Hay dos maneras de decirlo. Una, Milei tiene pocos amigos presidentes en América Latina. Dos, la mayoría de países en la región no eligen a candidatos de ultraderecha.

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Hay dos maneras de decirlo. Una, Milei tiene pocos amigos presidentes en América Latina. Dos, la mayoría de países en la región no eligen a candidatos de ultraderecha.

El año 2024 culmina con la derrota de la coalición neoliberal en Uruguay. Se juntaron todos los conservadores en la segunda vuelta y perdieron frente al bloque progresista. El Frente Amplio ganó las elecciones.

En este mismo año, en México, otro cambalache de siglas unidas por la doctrina neoliberal (PRI-PAN-PRD) sufrió una severa derrota a manos de una propuesta claramente de izquierdas, que ya llevaba gobernando seis años.

Este caso fue muy significativo, porque la victoria de MORENA fue por más de 30 puntos de diferencia. AMLO salió con un altísimo respaldo y Claudia llega con millones de votos. La mayoría de los mitos hegemónicos se desvanecieron. No ocurrió eso de que “el oficialismo siempre pierde”. Y se ganó a pesar del Poder Judicial, los medios de comunicación y el poder económico en contra. Nada de ello pudo con las convicciones, con las ideas, con la gestión, con la valentía. Las redes sociales, tampoco.

También es interesante el caso de Colombia, que después de décadas de gobiernos conservadores, la victoria de Petro representa un notable cambio en lo ideológico en un enclave geopolítico fundamental para el Norte. El conjunto de reformas contraneoliberales que están en marcha (salud, tierra, educación, trabajo, impuestos y pensiones) fueron planteadas desde la campaña y una amplia mayoría las avaló.

Si calculásemos el índice de cuántos gobiernos están en manos de la izquierda, América Latina va a contracorriente de lo que pasa en otras latitudes del mundo. El 58% corresponde a presidentes que ganaron gracias a proponer ideas abiertamente de izquierdas, revolucionarias, progresistas, socialdemócratas o pertenecientes al campo nacional-popular. En resumen, son todos proyectos no neoliberales de origen, aunque luego algunos, en la praxis, hayan coqueteado demasiado con las ideas del adversario (véase el ejemplo peruano: el fujimorismo perdió en las urnas y ahora gobierna).

También podemos tener este índice en clave poblacional. Y, así, el dato impacta aún más: el 79% de la ciudadanía latinoamericana está en manos de gobiernos de izquierdas (o al menos fueron votados por estas ideas).

Este rasgo latinoamericano se sale del redil atlántico (término muy usado en los textos del Consejo Atlántico).

Por ejemplo, en Estados Unidos llevan años de péndulo: antes fue turno de los Demócratas y ahora de los Republicanos. Trump ganó y lo hizo con sus planteamientos e ideas extremas, y también con sus formas extremas. Pero, en América Latina, este perfil solo lo tiene Milei y, en menor medida, Bukele. También Bolsonaro, pero hay que recordar que no logró revalidar su mandato en Brasil en las últimas elecciones (y, por cierto, no olvidar que ganó cuando Lula estaba preso injustamente).

Este rasgo latinoamericano tampoco tiene lugar en Europa. El balance de victoria es inverso: solo el 22% de los países está gobernado por ideas socialdemócratas. El resto, son de derechas y ultraderechas, a excepción de alguna que otra coalición en la que cabe de todo.

Estos datos objetivos aconsejan no caer en la habitual trampa del ‘copiar-pegar’. Es decir, no es correcto considerar que lo que pasa en Europa y Estados Unidos es lo mismo que acontece en América Latina. Jamás hay que caer en la tentación de importar ‘marcos’.

El ‘mantra’ de que la ultraderecha avanza no se cumple en América Latina.

No se cumple en lo electoral, pero tampoco en lo político-ideológico.

Si analizamos con rigor la matriz de los sentidos comunes en la región, se observa que lo neoliberal no es dominante. La importancia de lo público en derechos básicos (educación, salud) sigue vigente. Las ofertas privatizadoras en sectores estratégicos tampoco son bienvenidas. La idea de ‘igualdad de oportunidades’ es casi siempre preferida a toda la doctrina individualista del ‘sálvese quien pueda’. Algunos actores privados, como la banca o los grandes medios de comunicación, tienen una imagen negativa altísima. El feminismo es concebido cada vez más como una forma legítima de lucha por la igualdad. Las políticas sociales son consideradas necesarias para garantizar una vida digna de los que menos tienen. Las políticas tributarias que plantean impuestos a los más ricos son apoyadas mayoritariamente.

¿Esto quiere decir que no exista actualmente una disputa con otras ideas abiertamente conservadoras? En absoluto. Todo está en disputa. Constantemente hay un pulso por imponer matrices ideológicas y sentidos comunes. Pero, en esta batalla, asumir que la derecha ha ganado ya la partida en América Latina cuando por ahora no es así, es un primer paso para una derrota futura.