lunes, agosto 04, 2014
La Haine El Día de la Pachamama es un día de agradecimiento en el que se realizan diferentes actos donde se le da a la Madre Tierra distintos tipos de ofrendas –comidas, bebidas y hojas de coca- para que Ella nos siga dando todo lo que necesitamos. Cada primero de agosto, cuando el invierno comienza a dejarle paso a la primavera, cuando se da inicio a la siembra y a la cosecha, se realiza el rito de tomar caña con ruda, ya que dicen, esto protege contra el mal de ojo y la mala suerte para todo el año.
La Pachamama, o Madre Tierra, es la diosa femenina de la tierra y la fertilidad, una divinidad agrícola benigna concebida como la madre que nutre, protege y sustenta a los seres humanos. En la tradición incaica es la deidad de la agricultura comunal, la más popular de las creencias que aún sobrevive con fuerza en las provincias del noroeste argentino.
Pero no solo las manifestaciones de agradecimiento se heredan. También las luchas y las resistencias de cinco siglos de discriminación, invisibilización, violencia y represión hacia las naciones originarias de Nuestra América. La Tierra amenazada, las mujeres violentadas; la Pacha arrasada, hoy desierta y transgénica; las tradiciones feministas comunitarias olvidadas; un capitalismo neoliberal foráneo, impiadoso, individualista y represivo; y el colonialismo religioso que condena a las luchadoras a vivir una eterna resistencia para la liberación de sus cuerpos. Un heteropatriarcado rabioso, controlador de los saberes, de las expresiones, de los sentires y los deseos. Una academia silenciosa que poco nos enseña a alejarnos de las teorías y las praxis de quienes dominan y no quieren perder sus privilegios; una Pacha ansiosa, que espera recuperar tanta paz, tanto amor y tanta libertad perdidas.
Feminismos desde Abya Yala
Como relata Francesa Gargallo en el prólogo de su libro Feminismos desde Abya Yala, leer, editar y publicar los diálogos que tuvo durante un viaje extenso con diferentes mujeres representativas de los pensares y los sentires de naciones nuestroamericanas, la acercaron a “los feminismos”; este libro “ratificó la urgencia de denunciar la discriminación implícita en los modos de categorizar, definir y demarcar la importancia de una idea o una acción que aprendimos en nuestras universidades, muchas veces públicas, cuando no progresistas. Así como la obligación de reconocer la producción de ideas políticas de liberación de las mujeres”.
Atenta a los procesos de invisibilización de las culturas, Gargallo dice que “como feminista, el otro es alguien que me interesa porque es yo y es nosotras”, diciendo que “las mujeres de Abya Yala –o Nuestra América- construyen modernidades alternativas al colonialismo europeo y la victimización de las colonizadas a la que las relegan las feministas blancas. Sus feminismos, (…), tejen respuestas a los patriarcados que no son necesariamente individualistas, donde lo colectivo y lo personal no se disocian”.
La liberación de la Madre Tierra
Uno de los relatos que recupera Gargallo es el de Aida Quilcue, integrante del Consejo Regional Indígena del Cauca, Colombia, quien expresa que “la Madre Tierra es la mujer de origen. Concebida como mujer, la Madre Tierra contiene la integralidad del Universo. Por ella, la mujer es considerada origen de la vida y transmisora del conocimiento, la que ha preservado todas las prácticas culturales, haciendo que perviva el pueblo nasa”. Relata la dirigente que “de los 102 pueblos de Colombia, 35 (se encuentran) en vías de extinción porque quedan una o dos personas, (allí) el papel de las mujeres ha sido fundamental en la orientación de los procesos organizativos y en la resistencia civil por medio de la espiritualidad propia”.
