Hernán Mena Cifuentes
«La guerra seguirá en Irak y solo habrá una leve reducción de nuestras tropas para mediados del año 2008», sentenció anoche, arrogante y prepotente en su mensaje a la nación el presidente George W. Bush al apoyar los planes del general David Petraeus, el último de sus verdugos en ese genocidio, sepultando así las esperanzas de paz de un mundo horrorizado que condena la masacre que el Imperio y sus aliados cometen desde hace más de cuatro años en el país del Medio Oriente, donde hasta ahora han muerto un millón de seres inocentes. Y es que, pese a la indignación y rechazo que provoca en la humanidad la guerra de Irak, Bush y sus «halcones» militares y civiles han desoído una vez más la voz de la razón, y tanto él como Petraeus, en cumplimiento de la estrategia de conquista planetaria del Imperio, oculta bajo el manto de la mesiánica misión que se trazaron sus padres fundadores al proclamar que Estados Unidos había sido elegido por Dios para llevar justicia y libertad al mundo bárbaro, decidieron atizar el fuego de un incendio que envuelve en dolor y muerte, no solo al pueblo iraquí, sino también a su propio pueblo. La comparecencia esta semana ante el Congreso estadounidense del general David Petraeus, comandante de las tropas imperiales, para informar sobre la marcha del conflicto y el futuro de las fuerzas ocupantes en el país árabe no hizo mas que confirmar lo que todo el mundo temía: la decisión del Ejecutivo de profundización de una guerra con su espiral de muerte y destrucción que hasta el presente ha causado pérdida de un millón de vidas iraquíes y de poco más 4 mil efectivos yanquis y soldados de la coalición. Petraeus aseguró a unos legisladores que dudan de su afirmación, que «se están cumpliendo los objetivos en Irak, a raíz del incremento de 30 mil nuevas tropas efectuado el pasado mes de enero por orden del presidente Bush, mientras era interrumpido por un grupo de mujeres que en un coro de protesta le gritaron: «Basta de mentiras…Traigan ya a nuestras tropas de regreso de Irak», en una elocuente muestra del rechazo del pueblo de EEUU a un conflicto en la que todos los meses mueren decenas de sus hijos, abatidos por la resistencia que ofrecen los combatientes iraquíes. Varios congresistas le interrumpieron igualmente para expresarle sus dudas en torno a la estrategia que sigue el alto militar, y sobre los datos aportados por él sobre las bajas que sufren sus soldados, presentadas según han dicho, de manera maquillada, para llevarlas a cifras que no reflejan la realidad, con el deliberado propósito de hacerles creer que su estrategia funciona a la perfección. En una táctica dirigida a presentar como exitosa la operación de envío de los 30 mil efectivos de refuerzos a Irak, Petraeus dijo a los legisladores, que esas tropas habían contribuido a mejorar el balance negativo que presentaba para EEUU esa guerra y, como prueba de haber logrado ese objetivo anunció que 4 mil de los 160 mil efectivos desplegados en Irak, serán enviados de regreso al país para fines de este año, sin explicar al mismo tiempo el por qué del incremento de la violencia y la muerte en aumento cada día, de civiles iraquíes y soldados estadounidenses. Los legisladores no cayeron en la trampa aritmética del militar, pues sacando cuentas llegaron a la conclusión de que la cantidad de tropas a ser retiradas apenas representa un mínimo porcentaje del total de las fuerzas ocupantes, que quedarían en su cifra original de 130 mil, y que el anuncio hecho por Petraeus sobre su regreso es más que una maniobra de distracción para atenuar el impacto negativo de la decisión que anunció seguidamente afirmando que no habría más desmovilización de tropas, hasta el próximo verano boreal, o sea entre junio y julio de 2008. Para justificar su decisión Petraeus dijo que «una retirada prematura de nuestras tropas de Irak tendría efectos devastadores,» coincidiendo con el mandatario yanqui, que aseguró anoche, como lo ha venido haciendo siempre, que el curso de la guerra cambiará «hasta alcanzar finalmente la victoria», un fantasía que únicamente vive en su alucinada mente. Y es que, a pesar del panorama de fracaso que le muestra a sus ojos y a los de todo el mundo su guerra inmoral, este jueves, el mandatario yanqui volvió a repetir la mentira de una victoria cercana que sólo él y su lugarteniente en el país del Oriente ven en el horizonte y, uniéndose al mensaje de Petraeus, extendió una cínica invitación al pueblo estadounidense, al Congreso y al mundo a que se unen en la lucha que libran sus tropas para derrotar a quienes luchan por la libertad de su patria ocupada a los que llamó terroristas que de no ser vencidos, -advirtió- en cualquier momento atacarán a EEUU. En su alocución, Bush dibujó un paisaje de imaginarios triunfos alcanzados por las tropas estadounidenses en algunas provincias de Irak, los