellas que han sido siempre excluidas tanto de las políticas de estado como de todos los espacios posibles.Estamos de acuerdo que muchas de las que somos trabajadoras nos dedicamos también al trabajo de la casa, pero es innegable que existe un amplio número de mujeres cuya vida es el trabajo en el hogar, y es con ellas con las que estamos en deuda. La crítica hacia mi misma me lleva a reconocer que estas hermanas al sentirse excluídas también de todos aquellos círculos y espacios para los cuales a veces es “util” sólo para “hacer acto de presencia” y al sentirse excluídas de las aulas de clases, centros de estudios (que solamente tiene capacidad para estudiarlas pero no para incluirlas) vean en las misiones una manera de reincorporarse a una sociedad que las ha desechado. Si bien las misiones, repito, no son la panacea habría que reconocer que tampoco ha llegado de forma directa para estas mujeres una propuesta que no sea más que la crítica que aunque necesaria y urgente no es una propuesta en sí misma. No niego quizás que no exista alguna que otra propuesta, ¿pero verdaderamente ha llegado a estas mujeres trabajadoras del hogar o al menos, tienen ellas conocimientos de las mismas? Muy bonito son los discursos emancipatorios pero muy dificil es el acercamiento entre nosotras. Mientras se haga el lazo divisorio y lo exista: la gente y nosotros, ellas y nosotras, nada habrá cambiado. Yo sé que todas las mujeres y todos los hombres somos víctimas del mismo sistema patriarcal, pero lamentablemente, saberlo para mí no ha sido una garantía de que a veces en forma inconciente o conciente excluya a unas y a otras (u otros), y menos aún, ha sido una garantía para no caer en terrenos fangosos repletos de estereotipos y comportamientos fomentados por el machismo. De modo que aunque víctimas de lo mismo, seguimos sintiendo reservas y distancias entre nosotras, y es en función de esta inquietud que no dejo de preguntarme ¿qué hacer para que se acorten las distancias? Se habla desde las instituciones, desde grupos organizados y centros de estudios especializados hacia el tema de género y propiamente hacia la mujer, se habla de la participación e integración activa de la mujer dentro de todos los espacios, pero las discusiones se siguen dando dentro de las mismas esferas.Está claro que las instituciones obligatoriamente deben bridar las herramientas –y sobre todo las instituciones inscritas bajo un modelo socialista- para la emancipación de la mujer, también está más que claro que debería ser parte fundamental en toda constitución, pero debería estar igualmente claro que toda la labor no está solamente en las intituciones, pues a veces apostamos demasiado a las mismas y perdemos gracias a su poca efectividad.Mujeres como Alba Palacios reconocieron que gracias a la cercanía que tuvieron con mujeres feministas sandinista es que se produjeron debates en el seno del partido, y que gracias a la conciencia que luego ella adquirió sobre género pudo analizar y saber las causas que originaron la discriminación de la mujer, pero también reconoció que no lograron comprometer a toda la dirigencia y que nunca se le dió un tratamiento profundo al tema de género por urgencias establecidas en el momento revolucionario que se estaba viviendo.Esto, en otras palabras, quería decir que no sólo la mayor parte de la población femenina que había adquirido conciencia de género decidió dejarse de lado en su propia lucha, sino que la labor de entablar discusiones con el resto de las mujeres sobre su función dentro del proceso político y social que vivían también quedó en último plano (como si el tema no era de importancia capital dentro de las contiendas y planteamientos revolucionarios).Particularmente, creo que existe una especie de desvinculación entre nuestras realidades, quizás es que aún no hemos aprendido a asumir que lo que le pasa a una mujer le pasa a todas las mujeres del mundo, que la falta de participación y la apatía es un problema colectivo, cuya gravedad puede seguir acallando entusiastas movimientos. Son válidos los pequeños aportes que cada quien hace desde su área y desde su campo, pero creo que es igualmente necesario incorporarlos a la calle, a las comunidades, a todos los rincones, sin dejar de reconocer quizás el esfuerzo enorme pero evidentemente necesario que esto amerita.No niego que es una labor titánica, todos los movimientos siempre comienzan desde pequeños o modestos espacios, y es en función de esto que tampoco dejo de reconocer la entrañable labor de algunos grupos que han trabajado temas de la reivindicación de los derechos de la mujer y defendido la sexo diversidad. No obstante, a mi modo de ver, no hemos logrado sensibilizarnos y para mi, ese es quizás el primer paso. A medida que comprendamos que a través de la sensiblización se logra rechazar y denunciar todo acto atroz cometido contra la integridad de cualquier mujer en cualquier parte del mundo, a medida que asumamos como “nuestras” situaciones como la mutilación y violación sufrida sistematicamente por las mujeres del Congo, o la violación y desaparición de mujeres en Ciudad Juarez en México, o las violaciones de las que fueron objetos mujeres – y también hombres- durante los sucesos generados el pasado año por la represión en Oaxaca, o la violencia de cada fin de semana en nuestro país en la que al menos una mujer es asesinada por ataques de celos de su marido, de su novio o su ex - sin contar la cantidad de violaciones que suceden bajo la mirada complaciente de agentes policiales quienes no toman las declaraciones de mujeres agredidas porque el agresor resultó ser familiar de alguno de ellos-, a medida que no nos permitamos abrir nuestros espacios y reconozcamos que ninguno de estos problemas son individuales es improbable que podamos avanzar en cualquier proceso revolucionario. De manera que no se puede seguir dejando atrás discusiones que han sido postergadas de la agenda, condenando nuevamente al silencio y al encierro a centenares de mujeres en sus casas para quienes el trabajo del hogar no es una opción. Tampoco es suficiente que la mujer logre puestos estratégicos en importantes instituciones del estado si las que forman parte de este engranaje permiten que la lucha de las mujeres sean consideradas anacrónicas o no urgentes.Esta crítica hacia mi misma me obliga a tomar conciencia y a saber que en la medida que yo participe y estimule según mis capacidades a otras mujeres, y que sin investidura de ningún tipo me permita una retroalimentación, sólo así se puede decir que estaremos recorriendo la vía mediante la cual será posible no sólo que se generen –porque las habremos exigido- políticas de estado efectivas en defensa y en protección (en este caso) de la mujer, sino que también estaremos aprendiendo a ser vigilantes y contraloras (y/o contralores) de la correcta y necesaria aplicación de las mismas. Para mi, esto sería sin duda alguna, uno de los planteamientos más importantes a considerar en este naciente modelo socialista.
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