Los movimientos masivos de protesta se
han convertido en el único mecanismo posible de incidencia para las
minorías alrededor del mundo. Aun cuando las mujeres somos mayoría en
términos demográficos, nuestra presencia en los escenarios de toma de
decisiones es mínima y muy pocas veces determinante. Esto se refleja en
un alto grado de vulnerabilidad para aquellas mujeres que por razón de
su sexo han sido marginadas, abusadas y violadas en sus derechos humanos
a través de distintas formas de violencia, tanto individual como
colectiva.
Es muy complejo el entramado de poder
mediante el cual se ha elevado una muralla de obstáculos para evitar el
empoderamiento femenino. Una de las estrategias más recurrentes ha sido
manipular la cultura y las tradiciones, sacralizándolas para conseguir
de este segmento la complicidad indispensable con el fin de reproducir
los patrones machistas desde el seno del hogar y desde la más tierna
infancia. Esto, porque apoderarse del enorme poder de las mujeres para
la transmisión de ideas y actitudes a través de la relación con sus
hijos e hijas ha sido una de las mayores victorias de la cultura
patriarcal.
Pero los tiempos cambian y también las
personas. Lo que antes era correcto y deseable ha pasado a formar parte
de una larga lista de conceptos para analizar, desmenuzar y, en muchos
casos, descartar. La situación de desventaja para este inmenso
conglomerado de seres humanos obligados a aceptar la subordinación, al
extremarse ha estallado en un grito sonoro de ¡No más! No más embarazos
de niñas, no más muertes maternas evitables, no más feminicidios, no más
desnutrición crónica, no más violaciones sexuales, no más matrimonios
infantiles, no más salarios desiguales ni discriminación por sexo.
Estas son algunas de las muchas y
poderosas razones para la convocatoria a una gran marcha por los
derechos de las mujeres a realizarse el 8 de Marzo, Día Internacional de
la Mujer, la cual ya ha sido recibida con entusiasmo en más de 30
países alrededor del mundo. Una marcha pacífica –porque las mujeres
somos portadoras de paz y de vida, no de guerra y muerte- capaz de poner
en agenda los temas de los cuales hemos sido tradicionalmente
excluidas. Levantar la voz en una fecha simbólica es una manera de dar a
conocer al mundo la fuerza y la pertinencia de nuestras demandas y esa
voz debe ser escuchada por el bien de toda la sociedad.
Ser mujer y vivir en una sociedad
machista es algo que pocos hombres son capaces de comprender. Ser mujer
campesina, indígena, pobre e iletrada es como el último sótano de esa
pirámide de derechos humanos repartidos en cuotas. Por este y muchos
otros motivos de la más elemental justicia, es imperativo respetar su
derecho a manifestarse, a elevar sus voces, a decir aquellas verdades
celosamente ocultas por una sociedad permisiva hacia el abuso contra la
mujer y los más desamparados.
De acuerdo con la Comisión Económica para
América Latina y El Caribe, Cepal, cada día mueren asesinadas por razón
de su sexo 12 mujeres en los países latinoamericanos y caribeños. Esta
estadística muestra solo casos en los cuales no se encontró ningún otro
motivo posible para la eliminación física de una mujer. En nuestros
países, en donde la violencia doméstica es una norma de vida, son muchas
más las muertes no contabilizadas cuyo origen reside en la
discriminación por sexo, como las ocurridas durante partos mal
atendidos, trata de personas, negación de servicio de salud por carencia
de insumos o abortos clandestinos,. ¡No más! ¡Ni una menos!
elquintopatio@gmail.com
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