“Si la clase dominante ha perdido el consenso, no es más dirigente, es únicamentedominante, detenta la pura fuerza coercitiva, lo que indica que las grandes masas se han alejado de la ideología tradicional, no creyendo en lo que antes creían”. Antonio Gramsci.
“Yo si opino porque sé, yo cuando opino sé”. H. Ramos Allup
Es necesario reiterar que el debate desarrollado en la AN en el acto de juramentación de los diputados del Parlatino demuestra que si se puede dar un debate político-ideológico de altura, sin descalificaciones personales ni demagogia ni estolidez. Son grandes las expectativas que se tienen de los debates en la nueva AN, como foro político por excelencia y como fiel expresión del gran debate nacional desplegado en torno a temas trascendentales para el país como lo son, por ejemplo, el del socialismo bolivariano, indoamericano y el de la integración de Nuestra América.
Las intervenciones de Ramos Allup y Aristóbulo evidenciaron una realidad política-ideológica que, aunque conocida y perogrullada, tenía tiempo sin manifestarse con la claridad con que lo hizo en esta oportunidad: existen dos visiones que, más que encontradas, colisionan violentamente en lo que se refiere a las concepciones de democracia, de integración, de soberanía -que postulan y defienden la Revolución por un lado y la oposición por otro- entre otras que se expresaron en el ágora. Sin embargo, llamó mi atención, luego de ver otra vez y con mayor detenimiento el referido debate editado y publicado ayer por este medio, lo que al parecer constituyó una especie de punto de encuentro conceptual entre Ramos e Istúriz, más allá del giro democrático que quiso darle este último en el apogeo del debate, lo cual indica que -en el fondo- no existe ni puede existir tal acuerdo. Se trata del concepto de Hegemonía expuesto por el adeco a partir del concepto gramsciano, y que el pesuvista utilizó “a su favor”.
En el marco del recalcitrante -y completamente fuera de la realidad- discurso opositor de que en Venezuela hay una dictadura que se impone de la mano de Chávez, el jefe político adeco, luego de hablar de Marx, Lenin y Gramsci y presentándose como un político tolerante de quienes defienden esas ideas, dejó claro su concepto de Hegemonía:
“La palabra Hegemonía tiene única e invariable interpretación… Por supuesto yo no le voy a pedir a nadie que a estas alturas marxista o no marxista se lea a Marx, ni a Lenin, ni a Gramsci, pero que el presidente anuncie de manera reiterada –y además de manera muy clara, en esto tenemos que reconocer que el Presidente Chávez no ha edulcorado el lenguaje ni utilizado circunloquios, habló directamente-: Hegemonía, hegemonía significa preeminencia o imposición de un sector o clase sobre todas las demás a las buenas o a las malas; eso es, y cuando alguien habla de una democracia donde hay preeminencia o prevalencia de sólo un sector sobre todos los demás, independiente de correlaciones cuantitativas eso no es democracia…”
Evidentemente y a todas luces, una estafa conceptual. En primer lugar, el discurso, la palabra, puede crear realidades. El lenguaje nos sirve para nombrar al mundo y para apropiarnos de él y el discurso político define al mundo, a una determinada realidad social, en función de intereses que pueden ser personales, grupales, humanitarios o liberadores, para accionar sobre él de formas específicas que emanan de definiciones que expresan distintas visiones de mundo. En segundo lugar, como bien lo dijo Aristóbulo, una palabra que se escribe igual y que suena igual puede tener significados completamente diferentes; situación que se da con particular frecuencia entre las palabras que, más que palabras, son conceptos políticos que como tales están sujetos a varias interpretaciones dependiendo de cual sea el lugar teórico-político desde el cual se enuncien, ya sea desde el pensamiento liberal, conservador, socialista, etc.
Otra cosa es la estafa conceptual. Lo que dijo Gramsci lo dijo Gramsci. No es que Ramos Allup se haya desgañitado intentando una hermenéutica actualizada del concepto de Hegemonía. Lo que si hizo fue visibilizar y falsear un solo aspecto del concepto para fortalecer el discurso del Chávez dictador, tergiversando el significado teórico gramsciano. Yo podría, en el apogeo de un debate, luego de pedir al foro que no lean a Erich Fromm, decir que Chávez expresa un patológico “Miedo a la libertad” (y por tanto miedo a la democracia) porque defiende el fortalecimiento del papel regulador del Estado en la economía, o porque critica la fragmentación social o la propiedad privada de los medios de producción. Puede que lo que haya dicho Erich Fromm tenga cierto nivel de sutileza y profundidad, pero esta sutileza no se podría utilizar para convertir a un pensador crítico y humanista -como lo es el autor de la Escuela de Frankfurt- en un defensor del capitalismo neoliberal.
La trampa principal que tendió Ramos se detecta desde el principio de la cita: “la palabra hegemonía tiene una única e invariable interpretación”. Esto es falso desde la primera palabra a menos que aceptemos la perversa permutación entre la palabra hegemonía como parafraseo de la definición que ofrece la Real Academia Española, y el concepto Hegemonía tal como lo planteó Gramsci. Una cosa es la semántica o la etimología, y otra una categoría o concepto que sirve para interpretar la realidad sociopolítica. Como afirmamos en artículo anterior, revisar la Wikipedia u otros ensayos que se pueden encontrar en la Red sobre el tema no hubiera estado de más. No resulta difícil deducir que Ramos tomó la acepción del vocablo que ofrece el diccionario, aderezándolo como no, con un poco de veneno antidemocrático. Veamos: “hegemonía significa preeminencia o imposición de un sector o clase sobre todas las demás a las buenas o a las malas”.