que pronto, -agregó- se darán en otras más, con la ayuda de líderes chiitas y sunitas, que según dijo, apoyan al gobierno iraquí y al de EEUU en su lucha contra los terroristas, aunque tuvo que reconocer que uno de ellos fue ajusticiado por los combatientes de la resistencia junto con dos de sus guardaespaldas, por tratarse de un traidor que se alió al enemigo de su patria. En respuesta a su discurso habló el senador Silvestre Reyes demócrata por Texas, quien hablando en castellano desmanteló pieza por pieza el andamiaje de mentiras levantado por Bush, en su discurso, diciendo que «el presidente insiste en negar la voluntad del pueblo americano de regresar nuestras tropas a casa. Esta noche, -manifestó- el presidente anunció una estrategia de seguir el mismo camino que nos mantendrá en la guerra de Irak por diez años.» «En vez de un compromiso sin fin, -indicó- necesitamos una nueva dirección. Después de casi de cinco años desde el comienzo de la guerra, seguimos sin avanzar hacia una reconciliación política, y hemos aguantado que el presidente nos cambie misiones sin objetivos claros. Por cerca de cinco años, -dijo más adelante- nuestros hombres y mujeres de las fuerzas militares han sufrido pérdidas masivas y heridas graves. Hemos gastado miles de millones de dólares al costo de nuestros contribuyentes y nuestra preparación militar, -añadió- está funcionando a niveles más bajos que durante la guerra de Vietnam.» ¿Y qué nos ofrece el presidente Bush?, preguntó el legislador, quien de inmediato se respondió. «Lo mismo de siempre. Una receta para una guerra que no tiene fin. La intención del presidente para retirar 30 mil tropas para el próximo verano, no es política nueva. Esta decisión, hecha a la fuerza, solamente restablece nuestras fuerzas al nivel previo antes del aumento, y hace poco para resolver la fuente del conflicto en Irak. Esto es contraproducente. Esto es peligroso. Esto es inaceptable,» enfatizó Reyes, admitiendo que en Irak no existe la salida que Bush busca, una salida victoriosa. En verdad, sí tiene una salida, una derrota, similar a la sufrida por EEUU hace 32 años en Vietnam, pero tanto Bush como Petraeus, el brillante estratega escogido por el presidente como última carta orientada a revertir el fracaso inevitable de su aventura bélica, no están dispuestos a aceptar, asegurando tercamente el mandatario que es posible triunfar en esa guerra perdida aún antes de comenzar. Y no es que Bush sea un demente que actúa por sí solo, caprichosamente, pensando proseguir con ese genocidio por cuenta propia, como muchos en el mundo lo creen, sino que su actuación, como la del resto de los mandatarios estadounidenses a lo largo de la historia, y más recientemente, ha sido la de agentes al servicio del establishment, dominado por los poderosos directivos de las petroleras, contratistas de la construcción, del complejo industrial militar y los banqueros, ejecutivos de Wall Street, el verdadero centro del poder oculto detrás de la fachada de la Casa Blanca. Son ellos lo que colocan, mediante un sistema electoral hecho a la medida de sus intereses personales y grupos económicos, a los mandatarios que desatan injerencias, conspiraciones, intervenciones militares, magnicidios y otros crímenes de lesa humanidad, contra aquellos países y gobernantes que, negándose a convertirse en lacayos sumisos a sus designios, se oponen a sus planes de conquista. De esa historia tiene mucho que contar el pueblo latinoamericano y caribeño que durante más de un siglo padeció del atropello del Imperio a su dignidad y soberanía, en como sucedió con México, Cuba, Nicaragua, Guatemala, Haití, El Salvador, Panamá y otros países, y como ahora la está contando Irak, donde han colocado, a través de Bush Jr., su corredor bursátil de turno, acciones por más de 500 mil millones de dólares en gastos militares, una inversión que parecía rentable a corto plazo, pero, al no rendir los dividendos esperados, amenaza con arrastrarlos a la bancarrota y junto a ellos al país, hoy al borde de la recesión. Porque, como todo el mundo ha comprobado, y el mismo Bush lo reconoció anoche, con la invasión de Irak no se proponía imponer la libertad, la democracia y civilizar a unos bárbaros, como pregona el Destino Manifiesto, porque Irak es todo lo contrario, es la tierra de la antigua Babilonia, donde hace 5 mil años entre los ríos Éufrates y Tigris surgió la civilización cuyos tesoros, celosamente guardados en museos y palacios, testigos de su grandeza han sido saqueados y destruidos por la soldadesca yanqui, personificación de los bíblicos jinetes del Apocalipsis. Ya Eduardo Galeano, el escritor uruguayo tenía sus dudas sobre la inteligencia y conocimientos de historia del presidente estadounidense, cuando, en una de sus crónicas, escrita cuando apenas empezaba la guerra contra el país árabe, se preguntó: «¿Creerá