Desde
hace un bojote de años, los budistas usan una pregunta de lo más
simpática como ejercicio mental: si un árbol cae en un bosque y no hay
nadie cerca que lo pueda escuchar, ¿hace algún ruido? A veces, en la
vida real, nos pasa algo curiosamente similar, aunque pareciera ser todo
lo contrario: un vecino arma una rumba un par de calles más atrás y, si
bien a las 10 y 11 de la noche la cosa parece insoportable,
generalmente a uno lo vence el sueño entrandito la madrugada y, a pesar
de la incomodidad, se duerme. Tal vez no sea el sueño más profundo y
reparador, pero uno cae porque el cuerpo lo pide. También nos pasa a
todos que entramos a una pescadería o a cualquiera otra tienda con un
olor fuerte y, después de media hora, nuestro cerebro aprende a
ignorarlo.
Elija cualquiera de los ejemplos que compartí en el párrafo anterior y dígame si no pasó algo muy parecido la semana pasada con el discurso del flamante nuevo presidente de la Asamblea Nacional. Ni siquiera quienes lo vieron en televisión realmente lo estaban escuchando. La estridencia golpista ha sido tan sistemática y tan incansable desde el año 2013, que se convirtió en un eterno tiquimiqui que hemos aprendido a ignorar. Y es que, si bien la cosa fue una copia al calco del discurso de Ramos Allup del año pasado, esta vez ya no sonaban como amenazas, sino como una especie de rogatoria.
Allá, desde los despojos de parlamento que le dejó Henry, tan inoperantes como la MUD misma y tan legalmente nulos como los modelos de la ONU que hacen los chamos en las universidades, decía Julio que ahora sí Maduro se iba. No con el revocatorio –que todavía es viable y hasta interesante, por cierto– porque ellos lo mataron (eso no lo admitió, claro) sino con una fulana elección general que no está en ningún artículo de nuestra Constitución. Además, parecía pedirle a la providencia que le mandara la anhelada calle con violencia; seguramente para volver a dejar solos a quienes se lancen y llamarlos infiltrados cuando la cosa empiece a salir mal. También se dio el gustazo de pedir que apareciera un Pinochet que los salvara. Todo muy lindo, pues.
Alguna extraña fuerza no les permite ver que corren en círculos. El metro y medio de nazismo que pusieron como vicepresidente, por ejemplo, llama a la violencia hasta mientras duerme. Jamás se pone él en la primera línea, obviamente. Por eso ya nadie cree en él ni en ninguno de ellos. El descontento por la crisis existe, pero no son ellos quienes lo van a capitalizar si no es de carambola. La pelota la tiene el gobierno, a quien el odio de la dirigencia opositora le ha regalado la oportunidad de ir al contraataque sin resistencia, a pesar de que, en teoría, el adversario controla un poder.
@letradirectasd
Elija cualquiera de los ejemplos que compartí en el párrafo anterior y dígame si no pasó algo muy parecido la semana pasada con el discurso del flamante nuevo presidente de la Asamblea Nacional. Ni siquiera quienes lo vieron en televisión realmente lo estaban escuchando. La estridencia golpista ha sido tan sistemática y tan incansable desde el año 2013, que se convirtió en un eterno tiquimiqui que hemos aprendido a ignorar. Y es que, si bien la cosa fue una copia al calco del discurso de Ramos Allup del año pasado, esta vez ya no sonaban como amenazas, sino como una especie de rogatoria.
Allá, desde los despojos de parlamento que le dejó Henry, tan inoperantes como la MUD misma y tan legalmente nulos como los modelos de la ONU que hacen los chamos en las universidades, decía Julio que ahora sí Maduro se iba. No con el revocatorio –que todavía es viable y hasta interesante, por cierto– porque ellos lo mataron (eso no lo admitió, claro) sino con una fulana elección general que no está en ningún artículo de nuestra Constitución. Además, parecía pedirle a la providencia que le mandara la anhelada calle con violencia; seguramente para volver a dejar solos a quienes se lancen y llamarlos infiltrados cuando la cosa empiece a salir mal. También se dio el gustazo de pedir que apareciera un Pinochet que los salvara. Todo muy lindo, pues.
Alguna extraña fuerza no les permite ver que corren en círculos. El metro y medio de nazismo que pusieron como vicepresidente, por ejemplo, llama a la violencia hasta mientras duerme. Jamás se pone él en la primera línea, obviamente. Por eso ya nadie cree en él ni en ninguno de ellos. El descontento por la crisis existe, pero no son ellos quienes lo van a capitalizar si no es de carambola. La pelota la tiene el gobierno, a quien el odio de la dirigencia opositora le ha regalado la oportunidad de ir al contraataque sin resistencia, a pesar de que, en teoría, el adversario controla un poder.
@letradirectasd
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