Pero el diccionario lo que dice es “Supremacía que un Estado ejerce sobre otros, o, en su segunda acepción, “Supremacía de cualquier tipo”. Ahora bien ¿Cómo es eso de “a las buenas o a las malas”? Ésta es la trampa principal. Una trampa, por cierto, que recuerda el concepto clásico que del poder político ofrece el teórico occidental por excelencia del orden político burgués, Max Weber: “Poder significa la capacidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad” (Weber, 1977). ¿Práctica política clásica del Pacto de Pto. Fijo? No le vamos a pedir a Ramos Allup o a cualquier otro político opositor que lea a Max Weber, pero difícilmente podamos creer en eso de que “Yo si opino porque sé, yo cuando opino sé”.
Pero, entonces ¿que es la Hegemonía y por qué el Presidente Chávez y otros voceros de la Revolución han utilizado el concepto? Una clase es hegemónica si, aparte ejercer la suprema autoridad política y controlar sus conocidas formas de violencia institucional (entiéndase el Estado y las Fuerzas Armadas), lo que habla de su carácter de clase política dominante, ejerce también la dirección intelectual y moral sobre las demás clases y sectores de la sociedad. Esto último lo logra en virtud del trabajo realizado por las instituciones de la sociedad civil, que también podemos llamar controladores sociales del sistema o instancias productoras de falsa conciencia: el sistema educativo en todos sus niveles, la iglesia y las empresas de información y entretenimiento. Vale decir que dicho concepto es aplicable a toda sociedad capitalista dividida en clases, donde precisamente la minoritaria clase burguesa domina la sociedad política, que no olvidemos es expresión de su gran poder económico, y logra mantener dicha situación de injusticia y desigualdad por medio del trabajo ideológico incisivo y permanente de, por ejemplo, los llamados “medios de comunicación” y su pasmoso conglomerado de universos y símbolos con los que, efectivamente, dominan mentes y corazones.
Tenemos entonces, que esta capacidad estratégica de dirección espiritual es lo que hace que la clase dominante sea también una clase dirigente y por tanto clase hegemónica. Las instancias productoras de ideología como falsa conciencia, son las que construyen el consenso, lo cual indica que los grupos sociales excluidos, subalternos, oprimidos, despreciados, han comenzado a pensar como la clase que los excluye y domina. Es decir, el consenso logrado por la clase ya hegemónica, tiene su correlato en las clases oprimidas que han aceptado y asumido el proyecto de aquella, consolidando así un Bloque Histórico, que es siempre temporal y contingente, y que ha logrado mantener unidas, armonizadas, clases sociales antagónicas desde todo punto de vista; clases que cuando se ha quebrado el bloque histórico como producto de la pérdida del consenso, se enfrentan inevitablemente.
En artículo anterior, recordamos que el Caracazo fue la violenta y nítida expresión de la pérdida del consenso de la que había sido hasta ese momento la clase dirigente, al verse ésta imposibilitada de ganarse el consentimiento y la aceptación de las tradicionales mayorías excluidas en torno al proyecto neoliberal de CAP. Para 1989, el puntofijismo como clase dirigente ya estaba seriamente cuestionado. Luego de la rebelión popular frente al paquetazo de Miguel Rodríguez, perdió toda legitimidad, perdiendo además el carácter de clase dirigente ya relativizado y convirtiéndose en mera clase dominante a punta de plomo y peinilla. Ya se va observando que el concepto de Hegemonía, tal como fue planteado por Gramsci tiene el carácter de crítica negativa, realista, y propia de un statu quo europeo, católico, blanco, patriarcal, capitalista. De tal manera, es necesario aquí el giro democrático radical del concepto de Hegemonía, que si bien nos sirve para la interpretación de nuestra realidad social concreta, la de antes y la de ahora, no nos sirve a cabalidad cuando se habla de la conquista de una Hegemonía Popular, planteada por el Presidente Chávez, o de una política de la liberación como ejercicio del mando obedencial.
Realmente es una situación sui generis. La Revolución ha tomado el poder del Estado a través de los mecanismos legales-racionales establecidos, e impulsa un proceso donde ese Estado comienza a estar al servicio del pueblo, novedosa situación que invita a construir lo nuevo, a elaborar los nuevos conceptos que den cuenta de la nueva configuración de los actores políticos, a redefinir otros como el de sociedad política o sociedad civil, la nueva doctrina militar, la nueva teoría política etc., en un contexto que se ha definido como de transición hacia el socialismo. En tal sentido, no podemos hablar de que hoy alguna clase es hegemónica ni tampoco que el gobierno revolucionario va por la conquista de laHegemonía de la que habla Ramos Allup, que por cierto sí fue la que ejerció AD y COPEI por las buenas y sobre todo por las malas, por lo que podemos decir que nunca fueron realmente clases hegemónicas.
Finalmente, como ya referimos antes, no podemos hablar hoy de Hegemonía y sí de un proceso contra-hegemónico, de construcción de consenso, de crisis orgánica, de guerra mediática y de de batalla de las ideas, de los que tendría que emerger una Hegemonía Popular (El pueblo dirigiendo al pueblo) producto de la participación protagónica creciente, la transformación del modelo productivo, la revolución de las relaciones sociales y de producción, el ejercicio del poder obediencial y la transformación efectiva del Estado.
@maurogonzag
No hay comentarios:
Publicar un comentario