domingo, 22 de diciembre de 2024

El futuro del trabajo (y 2)

 LUIS BRITTO GARCÍA

Trabajo a distancia

Tanto la progresiva automatización como el confinamiento hogareño impuestos por la pandemia de covid trajeron a la atención pública el tema del Trabajo a Distancia, es decir, fuera de la sede laboral o desde el hogar. Tal práctica ha existido siempre: numerosos trabajadores cumplen una fase laboral en sus casas (pongamos por caso, coser prendas de ropa) lo cual libera al empresario de gasto de local y a veces de invertir en equipos, y borra para quien labora los límites del calendario y la jornada de trabajo.

La progresiva informatización se presta para la adopción de esta técnica. Cerca del 70% del PIB global es producido por el Sector Terciario de información, educación, administración, finanza, publicidad, investigación. Su actividad principal es el manejo e interpretación de la información, tarea que puede ser desempeñada a distancia. De hecho, en las instituciones que todavía exigen presencia física del empleado, la inmensa mayoría de la labor se cumple y es transmitida y preservada por medios informáticos.

La masiva implantación del trabajo a distancia reportaría beneficios significativos. Haría innecesaria la cotidiana migración de millones de trabajadores en vehículos devoradores de energía desde la periferia al centro de las ciudades; liberaría en ellas para otros usos edificaciones que sólo se emplean los cinco días semanales y las ocho horas diarias de la jornada laboral; ahorraría al trabajador casi cuatro horas al día de traslación entre su residencia y la sede del trabajo.

Derecho a la desconexión digital

Por otra parte, el trabajo a distancia obliga a quien labora la adquisición, mantenimiento y renovación de su equipo informático, así como el entrenamiento y adaptación a las nuevas destrezas que su manejo requiera. El estilo “no presencial” puede extender el cumplimiento de un horario determinado a la exigencia abusiva de una disponibilidad del empleado las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.

Contra esta situación se ha planteado el derecho a “la desconexión digital”: a no ser requerido para consultas o tareas mediante medios informáticos fuera de los días y horas laborales. Normas en tal sentido se han aprobado en países europeos como España, Bélgica, Francia y Portugal, y latinoamericanos, como Argentina, Colombia y Chile ( https://www.derysoc.com/el-derecho-a-la-desconexion-digital-en-el-ambito-laboral/). Fuera de ellos, pende sobre el trabajador a distancia la amenaza de una jornada laboral perpetua.

Los avances laborales

Durante los siglos XIX y XX la persistente lucha de los asalariados fue ganando mejoras en la retribución de su fuerza creadora. La mayoría de dichos avances fueron introducidos por la Unión Soviética a partir de 1918: derecho a vacaciones, primero de quince días y luego de un mes, pleno empleo, seguridad social y jubilación digna a los 55 años para las mujeres y a los 60 para los hombres (https://archivo.juventudes.org/nikolai-efimov/5-diferencias-entre-el-sistema-sovi%C3%A9tico-de-pensiones-y-el-sistema-capitalista). También, la igualdad de oportunidades y de remuneración de las mujeres, y desde 1917 una licencia por maternidad que a la larga se extendió por tres años (https://sputniknews.lat › Noticias).

Migrantes sin derechos laborales

El capital, por su parte, se fijó como meta no reconocer tales avances, y anularlos en infinidad de formas una vez concedidos. Requeriría una enciclopedia reseñar tantas argucias, que van desde la corrupción de los sindicatos hasta la Guerra Civil y el golpe de Estado. Nos limitaremos a señalar dos: la explotación del trabajo de los migrantes, y la suspensión de todas las leyes y derechos laborales en las llamadas maquilas, o Zonas Económicas Especiales. En ambas la finalidad primordial del capital es la misma: pagar salarios por debajo del nivel de subsistencia del trabajador.

Como resultado de sus propias aventuras imperiales, que desarticulan y arruinan países, o del mejor nivel de vida ganado con ellas, los países hegemónicos atraen migrantes que buscan seguridad y trabajo. Frente a estas masas laborales el país hegemónico desarrolla una política contradictoria: los restringe, limita, sataniza e ilegaliza con infinidad de normas y prácticas que hacen precaria su condición en el país de ingreso, y al mismo tiempo aprovecha esta precariedad para hacerlos trabajar por salarios ínfimos sin reclamar derechos sociales, laborales ni humanos. La agricultura y buena parte de la industria de Estados Unidos se mantiene así; lo mismo ocurre en numerosos países europeos.

Zonas especiales sin derechos laborales

Un refinamiento de esta explotación consiste en el aprovechamiento de la mano de obra de los países menos desarrollados en sus lugares de origen a través de las llamadas maquilas, o Zonas Económicas Especiales.

Mediante métodos inexplicables, los capitalistas obtienen de los gobiernos locales concesiones inconcebibles: entrega de territorios con recursos productivos en las cuales no tienen que pagar impuestos ni respetar a los trabajadores nativos derechos laborales, sociales ni sindicales. Informa Oxfam que en el mundo unos 27 millones de personas trabajan en unas 200 de ellas, con salarios por debajo del nivel de subsistencia (https://www.lamarea.com/2015/04/13/27-millones-de-personas-son-victimas-de-explotacion-laboral-en-las-maquilas/).

Es el retroceso al más sórdido estatuto colonial, pero sin necesidad de conquistar por la fuerza territorio ni riquezas, que son entregadas graciosamente por quienes deberían custodiarlas. El mero uso de la palabra “Especiales” garantiza inconstitucionalmente para el patrono extranjero la entrega de los recursos, la inmunidad contra los impuestos locales y la ausencia de deberes hacia sus trabajadores. No debe extrañar que esta hiperexplotación verdaderamente mágica haya determinado la tercerización de capitales hacia el Tercer Mundo, eliminando de paso los puestos de trabajo en la nación hegemónica.

Al igual que los arcaicos soberanos de Derecho Divino, el Gran Capital ha logrado la inmunidad ante los impuestos y ante las leyes que protegen a la clase que produce toda su riqueza, la de los Trabajadores. Hasta nuevo aviso, todos somos migrantes ilegales sin derechos en una gran Maquila que, de no ser detenida, devorará el planeta.

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