domingo, 16 de junio de 2024

Vitrina de Nimiedades | Diálogo generacional

 El primer signo de vejez no es una cana, una arruga o la frágil memoria que nos deja en los pasillos preguntándonos: “¿Para dónde iba yo?”. Si quiere confirmar que tiene un pie en la tercera edad, revise si tiene entre sus frases favoritas expresiones como “Yo fui joven, pero no como los de ahora” o “Yo pagué mis novatadas. ¡Eso sí! Nunca como los carajitos de hoy”. Y no se trata de rejuvenecer, sino de entender dónde se amplía la brecha que nos separa generacionalmente y nos convierte en islas dentro de un océano donde los más grandes gestaron el caos de hoy.

Estas líneas no están inspiradas en la superioridad moral de quien jamás critica a las nuevas generaciones, sino en la inquietud sembrada por falacias repetidas tantas veces que reducen el ciclo de la vida a nacer, crecer, sentir que al fin se comprende el mundo y morir. Esas ideas erróneas solo complejizan el diálogo intergeneracional, un asunto complejo y difícil de dirimir. Tecnología y visión del trabajo son apenas terrenos en los cuales cinco años de diferencia pueden pesar siglos.

Quizás sea el mundo digital el espacio donde mejor se reconocen las brechas. Ya es una verdad declarada que los jóvenes lo saben todo o, en todo caso, se dejan llevar por una intuición adaptable a los cambios. Y también es ampliamente asumido que los mayores no tienen talento para explotar el potencial de un dispositivo inteligente. Pero si nos vamos al plano práctico, veremos sorpresas: así como las abuelas piden auxilio para enviar una nota de voz, es posible que sus nietos desconozcan las bondades del comando Ctrl + Z… Nadie conversa sobre eso.

Podemos sumar más problemas: la inteligencia artificial nos ha puesto a todos de cabeza. Si algo nos cruza, con mayor o menor vergüenza, es la incertidumbre frente a una herramienta que nos desafía a pesar de ser una invención nuestra. ¿El resultado? Una juventud que experimenta muchas veces sin guía y generaciones mayores abrumadas, pensando cómo enfrentar un monstruo que parecen amenazarnos, cuando puede ser nuestro propio miedo el gran peligro. ¿Hay posibilidad de caminar juntos frente a ese desafío? Aún no sabemos cómo hacerlo.

Mientras los organismos multilaterales reconocen la necesidad de reducir las brechas en el acceso a internet y en la alfabetización digital, el escenario práctico sigue marcado por la incertidumbre. Si trasladamos eso a otros ámbitos, como el mundo del trabajo, veremos cómo los millennials se han convertido en un rara avis para jefes y reclutadores. Se les atribuye la búsqueda de flexibilidad y una conexión natural con lo tecnológico. ¿Eso resuelve los desequilibrios del mundo laboral? ¿Su actitud es la que se necesita para lo que viene? No queda claro si serán un puente entre dos mundos, menos aún si tendrán finalmente la capacidad de superar problemas como la precarización laboral.

Frente a ese panorama, es más lo que nos une: el mundo de hoy es resultado de las generaciones mayores. Estamos parados sobre lo que otros dejaron, y lo que seamos capaces de hacer será el piso de quienes vienen detrás de nosotros. Una verdad conocida e infravalorada: habría que darle un giro de tuerca a esa idea. A lo mejor descubrimos que sin importar la edad, somos humanos afrontando los mismos desafíos y podemos darle otros códigos a nuestro diálogo generacional.

Rosa E. Pellegrino 



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