Teresa Mollá Castells*
Ontinyent Según el diccionario de
la Real Academia de la Lengua, el término feminismo se define como la
“Ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos
que los hombres”. Nada escandaloso como vemos. O, ¿acaso sí es
escandalosa esta definición por lo que comporta? Al parecer sí lo es
para muchos machirulos e incluso algunas machirulas.
Si nos vamos al artículo 14 de la Constitución española nos
encontraremos, literalmente, con esta redacción: “Los españoles son
iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por
razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra
condición o circunstancia personal o social”. Y, a menos que, por la
utilización del genérico masculino se nos excluya a las mujeres
españolas de toda la Constitución, dice que somos iguales y sin
discriminaciones.
Por tanto, si pasamos por alto el sexismo lingüístico de la expresión
“españoles” y entendemos que se ha utilizado para englobar a toda la
población española, podríamos afirmar que la Constitución, según el
diccionario de la RAE es feminista, puesto que defiende que las mujeres
debemos tener los mismos derechos que los hombres sin que prevalezca
ninguna discriminación por razón de sexo.
En algunos aspectos se ha avanzado bastante, como los casos de las
ciudades que se han declarado feministas como Terrassa, sobre la que ya
escribí en su momento, y a la que después han seguido Sabadell y Sant
Quirze del Vallés, ciudades que buscan la igualdad de toda su ciudadanía
sin distinciones. Sencillamente acatando la Constitución.
Pero cuando se utiliza el término feminista, saltan las alarmas;
es que el motivo está bien claro. Con una igualdad real se acaban los
privilegios; y el patriarcado, fuertemente arraigado en nuestras
sociedades, se alimenta de los privilegios históricamente autoasignados.
El feminismo busca la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y
hombres, por tanto no debe ser únicamente, un tema de mujeres. La
reivindicación de la igualdad nos atañe a ambos sexos, pero al ser las
mujeres las mayores perjudicadas por el patriarcado, somos las que más
damos la cara. Sin embargo, existen hombres que están a nuestro lado en
esta reivindicación de igualdad real que la informal.
El temor de hombres y mujeres al feminismo viene dado por el miedo a la
pérdida de esos privilegios que se tienen por ocupar espacios
tradicionalmente masculinos, por ceder lo que se ha usurpado de forma
ilegítima a lo largo de la historia: la igualdad en el derecho al acceso
a recursos de todo tipo, sean estos tangibles o intangibles.
Por recursos me refiero a espacios públicos, privados, riqueza, acceso a
la justicia, a la educación, a la salud, a derechos civiles y un
larguísimo “etc”. Pero también y por supuesto a nuestro propio cuerpo de
mujeres para decidir libremente si queremos o no ser madres, sin que
por ello nos convirtamos en “salas de ejecución”, tal como afirmó un
machirulo que anda por la política y que, al parecer, tiene las neuronas
más sueltas incluso que la lengua, que ya la tiene muy suelta.
El perder privilegios no le gusta nadie y por eso aparece el rebote de
toda la caverna, cuando surge la exigencia por parte de las feministas
de la igualdad. No pueden evitar llevar en el ADN aquello de las
jerarquías masculinas naturalizadas por siglos de discursos
patriarcales. Pero no, señores y señoras de la caverna, la igualdad es
un derecho que tenemos reconocido y cada vez que lo niegan, están
negando no sólo el derecho constitucional sino el derecho incluso a la
vida.
Sí, digo a la vida y digo bien, puesto que continuando con la
desigualdad para mantener sus privilegios, permiten los asesinatos de
mujeres, porque desigualdad y violencias machistas siempre van de la
mano.
En ese sentido admiro profundamente a las compañeras y amigas, que en
estos precisos momentos están luchando dentro de sus organizaciones para
que estas pasen a ser también feministas, incluso en sus estatutos como
forma de declarar que su lucha es, también, un compromiso radical (de
raíz) con la igualdad. Pero las resistencias son muchas y fuertes; y no
siempre vienen sólo de la mano de los hombres.
Es triste asistir a esa resistencia de algunas mujeres a la igualdad,
pero tampoco la podemos obviar. Del mismo modo que el machismo no es
sólo una cuestión de la caverna y existen hombres machistas en todo el
espectro político, hay mujeres machistas que no ven con buenos ojos la
reivindicación de la igualdad. Triste, pero real.
Es esperanzador ver cómo en los actos a los que acudimos a sensibilizar
en la igualdad para evitar violencias machistas, o cuando hablamos del
patriarcado y su apropiación indecente de nuestros cuerpos o de los
recursos de todo tipo, cada día asiste más gente joven.
Mujeres y hombres jóvenes a quienes cuando les explicas el término
“feminismo” quedan ojipláticos, y se preguntan el motivo de la
criminalización social de dicho término. Es justo en ese momento, cuando
hay que explicar el profundo e intenso interés patriarcal en
demonizarlo para mantener sus privilegios históricos.
Se nos criminaliza a las feministas por denunciar públicamente
esos privilegios que toman muchas formas; se nos criminaliza porque no
acatamos el orden patriarcal; se nos acusa por exigir libertad absoluta
sobre nuestros propios cuerpos; se nos intenta ridiculizar por pedir
imperiosamente y de todas las maneras posibles, que se nos deje de
asesinar por ser mujeres; se nos exhibe por poner el dedo en la llaga de
las desigualdades; se burlan de nosotras por buscar otro orden social
más equitativo y justo, por buscar relaciones simétricas y con
sexualidades no heteronormativas, entre muchas reivindicaciones más.
La maquinaria patriarcal es muy potente y se camufla constantemente para
sobrevivir a los logros y exigencias del feminismo, de los feminismos,
pero estamos ahí, somos muchas y cada vez son más los compañeros que
saben e incluso sufren el patriarcado cruel en sus propias carnes; los
que se van sumando a esa exigencia de igualdad real entre las personas.
Porque como afirmó Simone de Beauvoir: “El feminismo es una forma de
vivir individualmente y de luchar colectivamente”. Y eso asusta. Al
parecer mucho y a mucha gente, pero que cada cual se analice sus propios
miedos porque las feministas, las personas feministas no vamos a dejar
de luchar individual y colectivamente por ese objetivo final, que es el
de la igualdad real y en todos los sentidos entre las personas.
Que se lo apunte el patriarcado, puesto que es el objetivo final y radical al que no vamos a renunciar.
tmolla@telefonica.net
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
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