Lil Rodríguez
Era muy temprano en la mañana. El edificio Macanao estaba casi solo a esa hora. Esta negra llegó tempranito, como siempre, a la oficina de prensa del Instituto Autónomo Biblioteca Nacional, cuya sede era ahí, en ese pequeño edificio ubicado en Las Mercedes.
Al llegar al cuarto piso (vía escaleras) una sombra humana llamó mi atención. Se había metido en la oficina de la Dirección, y hacia allí me dirigí.
Era un hombre más bien blanco, ‘bachaco’ como dicen en mi pueblo, con los ojos verdes, lentes bien puestos, bigote cuidado, sonrisa fácil, bien plantado. Luego escucharía el tono grave de su hermosa voz como de barítono.
-Buenos días
-Buenos días. Seguramente es usted el nuevo Jefe de Información.
-Si. Mucho gusto. Soy Jesús Romero Anselmi
-Mucho gusto. Soy Lil Rodríguez.
Y vino el estrechón de manos que con el tiempo se convertiría en abrazo y beso para siempre.
Fue ese el trabajo que lo trajo desde San Cristóbal a Caracas comenzandito la década de los ochenta. Fue ese el trabajo que propició una amistad inalterable y una escuela eterna de la que aprendimos los que estábamos entonces en el edificio Macanao.
Al poco tiempo Chucho se marchó. Era entendible. Estábamos haciendo eso que llaman periodismo institucional, que de alguna forma coarta la creatividad y el despliegue de pasión del reportero, del redactor, del inquieto ser humano que por su naturaleza es un periodista. Nos dio tiempo, de todas formas, de empatarnos en una de ritmos, de intercambio cultural, social, político. Chucho era amante y conocedor de la música.. Solía decirme que era muy poco lo que sabía comparado con lo que sabía su hermano Julio. Y Chucho sabía. No porque hubiera aprendido en libros y en discos, sino porque sentía, digería y contextualizaba el sentimiento asociado a lo musical.
Chucho se fue de la Biblioteca pero siempre mantuvo el contacto para saber cómo estábamos sus nuevos pupilos, sus nuevos amigos del teclear.
Quién iba a decir que al tiempo, meses largos después yo me marcharía de la Biblioteca justo al lugar donde Chucho estaba trabajando: El Diario de Caracas. Sabría que había hablado con Manuel Felipe Sierra pujando para que me llevara a la redacción, como efecto aconteció. Y allí, en aquél piso de La Urbina aprendimos muchos las mejores lecciones de periodismo: Carlos María Gutiérrez, Carlos Jorquera, Manuel Felipe, Laurentzi Odriozola, Miyó Vestrini, José Suárez Núñez y muchos periodistas más, los diagramadores, los reporteros gráficos, todos con la misma pasión teníamos en esa redacción y en el bar que estaba debajo de ella los lugares para compartir y unirnos desde las diferencias.
Allí las tertulias con Chucho Romero Anselmi se multiplicaron: Que si Toña la Negra, que si la Casino de la Playa, que si Gonzalito Rubalcaba, que si los grupos en los barrios, que si Alí Primera…
En esos tiempos del Movimiento Prensa Libre, de Mujer y Comunicación, de Colegio y Sindicato, de Cine Prensa y comida árabe, o pollo en brasas (lo más cercano) Chucho siempre evidenció su alto sentido gregario, el apego a sus convicciones y la rectitud social de su pensamiento. Nunca un paso lateral, ni por estrategia pues.
Nos volvimos a separar. Yo marché hacia otros derroteros y Chucho también. Y quién dice que al regreso de mi trabajo y estancia en Cuba estaríamos otra vez trabajando juntos: En “Economía Hoy” donde era jefe (en la redacción y en la protesta) y en Radio Capital donde, convocados por el inolvidable Lumute tuvimos otra familia: Fullchola, Adolfo Martínez Alcalá, Unai, Norma Rivero, el Cappy Donzella, entre otros, todos bajo el ala general de Pepe Lebrón.
En Radio Capital Chucho dictó cátedra de periodismo radial, de reporterismo vivo, intenso, sin copia ni Internet. Salía un día y regresaba a la semana lleno de barro apureño o de angustia internacional. Y hacía unos programas de análisis que ya quisiéramos escuchar hoy en nuestras emisoras.
Juntos estuvimos en la cabina de Radio Capital Chucho, Elizabeth Fuentes, Mary Montes, el Cappy y esta escribiente de recuerdos para anunciar el triunfo del hoy presidente Chávez aquél diciembre de 1998, con alerta de golpe contra Caldera para así desconocer las elecciones. Chucho, que había recibido el pitazo, nos pidió unir las manos y rezar para conjurar aquél golpe que se estaba cocinando en el edificio de la Cantv: históricamente, el primer golpe contra Chávez.
