Luis Britto García.
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¿Qué ha sido Venezuela para nuestros narradores? Para los románticos, compilación de anécdotas de picaresca costumbrista; para los positivistas, catálogo de taras raciales hereditarias agravadas por el mestizaje; para los izquierdistas, relampagueante violencia prometeica. En el último tercio del siglo XX, sin embargo, se va perfilando una narrativa que intenta la recuperación de una imagen del país sin el cotejo con un proyecto sociopolítico de gran escala. Me gusta llamarla la teluricidad personal: el retorno al terruño, pero no desde la óptica del reformista que regresa como predicador, sino desde la del hombre que espiritualmente nunca se ha separado de su región, al extremo de ser una misma cosa con ella.
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Este enfoque se patentiza en 1970 con El osario de Dios, de Alfredo Armas Alfonzo. La obra impone una pauta que seguirán la mayoría de quienes cursan el tema: el narrador confundido con los personajes; la sencillez y la coloquialidad en el lenguaje, la tensión poética, la fragmentación y la extrema brevedad de los textos. Dichos rasgos caracterizan también a Compañero de viaje, de Orlando Araujo, y a los textos de tema rural de Rajatabla, libros publicados el mismo año. También los comparten Redes maestras y A dos palmos apenas, de Efraín Hurtado; Gracias por los favores recibidos, de Orlando Chirinos: Zona de tolerancia, de Benito Yradi, Memorias de Altagracia de Salvador Garmendia y Diccionario de los hijos de papá y Buchiplumas, de César Chirinos. Se trata casi sin excepción de autores provincianos que han buscado una nueva vida en las urbes; las encuentran hostiles e ininteligibles y tratan de reconstruir una utopía en las sagradas tierras de la memoria. Casi todos han sido afectados por el choque cultural de un desarraigo temprano y de una vida anfibia entre metrópoli y ruralidad. Hasta César Chirinos, epítome de zulianidad, nace en Coro y resume ancestralmente herencias del hebraísmo sefardí, de la africanidad y de las mil corrientes que confluyen en los embarcaderos corianos y zulianos. Desde 1632 vienen de Holanda a Curazao y de allí a Coro los judíos sefardíes, que hablan castellano, y que también trafican esclavos del África. Un puerto es un ágora donde todas las etnias y las culturas se encuentran y se mezclan. Entrevistado, declara César sobre su verba: todos los del área del Caribe que hemos vivido en los puertos, tenemos ese lenguaje que es propio del Caribe.
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César reconstituye esa inmensa orilla mediante una densa elaboración lingüística: su terruño y sus orígenes se funden en una manera de decir: un habla. Ya desde los títulos nos asaltan agresivos regionalismos: El quiriminduña de los ñereñeres, Buchiplumas. Sí, hemos dado con el barroco, la primera de las constantes del espacio alucinatorio del Caribe: la intrincación, el agobio decorativo que como el calor lo llena todo. Leamos esta línea inicial de El quiriminduña: La mano de tres dedos en situación redonda tiembla en una de sus penumbras. Cursemos este final de Sombrasnadamás: Es entonces cuando tu pluma y tu vida se integran sublimemente para hacerse poeta y asumir la reciprocidad de los protagonistas terráqueos temporales y los protagonistas imperecederos universales, sin teomanía, sólo con el símbolo de tu voluntad de palabra, ejercido como oficio de guerra del amor. En la prosa de César predomina la función poética, aquella referida al lenguaje mismo. Así como el autor participa de las herencias culturales africanas, sefardíes, corianas y zulianas, su escritura se mueve entre la prosa, la dramaturgia y el verso. Como declara a Daniel Fermín; "Yo entendí, en el pasado, que la poesía se quedaba corta para decir todo lo que quería decir. La dejé por el cuento, el teatro y la novela (...). Ahora utilizaré los recursos de esos tres géneros para hacer poemas. Vuelvo a ella porque agoté la prosa".
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Pero quien dice barroco dice musicalidad y sensualidad. Escuchemos al César que declara para Yordi Piña: Claro porque yo soy hijo de afrodescendientes. Siempre lo digo, en África el sentido guía es el oído, pero en occidente es el ojo, pero éste tiene errores. Con el oído yo recojo y trabajo con los haceres no con los seres, como dijo Octavio Reyes, el escritor mexicano, quien dijo que los haceres son uno pero los seres son muchos. Soy espontáneo al escribir porque si hiciera esfuerzo no lo haría. Veo las imágenes y me impulsan a escribir, hasta la más simple. Con estas brújulas sensoriales cursa César sus laberintos, sin ayuda de los padres iletrados y sin más academia que un tardío doctorado Honoris Causa que reconoce una obra ya plena. El mar y el lago gradúan maestros de la vida, atentos al percance del infinito.
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Mas las fiestas del cuerpo del Caribe son sólo disfraz para la lejanía, para el desasimiento. En las novelas del terruño el sujeto se debilita mediante la difusión de la anécdota entre centenares de pequeñas criaturas. Los personajes de Alfredo Armas Alfonzo en El osario de Dios y El desierto del ángel, de César Chirinos en Buchiplumas y Diccionario de los hijos de papá, son muchedumbres, sujetos colectivos. Sus autores se niegan intencionalmente a hacer de uno de ellos protagonista. Así, el personaje principal del Diccionario parece resumir la zulianidad. Ha sido hombre Shell u hombre Creole, de los que se quitan las mancuernas de los puños de la camisa para jugar billar. Ha participado en aventuras fantasiosas, como el lanzamiento de un globo aerostático; es fiel a la tradición que prefiere los sanitarios de cadena Boy; maneja un camión hasta que el rayo del síncope lo abisma. En esta profusión de seres y de acontecimientos, incluso el narrador, cuando se presenta como un testigo de los hechos, aparece borrado o borroso. El sujeto es sólo una voz ansiosa de fundirse y confundirse en la comunidad inmensa de las voces, que son la memoria.
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Una algarada de seres sin voz y sin música de los que incendian universidades y preescolares cortó unas vías y me impidió decirle personalmente estas palabras al admirado César. Jamás quemarán el símbolo de la voluntad de palabra, ejercido como oficio de guerra del amor.
(TEXTO/FOTO: LUIS BRITTO)
Fuentes:
Chirinos, César: Diccionario de los hijos de papá. Edificaciones Guillo, Maracaibo. 1974.
-El Quiriminduña de los Ñereñeres. Monte Ávila Editores, C.A. Caracas,1980.
-Buchiplumas. Monte Ávila Editores C.A. Caracas, 1987.
-Mezclaje. Fundarte, Caracas, 1987.
-Sombrasnadamás. Editorial Planeta Venezolana S.A. Caracas, 1992.
Piña,Yordi: César Chirinos encuentra en haceres la tinta de su pluma caribeña, YVKE radio. 21-3-2014.
Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo.
brittoluis@gmail.com
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