AUGUSTO HERNÁNDEZ
El fenómeno social, político y mediático que representa el presidente Hugo Rafael Chávez Frías no se extinguirá, aun cuando, lamentablemente, su fallecimiento ocurra en el ocaso de este año de altibajos sorpresivos.
El líder revolucionario ideó todos los métodos imaginables para que su mensaje encendiera la chispa y alimentara el fuego espiritual de los venezolanos más pobres. He señalado, y lo repito, que cada ser lúcido en este país tuvo oportunidad de conocer de primera mano el pensamiento del mandatario a lo largo de miles de horas de exposiciones radiotelevisadas. Aún aquellos que intentaban evitarlo debieron escuchar muchas veces sus intervenciones públicas salpicadas de los más variados elementos: música, anécdotas, reprimendas a funcionarios, arengas, poemas y, de vez en cuando, hasta alguna lágrima.
No digo nada nuevo al señalar que revolucionó los parámetros comunicacionales e incorporó toda su habilidad como histrión al discurso presidencial. El resultado fue una comunicación total entre el gobernante y los sectores populares, sin necesidad de intermediarios. Chávez fue, simultáneamente, jefe de Estado, líder parroquial y agitador de base.
Si bien parangonó las figuras de Cristo y El Libertador, no necesitó atribuirse sus virtudes, pues el fervor popular lo dotó de un perfil propio, con algo del uno y del otro, pero, en lo básico, con sus propios encantos y defectos, que también resaltaron por la sobreexposición mediática.
Hasta el más antichavista de sus adversarios recordará mientras viva las parrafadas del Presidente en diversos escenarios, aunque casi siempre con un fondo de arpa, cuatro y maracas que se hizo característico.
Por lo demás, nadie puede negar que el estadista criollo tuvo momentos estelares como casi ningún dirigente latinoamericano los ha tenido en esta época ante la comunidad internacional. Entonces, brilló con luz propia, con un verbo de excepcional claridad, al señalar problemas puntuales que separan a los ricos de los muy pobres.
Ese Chávez se mantendrá como el revolucionario sin miedo que delató situaciones intolerables y les quitó las máscaras a los jerarcas del poder transnacional.
augusther@cantv.net
No digo nada nuevo al señalar que revolucionó los parámetros comunicacionales e incorporó toda su habilidad como histrión al discurso presidencial. El resultado fue una comunicación total entre el gobernante y los sectores populares, sin necesidad de intermediarios. Chávez fue, simultáneamente, jefe de Estado, líder parroquial y agitador de base.
Si bien parangonó las figuras de Cristo y El Libertador, no necesitó atribuirse sus virtudes, pues el fervor popular lo dotó de un perfil propio, con algo del uno y del otro, pero, en lo básico, con sus propios encantos y defectos, que también resaltaron por la sobreexposición mediática.
Hasta el más antichavista de sus adversarios recordará mientras viva las parrafadas del Presidente en diversos escenarios, aunque casi siempre con un fondo de arpa, cuatro y maracas que se hizo característico.
Por lo demás, nadie puede negar que el estadista criollo tuvo momentos estelares como casi ningún dirigente latinoamericano los ha tenido en esta época ante la comunidad internacional. Entonces, brilló con luz propia, con un verbo de excepcional claridad, al señalar problemas puntuales que separan a los ricos de los muy pobres.
Ese Chávez se mantendrá como el revolucionario sin miedo que delató situaciones intolerables y les quitó las máscaras a los jerarcas del poder transnacional.
augusther@cantv.net
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