El paso de Chucho por RQ 910 fue también muy bueno. Junto a Javier Perera confrontaban opiniones, polemizaban y sintetizaban, y el público agradecía aquellos programas igualmente memorables. Y en la FM de “Capital” junto a Martha Salazar las mañanitas eran también picantes. Como picante fue su paso por el semanario Temas.
Nos volvimos a separar y la vida se encargó de juntarnos otra vez, ahora ambos con una televisora a cuestas. Tomamos juntos, fumamos juntos, lloramos juntos…
La salud comenzaba a pasarle factura… y la ingratitud también. En ese entonces su asistente, la inolvidable Lesbia Luna se ocupaba de allanarle los caminos, de limpiar los escombros de tanto oportunismo acechando, de tanta zancadilla en todas partes. Parafraseando a Martí, “Los envidiosos exageraron sus defectos…”
El que murió la madrugada del jueves 27 de enero de 2011 había nacido el 19 de junio de 1946 en San Cristóbal. Nunca dejó su acento andino. Nunca dio pasos laterales.
La memoria corta y la poca hambre investigativa nos está matando. La prensa nacional, sin distinción, reseñó la muerte “del ex presidente de VTV”, como si lo más importante de la gesta de Chucho hubiera sido abril de 2002. Aún así no hubo crespón negro en la pantalla del canal de todos los venezolanos. Aún así si Mario Silva no lo hubiera dicho, muchos hubieran esperado por el Twitter presidencial, aún así redujeron su inmensa obra de maestro a unos pocos años oficiales. Y encima, aún así, Chucho fue impedido de recibir nuestras lágrimas y la ratificación del compromiso que su legado impone. Y su legado indica para quienes compartimos su pasión de vida que el periodismo es uno sólo y que no está determinado por el color sino por la conciencia, por el deber ser.
Chucho tenía detrás de su escritorio, en la pared de su oficina de VTV una foto del presidente jugando carritos con un niño a las puertas del Panteón Nacional. El sabía cuánto me gustaba esa sensible imagen.
Un día de 2008, tratando de obsequiarme consuelo, se lo dijo a Lesbia y Lesbia actuó. Esa foto está conmigo. Me acompaña.
Chucho también, y por siempre.
Tomado de Ultimas Noticias
La Cota Lil
lilrodriguez@cantv.net
Era muy temprano en la mañana. El edificio Macanao estaba casi solo a esa hora. Esta negra llegó tempranito, como siempre, a la oficina de prensa del Instituto Autónomo Biblioteca Nacional, cuya sede era ahí, en ese pequeño edificio ubicado en Las Mercedes.
Al llegar al cuarto piso (vía escaleras) una sombra humana llamó mi atención. Se había metido en la oficina de la Dirección, y hacia allí me dirigí.
Era un hombre más bien blanco, ‘bachaco’ como dicen en mi pueblo, con los ojos verdes, lentes bien puestos, bigote cuidado, sonrisa fácil, bien plantado. Luego escucharía el tono grave de su hermosa voz como de barítono.
-Buenos días
-Buenos días. Seguramente es usted el nuevo Jefe de Información.
-Si. Mucho gusto. Soy Jesús Romero Anselmi
-Mucho gusto. Soy Lil Rodríguez.
Y vino el estrechón de manos que con el tiempo se convertiría en abrazo y beso para siempre.
Fue ese el trabajo que lo trajo desde San Cristóbal a Caracas comenzandito la década de los ochenta. Fue ese el trabajo que propició una amistad inalterable y una escuela eterna de la que aprendimos los que estábamos entonces en el edificio Macanao.
Al poco tiempo Chucho se marchó. Era entendible. Estábamos haciendo eso que llaman periodismo institucional, que de alguna forma coarta la creatividad y el despliegue de pasión del reportero, del redactor, del inquieto ser humano que por su naturaleza es un periodista. Nos dio tiempo, de todas formas, de empatarnos en una de ritmos, de intercambio cultural, social, político. Chucho era amante y conocedor de la música.. Solía decirme que era muy poco lo que sabía comparado con lo que sabía su hermano Julio. Y Chucho sabía. No porque hubiera aprendido en libros y en discos, sino porque sentía, digería y contextualizaba el sentimiento asociado a lo musical.
Chucho se fue de la Biblioteca pero siempre mantuvo el contacto para saber cómo estábamos sus nuevos pupilos, sus nuevos amigos del teclear.
