domingo, 17 de abril de 2011

Renuncia majunche.

Roberto Hernández Montoya




La picaresca opositora es tan majunche que para ella Hugo Chávez renunció en abril de 2002. Evidencias: un documento que no existe y un testimonio. Sin contar su magnum opus, son chef-d'œuvre, chéf li yo, il suo capolavoro, its masterpiece, sein Meisterstück, a sua obra-prima, su obra maestra, pues, su máxima producción intelectual, su destilación más exquisita, su resumen sublime, la doctrina insuperable de las mejores mentes de la oposición, es decir, el Acta de constitución del Gobierno de Transición Democrática y Unidad Nacional del viernes 12 de abril de 2002. Pero, por la envergadura cardinal de ese monumento de la inteligencia humana, hablaré de ella al final.
  El papel inexistente fue el que Napoleón Bravo leyó por Venevisión en un acto con el que pasará a la historia, cosa que obviamente le sabe a casabe. El comentado testimonio fue de Lucas Rincón.
  Supongamos, en beneficio del argumento, que son ciertos el documento y el testimonio.
  En primer lugar nada que se firme bajo presión tiene validez. Y Chávez estaba «custodiado por militares preñados de buenas intenciones» (no se sabe ni quién los preñó ni cuándo alumbrarán). O sea, secuestrado.
  El Presidente o Presidenta renuncia ante la Asamblea Nacional, la que encarga de la Presidencia a quien ocupe la Vicepresidencia. Y si no hay Vicepresidencia por falta absoluta, su ausencia es cubierta por quien ocupe la Presidencia de la Asamblea Nacional. Hay, pues, una línea de sucesión bien prevista.
  Pero los rábulas de la oposición, empezando por quienes produjeron ese trofeo jurídico que es el Acta de Pedro Carmona Estanga, que ya no defiende ni Pedro Carmona Estanga, pretenden que se puede coger un papel, garrapatear un decreto así nomás, tirarlo sobre un escritorio e irse a casa. Pues no. Nadie en el Estado puede dimitir así. Debe presentar la renuncia, aceptarla una autoridad, esperar sustitución; lo demás es abandono del cargo y delito.
  Para estos rábulas (rábula es, según la Real Academia, 'abogado indocto, charlatán y vocinglero') basta con mandar a decir que uno renunció. Tienes cónyuge, le mandas a decir que rompes y listo, divorciados, por ejemplo.
  Decir rábula majunche viene siendo como redundante, pero quienes en ausencia de Bolívar produjeron, aclamaron y firmaron en Miraflores el Acta inmarcesible de Carmona, afirmada en una masacre alevosa, son capaces de lo que sea.
  Veamos apenas solo dos puntos geniales de esta Acta prodigiosa (puedes leerla en http://bit.ly/aQtS3J). Su principal argumentación fue que Chávez se había arrogado todos los poderes públicos. Respuesta: asignárselos a Carmona, con lo que confiesan que el problema no era la supuesta acumulación de poderes, porque también sería malo asignárselos a otro solo individuo, o sea, Carmona. El problema para ellos era Chávez.
  El otro punto: Carmona se juramentó, ya Presidente, para «cumplir y hacer cumplir» la Constitución de 1999, la que incumple en el mismo acto de jurar cumplirla, pues llegó al cargo contra todo lo previsto en esa carta magna para ello. Perfecto. Pocas veces en la historia humana se vio una colección tan perfecta de bufonadas. Es como El Quijote: cada vez que los leo les hallo algo nuevo.
  ¿Hablamos de los adecos «buscalavida» que Clodovaldo Hernández llama «pedigüeños bilingües»?
  En fin, como dice Chávez, una dirigencia majunche. Y pícara. Tanto que a Ojeda ni lo ignoro.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com

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