Bush que la civilización nació en Texas, y que sus compatriotas inventaron la escritura? ¿Nunca escuchó hablar de la biblioteca de Nínive, ni de la Torre de Babel, ni de los jardines colgantes de Babilonia? ¿No escuchó ni uno solo de los cuentos de Las Mil y una Noches de Bagdad?» Y Galeano continuando con las preguntas dijo: «¿Quién lo eligió presidente del planeta? A mí, nadie me llamó a votar en esas elecciones. ¿Y a ustedes? ¿Elegiríamos a un presidente sordo? A un hombre incapaz de escuchar nada más que los ecos de su voz? ¿Sordo ante el trueno incesante de millones y millones de voces que en las calles del mundo están declarando la paz a la guerra? Ni siquiera ha sido capaz de escuchar el cariñoso consejo de Günter Grass. El escritor alemán, comprendiendo que Bush tenía necesidad de demostrar algo muy importante ante su padre, le recomendó que consultara a un psicoanalista en lugar de bombardear Irak.» Porque, así como Grass sabía que Bush debería continuar con el tratamiento médico al que fuera sometido para curarlo de sus alucinaciones de alcohólico de hace algunos años, así también Galeano conoce de sus fantasmagóricas visiones y revelaciones, cuando, en es misma crónica habla del mesianismo al que han invocado la mayoría de los presidentes yanquis, para justificar sus guerras de rapiña y del que tampoco escapa Bush, como agente al servicio de los amos de poder en su país. En tal sentido, Galeano recuerda que, «en 1898, el presidente William McKinley declaró que Dios le había dado la orden de quedarse con las islas Filipinas, para civilizar y cristianizar a sus habitantes . Mckinley dijo que habló con Dios mientras caminaba, a medianoche, por los corredores de la Casa Blanca. Más de un siglo después, -señaló- el presidente Bush asegura que Dios está de su lado en la conquista de Irak. ¿A qué hora y en qué lugar recibió la palabra divina?» Hoy nadie cree que se trató de un diálogo el que tuvo Bush con Dios. Fue otra más de las mentiras a las que tiene acostumbrado al mundo. Lo que se proponía al invadir Irak, era adueñarse del petróleo que guarda bajo su suelo y que producía antes de la invasión, más de 3 millones de barriles diarios, suficientes para mover la maquinaria bélica de la superpotencia militar más grande del planeta, y así facilitar su despliegue por la región y apoderarse de los hidrocarburos de todo el Medio Oriente y, más allá, porque también se propone invadir a Irán, como parte de la agenda del proyecto hegemónico imperial. Pero si el gasto militar hecho por EEUU en Irak ha sido cuantioso, mayor lo ha sido el costo humano para el pueblo estadounidense, que ve cómo caen abatidos los jóvenes soldados yanquis enviados a una guerra en la que mueren sin honor ni gloria y son enviados de regreso en ataúdes a su patria, en un interminable cortejo fúnebre que termina en el cementerio, donde hasta hoy, suman 3 mil 790 las cruces que señalan la cifra de caídos, mientras otros 30 mil han vuelto heridos gravemente de cuerpo y mente convertidos en guiñapos humanos para dolor de sus padres y hermanos. El espectáculo más trágico de esa guerra lo ofrece sin embargo, el millón de hombres, mujeres, ancianos y niños iraquíes, muertos por los invasores que atacan a mansalva barrios de pueblos y ciudades, lanzando ataques indiscriminados sin importarles que allí habitan seres inocentes, que violan y asesinan a niñas y mujeres, como tampoco les importa ni conmueve el sufrimiento de los miles de torturados en la cárcel de Abu Ghrabi, de los que viven aislados y en un limbo jurídico en Guantánamo y en las cárceles secretas de la CIA diseminadas por el mundo. Y pese a la carnicería que cometen en Irak, Bush y su lugarteniente, insensibles a la realidad que se estrella en sus rostros, diciéndoles que la guerra está perdida, que no hay más alternativa que la retirada, persisten en adentrar y hundir cada día más a sus tropas en ese pantano sin salida, ciegos ante el mundo que exige su salida, y sordos a las voces de dolor de las madres estadounidenses como la de Cindy Sheehan, que este martes fue arrestada al interrumpir el discurso de Petraeus en el Congreso, como lo ha sido tantas veces por pedirle a Bush que ponga fin a la guerra en Irak. El de Cindy es el grito desgarrador de una mujer que perdió a su hijo, joven soldado yanqui abatido en una calle de Bagdad, quien junto a las madres del mundo, lanzan un clamor desesperado para que no sigan muriendo más hijos, y que se ponga fin al genocidio de un pueblo donde surgió la civilización, cuya cultura milenaria, está siendo aniquilada por las tropas yanquis, los verdaderos bárbaros, los que Bush pretende mantener allí durante años en su demencial afán por vencer en una guerra de conquista que tendrá como final, el mismo que tuvo la guerra de Vietnam.
sábado, 15 de septiembre de 2007
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