Carola Chavez
Ana Luisa se levanta tempranito y lo primero que hace es revisar el whatsapp. “Hoy gran plantón nacional ¡Ahora sí, Venezuela!” —dice un mensajito que mandó una vecina propensa al reenvío de cadenas. ¡Gran platón! Ana Luisa salta de la cama y corre al balcón con vista a la realidad de la calle despejada y libre. Suspira aliviada Ana Luisa y se va a despertar a sus niños que ya han perdido demasiados días de cole. “¡Al cole, mis amores!”
Desde su privilegiado punto de vigilia, Ana reporta a otras amigas que no tienen balcones hacia las avenidas. Lo hace con mucho tacto, sin que ningún sentimiento positivo se cuele en su reporte vial, “no vaya a ser que hiera susceptibilidades —piensa mientras teclea con sus pulgares— no vaya a ser que crean que me cansé y el que se cansa pierde; no vaya a ser parezca chavista, ¡líbreme Dios!”.
“Todo despejado”, clic, sin caritas, ni manitas, ni banderitas, ni nada, Ana Luisa no está para emoticonos, el último que puso resultó ser un tanto ambiguo: la carita amarilla no estaba furiosa sino que tenía una especie de sonrisa forzada, eso le costó un regaño grupal, porque no son momentos para sonreir. Las amigas que esperaban el reporte matutino de Ana Luisa expresaron su descontento por la normalidad que anunciaba el día: “Es que nadie apoya a los muchachos”, “Así es, hasta que no salgamos todos a la calle sin retorno, esta dictadura no se va a acabar”, clic, y corrieron a alistar a los niños. ¡Al cole, mis amores!
Al colegio, al trabajo, al mercado, a la vida cotidiana que retoman con frustración, es cierto, pero con gran alivio, porque la salida rápida e indolora que les vendieron, se convirtió en un conato de guerra civil que nadie quiere, salvo los dirigentes de la MUD y sus sicarios encapuchados, que tienen secuestrada a la oposición.
Los violentos que se imponen a punta de miedo: “el que se queje en un sapo, un infiltrado, un chavista, el que quiera paz es colaboracionista y todos la van a pagar”. El miedo y la presión social empuja la mayoría de los opositores a ser pacíficos de closet. Y alli, encerrados, no se dan cuenta de que pertenecen al 80 y pico por ciento de los venezolanos que queremos diálogo y paz.
Que el miedo no sea abono para el terror guerra. Es hora de salir (del closet) a defender la paz.
Ana Luisa se levanta tempranito y lo primero que hace es revisar el whatsapp. “Hoy gran plantón nacional ¡Ahora sí, Venezuela!” —dice un mensajito que mandó una vecina propensa al reenvío de cadenas. ¡Gran platón! Ana Luisa salta de la cama y corre al balcón con vista a la realidad de la calle despejada y libre. Suspira aliviada Ana Luisa y se va a despertar a sus niños que ya han perdido demasiados días de cole. “¡Al cole, mis amores!”
Desde su privilegiado punto de vigilia, Ana reporta a otras amigas que no tienen balcones hacia las avenidas. Lo hace con mucho tacto, sin que ningún sentimiento positivo se cuele en su reporte vial, “no vaya a ser que hiera susceptibilidades —piensa mientras teclea con sus pulgares— no vaya a ser que crean que me cansé y el que se cansa pierde; no vaya a ser parezca chavista, ¡líbreme Dios!”.
“Todo despejado”, clic, sin caritas, ni manitas, ni banderitas, ni nada, Ana Luisa no está para emoticonos, el último que puso resultó ser un tanto ambiguo: la carita amarilla no estaba furiosa sino que tenía una especie de sonrisa forzada, eso le costó un regaño grupal, porque no son momentos para sonreir. Las amigas que esperaban el reporte matutino de Ana Luisa expresaron su descontento por la normalidad que anunciaba el día: “Es que nadie apoya a los muchachos”, “Así es, hasta que no salgamos todos a la calle sin retorno, esta dictadura no se va a acabar”, clic, y corrieron a alistar a los niños. ¡Al cole, mis amores!
Al colegio, al trabajo, al mercado, a la vida cotidiana que retoman con frustración, es cierto, pero con gran alivio, porque la salida rápida e indolora que les vendieron, se convirtió en un conato de guerra civil que nadie quiere, salvo los dirigentes de la MUD y sus sicarios encapuchados, que tienen secuestrada a la oposición.
Los violentos que se imponen a punta de miedo: “el que se queje en un sapo, un infiltrado, un chavista, el que quiera paz es colaboracionista y todos la van a pagar”. El miedo y la presión social empuja la mayoría de los opositores a ser pacíficos de closet. Y alli, encerrados, no se dan cuenta de que pertenecen al 80 y pico por ciento de los venezolanos que queremos diálogo y paz.
Que el miedo no sea abono para el terror guerra. Es hora de salir (del closet) a defender la paz.
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