Mariadela Linares
El Presidente boliviano se atrevió a sincerar el precio de la gasolina, como una forma de evitar la fuga de combustible hacia los países vecinos y para garantizarles ingresos justos a las arcas de su país. Bien por él y por la valentía de no dejarse chantajear por los sindicatos del transporte, que no han cesado en sus intentos de decretar paros en la nación del Altiplano.
Lástima que aquí sigamos en el empeño de regalar el combustible, cuyo precio justo serviría en buena medida para financiar las tantas obras que hace falta levantar en el país. Tiempo atrás, mencionamos en este espacio los sólidos argumentos que a favor de la necesidad de tal incremento ha expresado en diversas publicaciones el profesor Juan José Montilla, ex ministro de este gobierno y, más recientemente, la solitaria campaña radial que mantiene el experto petrolero David Paravisini. En saco roto pareciera haber caído la propuesta de que paguemos por un tanque de gasolina, lo mismo que derrochamos en tarjetas para celulares, en refrescos o en cuanto perolito suntuario nos impone esta despiadada sociedad de consumo en que vivimos.
Pareciera que disfrutar del producto de nuestros hidrocarburos prácticamente gratis -como muchas otras cosas que exigimos que nos sean regaladas- es un símbolo, un emblema lamentablemente asociado a nefastas medidas del pasado, sin considerar que, si se razonan y aplican aumentos a la electricidad o a los alimentos, más sentido tiene ponerle coto al derroche que implica mantener un parque vehicular de millones de carros, que llenan su tanque con gasolina de alto octanaje al precio que en otros países pagan por un solo litro.
Los camiones, las gandolas, los autobuses y autobusetes se mueven con gasoil, y algunos de ellos hasta con gas, por lo que mal puede usarse ese argumento para decir que, si se aumenta la gasolina, el incremento se trasladará automáticamente a todo lo que consumimos. Lo que compramos en un mercado no llega allí en carro, por lo que esa razón no pasa de ser un vulgar chantaje, al que inexplicablemente el Gobierno ha cedido.
El mundo está sufriendo en estos momentos verdaderas catástrofes naturales producto del calentamiento global. Mientras en el norte se congelan, en el sur se achicharran. Con mucha ligereza culpamos sólo al capitalismo de esas desgracias y dejamos de lado nuestra cuota de responsabilidad en lo que acontece. El calentamiento se origina, entre otras razones, por la quema incesante de combustibles fósiles, léase petróleo, que nosotros producimos, vendemos y gastamos en abundancia.
Aumentar el precio de la gasolina, y frenar con ello el dispendio que favorece principalmente a las clases medias y altas, dueñas de los carros que abarrotan nuestras calles, generaría mayores ingresos, esos mismos que necesitamos para construir los millones de viviendas que hacen falta, y al mismo tiempo le haríamos una contribución al ambiente, tan urgido de cuidados como está. Ojalá Evo se diese una paseadita por acá y nos diera unos cuantos consejos, aprovechando que estamos estrenando año y podríamos comenzar a cambiar costumbres.
mlinar2004@yahoo.es
martes, 4 de enero de 2011
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