Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
La respuesta parece clara: sin dirección revolucionaria no puede haber Revolución, y sin teoría revolucionaria no puede haber dirección revolucionaria. Ambas son requisito indispensable, forman el núcleo central de la Revolución.
Los ataques a las revoluciones se hacen principalmente a este núcleo, se busca debilitarlo, fragmentarlo y, finalmente, aislarlo de las masas. Cuando ese núcleo se conecta con las masas, la Revolución es inevitable. Cuando este núcleo se pierde, la Revolución es imposible. La trinchera de ideas, la idea en el fondo de una cueva de que nos hablaba Martí, supone una dirección que las encarna.
Este núcleo debe ser monolítico, extremista, radical. Cualquier fisura, cualquier concesión en la teoría o en la práctica, será como un virus que se multiplicará, y cuando se caiga en cuenta será demasiado tarde, ya todo estará tomado por el germen contrarrevolucionario.
Es así, toda concesión condiciona nuevas debilidades. De esta forma, se construye un castillo de naipes, donde un paso hacia la derecha exige nuevos pasos, cada excusa produce nuevas excusas, al final, todo se derrumba y sólo queda el capitalismo que se ocultaba tras la simulación.
El corrimiento hacia la derecha se autoalimenta, de esa dinámica surgen los hombres que la encarnan, las acciones que la soportan, y luego comienza la persecución de ideas y de hombres. Primero es solapada, justificada de mil maneras que ocultan al monstruo abriéndose paso en las entrañas de la Revolución. Se dice que alguien es grosero, que otro pone en peligro el camino porque es muy extremista, que el de más allá está bajo sospecha de no sé qué cosa, que otro es ineficiente, que el de más allá no le cae bien al de más arriba. Y así, de concesión en concesión, se camina hacia la restauración.
Se cierran las vías de comunicación del que disienta, se deforman las ideas, los aparatos de propaganda están al servicio del monstruo que crece indetenible.
En ese ambiente, se toman medidas que favorecen al capital.
La
Revolución Chavista sufre de este corrimiento hacia la derecha. No es
necesario recapitular todos los malos pasos que se han dado, es
suficiente revisar algunos: primero se convocó a cisneros y a mendoza,
se dijo que era para conversar solamente, en pocos meses ya vamos
construyendo un nuevo pacto de punto fijo (perdón, no es pacto, es
acuerdo) siguiendo al “plan cisneros”, y sólo se muestra, rapidito, la
portada del Plan de Chávez, del Plan de la Patria.
Ahora, sin tapujos, se invita a los partidos de oposición a hacer una coalición siguiendo instrucciones del inefable lula. En lo económico seguimos las indicaciones de los capitalistas y, asombroso, formamos nuevos burgueses con los dólares baratos y fáciles. El paradigma hoy es el capitalismo chino.
El deslizamiento parece indetenible, es sospechosamente unánime la aceptación a la claudicación de la dirección, no se oyen voces disidentes, todas calladas por el chantaje de la unidad y de la lealtad.
Hay que ser leales al mandato de Chávez del 8 de diciembre: apoyar a Maduro, al Socialismo y cuidado con el reformismo. El mandato del Comandante se debe asumir en bloque, los tres componentes: ¡Maduro, Socialismo y horror al reformismo!
El chantaje de la unidad como el chantaje de la búsqueda de la paz, son dilemas falsos: la unidad sin límites ideológicos es contrarrevolucionaria, la búsqueda de la paz entregando a la Revolución, a sus principios, además de ser una traición, es una candidez.
¡Seamos como Chávez! ¡Hagamos la Revolución!
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