viernes, 16 de junio de 2017

Nadie se llama Wuilly

Carola Chávez



Como siempre, los ricos poniendo a otros a trabajar por ellos; esta vez poniéndolos a meter el pecho por sus causas, a defender sus privilegios, en primera linea, a tirar piedras y morteros y frascos llenos de mierda, a tragar gas lacrimógeno, a ser arrestados, a ser abandonados, olvidados, porque, sinceramente, ¿qué ricachón se va a preocupar por el destino cualquier pendejo que ya no les sirva, y menos si el pendejo se llama Kleiman, Yerdenson, o Yusbellys?
Por ahí anda Wuilly, cuyo nombre recuerdan, por ahora, porque es el gringuísimo nombre Willy, pero mal escrito. Este Wuilly musicaliza el prefabricado show libertario, made in USA y se siente famoso: Todos ondean su nombre como bandera, y Wuilly se siente importante sin imaginar que para quienes lo usan, él no es más que un Wuilly, un Yonaiker y un Darwinson más trabajando para ellos, pero esta vez armado con un violín, en lugar de un mortero o una puputov.
Como Wuilly tiene un violín y estuvo en París con la orquesta, cree que el Wuilly no se le nota, pero esas cosas, en el este del Este, desde El Cafetal y esas populosas urbanizaciones clase media de medio palo, hasta las urbanizaciones con casotas de 7 habitaciones, 8 baños y jardines enormes con perros de raza de moda y piscina… esas cosas allá se notan ¡y mucho!
La verdad es que en el alto Este del este, nadie de llama Wuilly, como también es verdad que ninguna señora del este de Este quiere un yerno con ese nombre que tampoco aparece en la lista de nombres del príncipe azul de sus hijas. Nadie llamado Wuilly cabe en las exclusivas fiestas de Prados del Este, Altamira o La Castellana, a menos que vaya como mesonero, o en el mejor de los casos, como es el caso de Wuilly, que vaya como violinista para darle ambiente a la noche. Los Wuillys no tienen derecho de ser admitidos en los locales de Las Mercedes que se reservan el derecho de admisión. Allí caben los Alejandros, Mauricios, Federicos y Albertos y algunos con nombre gringos y pedrigree que lo respalde.
Los Wuillys de Venezuela hoy son “panas” de los sifrinos porque les sirven de bandera. Mientras Wuilly toca “valientemente” un reguetón libertario, alguna María Alejandra en es este, tirada en su sofá y escuchando a Ariana Grande, sube en su Instragram la imagen de ese chamo al que jamás le concedería un baile, y mucho menos si es “Despacito”.
 Wuilly no cae preso porque tocar violín no es un delito, como lanzar morteros, atacar bases militares, linchar y quemar vivos a otros, del mismo color de Wuilly, que “parecían chavistas”. Porque tocar violín no es delito, pudo Wuilly llegar sin problemas a Miraflores, “sin miedo” dijo él para ponerle sazón a su insípida gesta. Y menos mal que Wuilly no anda en cosas peores que musicalizar el delito que otros cometen, porque nadie saldría a decir, si lo agarraran, “liberen a Wuilly”, sin cagarse un poco de la risa pensando en una ballena.
Como nadie ha dicho liberen a los terroristas que agarraron esta semana en la Plaza Altamira, morenos, con la piel marcada por la mala vida, muchachos que nadie en Altamira conoce, que nadie el Altamira sentaría en su mesa, que nadie el Altamira casaría con sus hijas. Sus nombres, como el de Wuilly, de esos que nunca aparecen en las juntas directivas, digamos, de un banco.
Los Wuillys, los Yorban, las Yamileidys, librando esa pelea contra ellos mismos, se creen aceptados, y se imaginan llegando ya al epicentro de su sueño imposible. ¡Mira, mamá, lo estoy logrando!…
Y toca que toca el violín, Wuilly, soñando ese sueño torcido que lo aparta de su origen, sirve de mano de obra barata, desechable, en una lucha que no es suya, por unos privilegios que nunca tendrá. Y así, mientras musicaliza el preludio de una guerra que nos quieren imponer, Wuilly se convierte en instrumento ciego de su propia destrucción.
Y digo todo esto porque lo sé, porque vengo de ahí, donde nadie se llama Wuilly.

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