sábado, 2 de abril de 2011

Clamor de una madre desplumada.

Carola Chávez 



Hoy escribo como una madre que acaba de llegar del supermercado, desplumada, aturdida, con varias bolsitas a medio llenar, que hace menos de seis meses costaban doscientos bolos y que hoy -confieso temblorosa- me costaron cuatrocientos.
¿Qué compré? Pues, champú -el más barato-, jabón de lavar ropa, zanahorias, lechuga y cambur, una galletas dulces y otras saladas, aceite, leche, queso y pan… No compré vinos carísimos, ni exquisitos canapés. No compré carne ni pollo porque eso se compra en PDVAL. Una compra sencilla que cada día es más complicada de hacer.
Los precios aumentan, literalmente, frente a mis ojos: empleados remarcan productos con absoluta impunidad. El libre albedrío comercial degenera en usura, acaparamiento, angustia, carritos medio vacíos…
Paso de madre que hace mercado a columnista al borde de un colapso nervioso: Mi compu, herramienta del alma, se está desarmando bajo mis dedos: Se congela, se apaga, parpadea agonizante la pantalla, borra mi artículo casi terminado, pasa a peor vida, mi fiel compañera y yo, impotente, me enfrento otra vez al fantasma de la especulación: -Once mil bolos Señora. ¿Pero cómo, si la vi en internet por menos de mil dólares? -Bueno, es que el cambio paralelo. ¡Pero si a ustedes les dan dólares de Cadivi! -Si pero no es negocio, Señora, y si me disculpa tengo estafas, perdón, trabajo que hacer.
He ahí el meollo del asunto: Los dólares de todos los venezolanos en manos de algunos pocos sinvergüenzas. Me asombra cómo los ilícitos cambiarios parecen ser cosa de peces chicos, mientras nadie ve a los peces grandes chupándonos hasta el huesito, aprovechando nuestro limitado -a 400 dólares- derecho de comprar directamente, en mi caso una compu, a un precio justo y asequible, y darle la vuelta al especulador.
Y son computadoras, queso, galletas, champú, pañales, papel toilet… Hoy andar limpio y olorosito implica quedarse limpio. Son las franelas, los zapatos, los cuadernos, la pieza que se le jodió a mi carro… y Cadivi suelta que suelta dólares y los ricos más ricos… Y uno se pregunta si es verdad que nadie se ha dado cuenta de que nos están estafando.
Repica con angustia en mi cabeza el hecho de que ningún diputado de oposición mencione a Cadivi, ni siquiera aquel día en que presentaron cuentas los ministros del sector económico: ¿Por qué ese silencio si el control de cambio es el peor dolor de cabeza de sus votantes dolarizados?
Y digo yo: Si los comercios tuvieran un cartel visible que dijera que sus productos fueron adquiridos con dólares de Cadivi, y estos, a su vez, fuesen etiquetados con el precio máximo de venta al público, seguro que veríamos bajar los precios en picada y las mamás volveríamos del mercado, ya no desplumadas, sino muertas de la risa.



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