Para Quilcue una de las estrategias más utilizadas para reducir a los pueblos “fue la invasión ideológica cuya herramienta fue la religión católica, donde los sacerdotes decían que la mujer debe someterse al hombre, creando el machismo como ideología impuesta. Este machismo rompe (…) con nuestra espiritualidad que los curas denunciaron como brujería cuando descalificaron a las mujeres”. Insta a las mujeres a recuperar “nuestro papel en la espiritualidad y por lo tanto en la medicina y la salud propia” y denuncia a los estados y a las religiones diciendo que “cuando un pueblo indígena reivindica sus derechos es terrorista”.
“La liberación de la Madre Tierra es la base de la Ley de Origen. Esta significa también la liberación de las mujeres, que están en riesgo por los actos violatorios de las transnacionales (…) protegernos como mujeres es proteger a la Madre Tierra, proteger la vida, garantizar la permanencia como pueblos milenarios con la orientación de nuestras autoridades espirituales y autoridades terrenales. Nos corresponde hoy a las mujeres salvar la tierra. Tenemos esa gran responsabilidad, no podemos aceptar ser marginadas”.
Ser aymara, feminista y lesbiana
Julieta Paredes es una feminista autónoma y comunitaria; boliviana, aymara y lesbiana. Según Gargallo, su testimonio es fundamental dentro de las experiencias de organización política nuestroamericana ya que sostiene desde el trabajo de las asambleas indígenas que la mitad de todos los pueblos son mujeres y que los cuerpos son elementos de identidad y de afirmación política. “El solo hecho de pensarme como una mujer aymara de barrio, calladita y sumisa a lo que diga mi entorno, lesbiana que a diario tendría que ocultar mi deseo y amor por las mujeres, sería un suplicio. El feminismo le dio a mi vida y mi pensamiento alas de cóndor y cimas de montañas, elementos desde donde miro mi tiempo, mi pueblo, mi historia”.
Paredes forma parte de una corriente de feministas que no se rinde ante hegemonías que muchas veces se pretenden blancas y eurocentristas, “si el feminismo fuera una palabra que solo tuviera significado para las mujeres en el norte, y si feminismo fuera una acción inventada por ellas, entonces Mujeres Creando, creo yo, no sería feminista. Seguiríamos la raíz de la lucha de las mujeres de nuestras tierras, que sin duda daría también hermosos frutos de conceptualizaciones y prácticas por la vida”. Y concluye “el feminismo no es una teoría más, es una teoría, una concepción, una cosmovisión, una filosofía, una política, que nace desde las mujeres más rebeldes ante el patriarcado (…). La base de existencia de la que viene el feminismo son las mujeres pensándonos y sintiéndonos a nosotras mismas y pensando y sintiendo a los otros, a las otras, y a naturaleza también”.
Desde abajo y a la izquierda
Por su parte, para la antropóloga e historiadora mejicana Sylvia Marcos, renombrada por Francesca Gargallo en Feminismos…, la marginalización en las escuelas, en el conjunto de la sociedad y aun en los movimientos de mujeres de la presencia indígena forma parte de un proceso de invisibilización que responde a una necesidad de obviar las alternativas al saber que avala el statu quo heredado de la colonia. Considera que para que esto cambia se debe comenzar por cuestionar la centralidad de Occidente para el feminismo nuestro americano, “el capitalismo, especialmente en su vertiente neoliberal que absolutiza el libre mercado y requiere la explotación voraz de la naturaleza sin controles ni regulaciones constituye otro frente en que las demandas feministas deben de enmarcarse. Hasta el levantamiento zapatista en enero de 1994, las demandas referentes a derechos de los pueblos indios y las críticas a su situación de explotación y marginación estuvieron virtualmente ausentes de los movimientos sociales mejicanos, por lo que la discriminación y el racismo han sido integrados al contexto socio- cultural y económico del país”.
Por eso, “rescatar la tradición intelectual feminista, desde ´abajo y a la izquierda´, implica mucho más que elaborar un análisis feminista utilizando las referencias y criterios epistemológicos establecidos. Se requiere de una epistemología feminista descolonizada”.
Laura Salomé Canteros es editora de Géneros de la revista Marcha.org.ar
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