Rosa Amelia Asuaje.
Cuenta el gran Homero en su canto VI de Ilíada un momento singular que solo reviste importancia para nosotros si nos identificamos con él. Resulta que en pleno combate entre aqueos y troyanos, se encuentran el aqueo Diomedes y el troyano Glauco, al verlo, Diomedes le pregunta a Glauco sobre su linaje y origen. Entonces Glauco, hijo Hipóloco, le responde a su oponente de dónde proviene y quién es su padre; al escucharlo Diomedes, hijo de Tideo, recuerda que sus padres fueron amigos en otros tiempos en que la guerra no había mellado sus corazones y que entre ambos padres había existido, inclusive, el principio de la hospitalidad, acto de cortesía muy importante en el mundo antiguo griego, pues de él derivaría la posterior noción que hoy en día tenemos de los embajadores que deben ser atendidos gratamente por el país que los recibe.
Así pues, y por esa vieja amistad de familia que los unía, ambos deciden no luchar, pues estarían violando el viejo principio de la hospitalidad. Recuerdo que en ese canto, el aqueo Diomedes le responde al troyano Glauco: "Tengo a muchos troyanos y a muchos aliados famosos que matar, si algún dios me los pone al alcance. Tienes tú a otros aqueos a quienes matar, si es que puedes. Y cambiemos ahora las armas a fin de que todos sepan que nos gloriamos de haber sido paternos huéspedes. Dijo así y descendieron los dos de sus carros brillantes y las manos, en prueba de amigos, los dos se estrecharon."
Este aleccionador pasaje nos demuestra cómo, en medio de un sangriento combate, dos amigos de la infancia son capaces de apartar las lanzas de sus cuerpos y estrecharse las manos en señal de la paz que en otros tiempos reinó entre sus familias. Lamentablemente, no muchos de nosotros somos capaces, hoy en día, de apartar nuestras pasiones y tenderle el abrazo al amigo que en otros tiempos compartió con nosotros momentos de grata cercanía.
Hoy fui a almorzar con mi familia a un restaurante de una gran amiga de muchos años atrás; al pasar aproximadamente una hora de nuestra llegada, arribaron al mismo sitio dos entrañables afectos de mi juventud universitaria; el primero, un querido profesor que me enseñó a apreciar la música clásica desde su cátedra impecable de Historia de la música en mi Facultad de Humanidades; su compañera, amiga afable de mis primeros años en la Maestría en Lingüística, maestra que me enseñó tanto y a quien le debo gran parte de lo aprendido luego de años de trabajo en compañía, siempre respetuosa; sin duda, una de las mejores profesoras que tuve y a quien admiré siempre por su excelente nivel académico; una de las poquísimas personas a quien me atreví a mostrarle algunos de mis poemas sobre el arte poética.
Resultó que al verlos llegar les sonreí e intenté levantarme para abrazarlos cariñosamente como siempre; como respuesta recibí un mohín de ambos, y como si nunca me hubiesen conocido, voltearon sus cabezas para ignorarme. Quisieron las Moiras, esas que tejen el destino de los hombres, que el anfitrión los sentara justo a nuestro lado. Quisieron las Moiras que ellos me ignoraran, dándome la espalda en señal de la descortesía más abrumadora que había experimentado en años. Quisieron las Moiras que ese almuerzo fuese amargo para todos, porque en medio de la guerra, no fue posible que alzáramos nuestras lanzas en honor a los hermosos tiempos compartidos en el pasado.
El destino determinó que la intolerancia política de mis entrañables amigos reinara sobre la cortesía. A cambio, unos kakoi daimones1 se posesionaron del lugar y oscurecieron nuestro almuerzo. Nosotros, en señal de amabilidad, pedimos la cuenta lo antes posible y al salir nos despedimos gratamente; en mi caso, recibí el mismo mohín del principio, ese feo gesto que enturbia el alma y que logró borrar de un plumazo una amistad de casi 20 años que yo estimaba como pocas.
Al regresar a la ciudad, recordé ese episodio en que Diomedes y Glauco, siendo contrincantes, se daban la mano por respeto al pasado vivido. Lastimosamente ello no sucedió hoy. Ese momento repite, ad infinitum, el caso de muchos venezolanos a quienes la política ha oscurecido sus corazones hasta hacerlos carbón de tanto odio.
Hubiese esperado un destino más noble para esa vieja amistad, al menos un poco de cortesía, viniendo de una estudiosa de este aspecto en Venezuela. Creo que esta vez, ella no le hizo honor a los estudios que la han hecho destacar como una de las mejores y más productivas lingüistas que tiene nuestra Universidad de Los Andes, precisamente, por ser pionera en los estudios de la cortesía en nuestro país.
No sé hacia dónde iremos a parar cabalgados por tanto ira, sólo sé que espero que algún día, pueda estrechar los brazos de esa amiga y compañera de trabajo a quien me unen recuerdos maravillosos, verdaderos regalos de la vida.
1 Con el nombre de kakoi daimones espíritus
malos la mitología griega llamaba a aquellos espíritus que, muchas
veces, se posesionaban del alma de héroes antes de librar una batalla o
de un lugar, antes de que sucediera un hecho sangriento. Había
igualmente agathoi daimones, espíritus buenos que acompañaban, especialmente a los enamorados.
Profesora Filóloga Clásica, Msc en Lingüística y Doctora en Lingüística. Universidad de Los Andes
caracolablue@gmail.com @caracolablue
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