CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA
La construcción de muros en la mente del
presidente de Estados Unidos no se limita únicamente a las portentosas
vallas de hormigón que pretende plantar en la frontera con México. La
abundante imaginación de este mandatario va mucho más allá, al
reinventar las restricciones para el ingreso de ciudadanos de otros
países por razones de religión, cultura y origen étnico con la excusa de
provenir de países en conflicto y en donde existe presencia de
organizaciones terroristas. Sumado a eso, el señor Trump elevó, con su
sola presencia, el ambiente de temor y angustia entre millones de
inmigrantes en suelo estadounidense —originarios de otros países— cuya
permanencia pende de un hilo sean o no indocumentados.
En realidad, si el estatus legal no ha
sido un valladar para impedir el ingreso de ciudadanos originarios de
Irán, Irak, Siria, Yemen, Somalia, Libia y Sudán por considerarlos un
peligro para la seguridad interior, nada le impide generar una
prohibición para el ingreso de ciudadanos de otras regiones. Miles de
pasajeros fueron detenidos y algunos deportados de inmediato a sus
países de origen el sábado pasado en los aeropuertos de la Unión,
mientras otros fueron sometidos a intensos interrogatorios.
La mayoría de estos pasajeros viajaban
con visa e incluso se impidió el ingreso al país de muchos que ya poseen
el estatus de residente. Los argumentos a favor de la medida por parte
de algunos políticos y analistas de medios de comunicación, no lograron
neutralizar el ambiente de rechazo generado por este drástico operativo,
incluso entre algunos funcionarios del régimen, quienes temen una
reacción masiva de protesta. Este incidente —si se le puede llamar así—
también debe ser tomado en cuenta por los países ubicados al sur de la
frontera con México.
Trump está cumpliendo una a una sus
promesas. La guerra contra el terrorismo islámico convertida en una
“guerra santa” para erradicar todo vestigio de amenaza terrorista de su
territorio, aun cuando muchos de los atentados en suelo estadounidense
han sido cometidos por sus propios ciudadanos. Luego, el rescate de la
economía declarando “América para los americanos” y el desafío que ello
implica con una especie de resaca de la producción industrial y los
puestos de trabajo con el objetivo de crear una nación endógena, cuyos
estándares en términos de ciudadanía estarían orientados a un estricto
sistema de selección para favorecer a los inmigrantes originarios
dominantes, vale decir la población caucásica.
En Estados Unidos, lo latino siempre ha
sido visto de lado. Para una gran mayoría de estadounidenses lo latino
se reduce a México y todo lo ubicado al sur de ese país, sin mayores
distingos. Y dado el enorme flujo de inmigrantes ilegales desde nuestros
países, el estereotipo se ha ido consolidando. Sin embargo, Estados
Unidos se ha enriquecido con el aporte de científicos y profesionales,
artistas y artesanos, gente honesta que ha cultivado sus campos y
construido sus edificios, todos originarios del sur.
Ante los movimientos cada vez más
agresivos de la Casa Blanca por cerrar compuertas, los gobiernos de
América Latina deben reaccionar con energía y certeza con el objetivo de
garantizar un trato digno y justo a sus ciudadanos, quienes han
emigrado para buscar un futuro mejor y alimentan con sus remesas las
arcas de sus países. Que el presidente de Estados Unidos tenga o no
derecho a cerrar los accesos a los inmigrantes es una cosa. Que tenga
derecho a vejarlos y tratarlos como criminales, es otra. Es momento de
demostrar una postura solidaria con esos conciudadanos, algo ausente
hasta la fecha.
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