miércoles, 7 de junio de 2017

Una épica de marketing

Carola Chavez


Para los consumidores de productos procesados, envasados, etiquetados con lindas calcomanías de diseño gráfico exquisito. Para los que se tragan la cuña de Diablitos, en la que sale una mamá rubia, de una juventud inverosímil que la hermana con sus hijos, ahí, en su cocina italiana multimillonaria, rellenando arepas con un tolete de Diablitos maquillado, sin chorretes de grasas trans, sin tropezones de huesos. Para quienes se formaron a punta de tele, revistas de moda, desde carros, de fútbol… Para quienes se creyeron que ese es el mundo de verdad. Para ellos se creó la épica de marketing.
Una imagen dice más que mil palabras, así que te paras ahí, frente a una tanqueta, desnudo mejor, y llora, llora desconsoladamente, clic, clic, clic; decenas de cámaras atrapan el momento precocido, clic, clic, clic; lo lanzan a rodar por las redes. Señora, párese ahí, abrace ese guardia que hace dos minutos estaba insultando, tranquila, que esa parte no la grabamos y si la grabamos se nos borró. Así, apuñuñelo como su fuera su hijo, resista la grima, por favor, que para lograr la libertad hay que ser hacer sacrificios. Clic, clic, clic; “Valiente madre venezolana desafía a la muerte y abraza a un esbirro represor”, clic, clic, clic…
Miles de imágenes de diseño que muestran al mundo la indefensión de los ciudadanos frente a la brutal represión, repitan todos, “brutal represión”, nunca represión solita, que así no dice tanto, siempre brutal y luego salvaje, sangrienta, cruel, o cualquier adjetivo terrible que usted quiera agregarle. Miles de imágenes —decía— producidas en locaciones puntuales, en las mismas cuatro esquinas del los mismos siete municipios clasemedia, para que el mundo sepa que Venezuela entera, sus millones de esquinas en sus más de trescientos municipios, están en llamas. Y la clase media mundial puede que se trague el cuento, como se lo traga la señora de El Cafetal cuando revisa el Twitter, mientras toma café en el centro comercial.
La clase media en rebelión prêt-à-porter, y sus marchas temáticas con consignas publicitarias, todos en comparsa, un día de blanco, otro con pancartas impresas por miles para que la cosa se vea ordenada y linda en la foto, otro con cruces y santos, para combatir el mal, o sea… Y, porque no les quedó más remedio, porque un think tank se lo dijo, porque no tienen referentes, “cónchale, vamos a tener que decir que somos libertadores, eso sí, sin nombrar mucho a Bolívar, para que nadie vaya a creer que somos chavistas. Una idea genial con un impacto mediático impresionante. Imagínate a nuestra beautilful people con franelas súper diseñadas por Fulano que hace unas franelas chísimas, como las de Leopoldo tipo afiche electoral de Obama, o sea… Unas franelas que se parezcan al peto del traje de los Próceres, una vaina espectacular para marchar a los ídem, que queda cerquita de Fuerte Tiuna y ya saben…”
Encasquetadas las franelas y foto y foto y foto. Y un video de Lilian, esta vez leyendo el guión de patriotismo, que por patriótico, le dio flojera aprenderse. Eso sí, ninguno de los modelos, ninguno de los actores de esta puesta en escena, podía, ni siquiera decir, sin tener que recurrir a Google, la fecha de nacimiento de Bolívar. Ninguno sabía nombrar a tres próceres de la independencia, pero ahí estaban todos lindos, fotogénicos, con sus franelas super cool. Y la señora de El Cafetal, retuit, retuit, emocionada con estos libertadores que luchan porque Venezuela sea un día un estado libre asociado ¿Te imaginas qué maravilla, Gladys? ¡Tendríamos todos pasaporte americano!
Disfraces, slogan cursis y empalagosos, rosarios gigantes, santos y arcángeles vengadores, un junkie desnudo y violines, sí violines que enfrentan la “brutal represion” con sus notas. Violines que maquillan, al son de Mozart, la violencia de las decenas de encapuchados que los rodean. Frágiles violines que al quebrarse en la batalla desviarán la atención del inconveniente muchacho, que por parecer chavista, fue golpeado, apuñalado y quemado vivo por los manifestantes “demócratas que luchan por un país mejor”.
Además de sus locaciones, escenarios, guiones, actores y utilería, la gesta publicitaria cuenta con voceros ricos y famosos, que declaran su rechazo a la “dictadura” como cuando te anuncian que usan Colgate. Videos sobreactuados en sus cuentas de Instagram que les garantizan un tiempo más de estabilidad laboral y los aplausos de la señora de El Cafetal que, emocionada hasta las lágrimas, los pone a rodar por whatsapp.
Y ojalá todo fuera superficialidad y cursilería, pero están los niños manipulados y usados: “Pon unos niños pobres ahí, atráelos con caramelos y enfócalos para que se note que los pobres también están en la lucha, aunque sean niños, mejor que sean niños, así es más dramático, siempre y cuando los niños no sean nuestros, eso sí… Y están los muertos, más de 60 personas fallecidas que el marketing de la épica convierte en vallas publicitarias, sin pudor alguno, sin el más mínimo respeto por sus familiares y amigos, a quienes acosan en su dolor para convertirlos voceros de campaña, como si fueran la señora que Ariel pone a mostrar cuán blanca quedó su ropa.
Una épica prefabricada, con todos los ingredientes de una campaña publicitaria carísima, una carísima rebelión que se desinfla mientras solo va quedando, en las mismas cuatro esquinas de siempre, su residuo más violento. Y queda el dolor en vano, y semillas de odio regadas, y queda la frustración de quienes se tragaron el cuento de las fotos y las franelitas, y queda sobre todo, el fracaso de quienes pretendieron vendernos una guerra civil disfrazada de colorcitos, subestimando las voluntad de paz de la inmensa mayoría de los venezolanos.
A pesar de su multimillonario esfuezo, el marketing no pudo con la realidad. ¡Punto para Venezuela!

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