Quién iba a decir que al tiempo, meses largos después yo me marcharía de la Biblioteca justo al lugar donde Chucho estaba trabajando: El Diario de Caracas. Sabría que había hablado con Manuel Felipe Sierra pujando para que me llevara a la redacción, como efecto aconteció. Y allí, en aquél piso de La Urbina aprendimos muchos las mejores lecciones de periodismo: Carlos María Gutiérrez, Carlos Jorquera, Manuel Felipe, Laurentzi Odriozola, Miyó Vestrini, José Suárez Núñez y muchos periodistas más, los diagramadores, los reporteros gráficos, todos con la misma pasión teníamos en esa redacción y en el bar que estaba debajo de ella los lugares para compartir y unirnos desde las diferencias.
Allí las tertulias con Chucho Romero Anselmi se multiplicaron: Que si Toña la Negra, que si la Casino de la Playa, que si Gonzalito Rubalcaba, que si los grupos en los barrios, que si Alí Primera…
En esos tiempos del Movimiento Prensa Libre, de Mujer y Comunicación, de Colegio y Sindicato, de Cine Prensa y comida árabe, o pollo en brasas (lo más cercano) Chucho siempre evidenció su alto sentido gregario, el apego a sus convicciones y la rectitud social de su pensamiento. Nunca un paso lateral, ni por estrategia pues.
Nos volvimos a separar. Yo marché hacia otros derroteros y Chucho también. Y quién dice que al regreso de mi trabajo y estancia en Cuba estaríamos otra vez trabajando juntos: En “Economía Hoy” donde era jefe (en la redacción y en la protesta) y en Radio Capital donde, convocados por el inolvidable Lumute tuvimos otra familia: Fullchola, Adolfo Martínez Alcalá, Unai, Norma Rivero, el Cappy Donzella, entre otros, todos bajo el ala general de Pepe Lebrón.
En Radio Capital Chucho dictó cátedra de periodismo radial, de reporterismo vivo, intenso, sin copia ni Internet. Salía un día y regresaba a la semana lleno de barro apureño o de angustia internacional. Y hacía unos programas de análisis que ya quisiéramos escuchar hoy en nuestras emisoras.
Juntos estuvimos en la cabina de Radio Capital Chucho, Elizabeth Fuentes, Mary Montes, el Cappy y esta escribiente de recuerdos para anunciar el triunfo del hoy presidente Chávez aquél diciembre de 1998, con alerta de golpe contra Caldera para así desconocer las elecciones. Chucho, que había recibido el pitazo, nos pidió unir las manos y rezar para conjurar aquél golpe que se estaba cocinando en el edificio de la Cantv: históricamente, el primer golpe contra Chávez.
El paso de Chucho por RQ 910 fue también muy bueno. Junto a Javier Perera confrontaban opiniones, polemizaban y sintetizaban, y el público agradecía aquellos programas igualmente memorables. Y en la FM de “Capital” junto a Martha Salazar las mañanitas eran también picantes. Como picante fue su paso por el semanario Temas.
Nos volvimos a separar y la vida se encargó de juntarnos otra vez, ahora ambos con una televisora a cuestas. Tomamos juntos, fumamos juntos, lloramos juntos…
La salud comenzaba a pasarle factura… y la ingratitud también. En ese entonces su asistente, la inolvidable Lesbia Luna se ocupaba de allanarle los caminos, de limpiar los escombros de tanto oportunismo acechando, de tanta zancadilla en todas partes. Parafraseando a Martí, “Los envidiosos exageraron sus defectos…”
El que murió la madrugada del jueves 27 de enero de 2011 había nacido el 19 de junio de 1946 en San Cristóbal. Nunca dejó su acento andino. Nunca dio pasos laterales.
La memoria corta y la poca hambre investigativa nos está matando. La prensa nacional, sin distinción, reseñó la muerte “del ex presidente de VTV”, como si lo más importante de la gesta de Chucho hubiera sido abril de 2002. Aún así no hubo crespón negro en la pantalla del canal de todos los venezolanos. Aún así si Mario Silva no lo hubiera dicho, muchos hubieran esperado por el Twitter presidencial, aún así redujeron su inmensa obra de maestro a unos pocos años oficiales. Y encima, aún así, Chucho fue impedido de recibir nuestras lágrimas y la ratificación del compromiso que su legado impone. Y su legado indica para quienes compartimos su pasión de vida que el periodismo es uno sólo y que no está determinado por el color sino por la conciencia, por el deber ser.
Chucho tenía detrás de su escritorio, en la pared de su oficina de VTV una foto del presidente jugando carritos con un niño a las puertas del Panteón Nacional. El sabía cuánto me gustaba esa sensible imagen.
Un día de 2008, tratando de obsequiarme consuelo, se lo dijo a Lesbia y Lesbia actuó. Esa foto está conmigo. Me acompaña.
Chucho también, y por siempre.
Tomado de Ultimas Noticias
La Cota Lil
lilrodriguez@cantv.net
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