Ilka Oliva Corado
Por lo menos una vez al día recibo mensajes de lectores que me dicen
cuestiones como ésta: “no puedo creer que escribiendo como lo hace,
usted viva en Estados Unidos, debería vivir en América Latina,” otros
que van con el machete desenvainado: “claro, escribe desde la comodidad
de Estados Unidos.” Con esto, en ambos lados buscando desvirtuar mi
expresión.
Antes me enojaba mucho, más cuando era gente “humanista” la que me
escribía estas cosas. Debo decir que es gente de izquierda más que de
derecha la que se dirige a mí con este tipo de pronunciamientos. Ven
como traición que yo viva en Estados Unidos y escriba artículos sobre
política latinoamericana.
Sin embargo, una cosa es la clase política y la oligarquía y otra la
sociedad. La sociedad estadounidense es tan común como cualquier otra,
no tiene nada de especial que la haga extraordinaria y nada que la haga
más malvada que las demás. La clase trabajadora es la misma en todas
partes del mundo. Los parias somos universales.
Comprendo el pensamiento porque de alguna manera lo tuve cuando vivía en
Guatemala y todo mi mundo era mi pequeño y hermoso país, pero emigrar
me dio una visión más realista de la diáspora. Convivir con personas de
otras nacionalidades y culturas también me ha ayudado a formarme otro
tipo de criterio, más cimentado, por supuesto, más humano y menos
arrogante. Me ha ayudado a dejar la soberbia de ser guatemalteca sobre
todas las cosas y aceptarme sin fronteras, con la humanidad como patria.
Esto lleva tiempo, no se da de un día para otro. Y se necesita también
un tipo de desprendimiento y humildad que solo la da la experiencia de
vivir el día a día.
No hay escuela más dura que la de emigrar, porque esto significa salir
de la zona de confort, uno se va con la piel en carne viva y como único
recurso la memoria y la identidad. No hay más, por más dinero, por más
desgracias, por más desolación o por más comodidades; en el alma ninguna
de estas trivialidades terrenales tiene cabida. El exilio marca la vida
de todo ser humano, no es para bien ni para mal es para un crecimiento
espiritual. No cualquiera lo resiste, no cualquiera lo sobrevive, no
cualquiera se arma de valor y enfrenta lo desconocido con dignidad. Lo
cualquiera se lanza al vacío sin paracaídas.
Por supuesto, si yo viviera en cualquier otro país en cualquier lugar
del mundo no sería tan atacada, pero como vivo en Estados Unidos,
diríamos que es mi talón de Aquiles como articulista. Lo más fácil sería
que dejara de escribir para no recibir estos ataques e insultos
diariamente y acomodarme en el silencio y el limbo para estar a salvo.
Pero lo fácil me huele a cobardía y llega ese momento en la vida en que
el propio reflejo en el espejo nos pregunta si vamos nadar contra la
corriente o a escondernos en el lugar más oscuro y desolado, donde nadie
nos encuentre.
¿Por qué no tengo derecho a vivir en Estados Unidos? ¿Por qué tendría
que sentirme traidora y avergonzada? ¿Acaso no es parte de la tierra?
¿Acaso yo como ser humano no tengo derecho a emigrar y decidir vivir
donde yo quiera? ¿Para qué es la tierra entonces? ¿Por qué
obligatoriamente tengo que vivir en cierto país o en cierto continente?
Por ejemplo me critican con ferocidad pero esos “humanistas” que me
acusan de traidora por vivir en Estados Unidos, en ningún momento dicen:
veníte a nuestro país y te conseguimos trabajo y una beca en la
universidad para que estudiés y te preparés, aquí entre nosotros
“humanistas de izquierda” te conseguimos un lugar dónde vivir, porque lo
merece porque amás a Latinoamérica. No, qué esperanzas porque al final,
a ninguno de ellos les interesa el bienestar de otro ser humano y mucho
menos si se trata de aportar para el crecimiento intelectual de esta
persona. Son más egoístas que la derecha más recalcitrante. Son la
excelencia para criticar, eso sí.
Conozco la pobreza, la miseria, la exclusión, conozco el trabajo arduo
desde mi infancia, sé lo que son las carencias emocionales y económicas.
No le tengo miedo a eso porque lo he vivido toda mi vida, pero también
tengo derecho a decidir dónde vivir y en dónde mi corazón sienta paz y
mi espíritu serenidad. En este momento de mi vida es Estados Unidos, no
sé si en el futuro será otro el país o el mío propio. Y si decido
quedarme aquí para el resto de mi vida también es mi derecho.
Creo que como humanidad nos hace falta un poco de respeto hacia el otro,
comprender que todos tenemos el derecho a decidir, que esa decisión
debe ser respetada y que lo importante no es dónde vivamos sino qué
aportemos al mundo como seres humanos para transformarlo. ¿Se imaginan
todos viviendo en un mismo lugar, con la misma cultura, rituales, formas
de pensamiento? La belleza de nuestra especie es la diversidad, es lo
que nos engrandece.
¿Acaso no les da felicidad que una latinoamericana viviendo en Estados
Unidos ame la Patria Grande, o esperan de mí artículos donde la
menosprecie y también a nuestros Pueblos Originarios?
Quítense de la cabeza esa telaraña de dónde vivo, porque ustedes no me
dan de comer y no me ayudan a pagar las cuentas, es mi trabajo, sino
están de acuerdo con lo que escribo pues no es obligación que me lean,
evítense escribirme e insultarme porque son ustedes mismos los que se
hacen daño, a mí no me causan ninguno. Ya no.
Y todo esto sucede, ¿saben por qué? Porque soy mujer y me doy el derecho
y el lujo de escribir artículos de opinión que tienen que ver con
política e ideología. Esos señalamientos e insultos son patriarcales,
porque aún hoy en día a las mujeres nos siguen catalogando como
inferiores a los hombres.
Si mis artículos trataran trapeadores y pañales de bebé, pasaría
inadvertida la tierra donde vivo. Si escribiera de mis carencias
emocionales, sería una débil y loca más que lo que necesita (según el
patriarcado y muchos humanistas de izquierda) es un marido que se la
coja todos los días y tener hijos para encontrar la estabilidad
emocional. Nuestro peor enemigo como humanidad es el patriarcado. Tal
vez sí, soy una descarada total, como dicen muchos de ustedes, por
atreverme a enfrentar al patriarcado (que no respeta ideologías) a mí
manera, desde la “comodidad” de Estados Unidos.
En fin, nos creemos inmortales y apenas somos hojas secas que sopla el
viento, solas no hacemos nada, en cambio juntas somos una hermosa
hojarasca.
Como dijo Cristina, “La Patria es el otro,” cuando lo entendamos vamos a
poder avanzar como humanidad. Sí, Cristina, la yegua esa con la que no
pudo Obama ni la ultra izquierda latinoamericana.
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