miércoles, 7 de julio de 2010

El periodismo de Carlos Subero.

Ernesto Villegas Poljak

Vuelvo, por segunda ocasión consecutiva, sobre el tema del periodismo venezolano, ya no para referirme a su crisis de credibilidad, sino esta vez para exaltar la figura de un periodista que, desde su modesto rincón profesional, alumbra entre el conjunto por su seriedad, rigor, responsabilidad y sindéresis, entre otras virtudes que deberían servir de modelo para todos sus colegas y quienes pretenden serlo.
Me refiero a Carlos Subero, un periodista por los cuatro costados.
De entrada, aclaro que no se trata de un colega chavista o revolucionario, ni siquiera de izquierda, como pudiera pensar algún forastero de estos predios. Como él mismo lo señala en el prólogo a mi libro Abril, golpe adentro, a ambos nos separa mi abrazo a la Revolución Bolivariana. Pero ello no obsta, en modo alguno, para que permanezca entre nosotros una sólida amistad y, en mi caso, una admiración absoluta por lo que él representa en el campo del periodismo.


Periodista de precisión
A Carlos lo conocí en 1991, cuando me lo presentó mi hermano Vladimir en una de mis primeras pautas como reportero político del diario El Nuevo País. Fue, si mal no recuerdo, en la sala plenaria del Parque Central, donde se desarrollaba un acto de alguno de los partidos de la guanábana AD-Copei. Carlos trabajaba para El Universal, adonde llegó proveniente de El Diario de Caracas, del cual fue jefe de información política. Era un veterano reportero, de esos que escribían con propiedad, contexto, primicias, envidiable acceso a las fuentes y una serena dosis de interpretación. Su especialidad era, y sigue siendo, la materia electoral, que domina tanto o más que muchos técnicos y “expertos”. No hay otro periodista en Venezuela que conozca tanto como él acerca de encuestas, sean electorales o de cualquier otra índole, así como de su adecuado tratamiento periodístico. Cinco años después de nuestro primer encuentro, tuve el privilegio de trabajar cerca de él en el diario de Andrés Mata, adonde Carlos me apadrinó ante un director chileno-español, John Müller, que por allí pasó fugazmente.

Por Carlos conocí de la existencia del llamado “periodismo de precisión”, basado en manejo el manejo de programas estadísticos y bases de datos, y que daba título a un libro que él tenía como de cabecera, escrito por el estadounidense Phillip Meyer.
En El Universal, adonde Carlos salió de la sección Nacional y Política para fundar la de Investigación, tuve ocasión de ayudarlo en la elaboración de las preguntas del primer y tal vez único censo parlamentario realizado en Venezuela, mediante el cual fueron entrevistados, con un cuestionario común, los miembros electos a la Asamblea Nacional Constituyente de 1999. Este instrumento permitió al periódico anticipar las tendencias de opinión en el seno de la Constituyente antes de que se produjeran votaciones decisivas acerca de temas tan espinosos como el modelo político-económico, la pena de muerte o el aborto.
En tiempo de campañas electorales, los informes de las encuestas elaboradas por firmas especializadas llegaban a sus manos antes que a las de nadie, y a él le correspondía redactar las informaciones que con base en ellas aparecían publicadas en el periódico.
Creo que fue tan temprano como en 1998, en plena campaña presidencial, cuando Carlos comenzó a negarse a que su nombre apareciera suscribiendo noticias basadas en informes de encuestadoras como CECA, salidas del sombrero de algún mago laboratorista.

Poco a poco, a medida que la temperatura fue aumentando en la guerra de los medios contra Hugo Chávez, un tipo serio y riguroso como Subero fue haciéndose inútil y probablemente incómodo. En la guerra, la primera baja es la verdad, e inútil e incómodo quien trabaje por ella y no por una causa, en este caso la de la empresa. Yo terminé yéndome de El Universal menos de un mes después del golpe de Estado del 11 de abril de 2002. No me sorprendió cuando supe que, al tiempo, Carlos y otros valiosos periodistas hicieron lo propio.


La calle y el mercado
Tampoco sorprende que, en la situación actual del periodismo venezolano, Carlos no esté trabajando para alguno de los “grandes” diarios venezolanos y, más bien, lo haga para una pequeña publicación de provincia, el diario La Calle, de Valencia, del cual es corresponsal en Caracas.
Otras virtudes, distintas a las suyas, son las valoradas por el mercado laboral, que habitualmente, y mucho más en estos tiempos, suele considerar un costo superfluo el financiamiento de un genuino periodismo de investigación, razones políticas aparte.
A esta altura debo aclarar que nuestras diferencias políticas no son simplemente coyunturales. Él es un tipo de concepciones liberales, en el sentido político del término. Por eso él cree, por ejemplo, en que es posible un periodismo “imparcial”, como el que proclama la escuela de la objetividad estadounidense, cosa de la que discrepo, pues los periodistas, consciente o inconscientemente, abierta o disimuladamente, tenemos siempre un “corazoncito” político-ideológico que tiene reflejo, en mayor o menor medida, en el producto de nuestro trabajo.
Creo, sí, que al lado del periodismo militante que practica, por ejemplo, un hombre valiente y comprometido como David Segarra, el corresponsal de Telesur que viajaba en la flotilla humanitaria vilmente atacada a sangre y fuego por el Estado de Israel cuando iba rumbo a la bloqueada Franja de Gaza, también es necesario para la sociedad un periodismo como el que postula y practica Carlos Subero, que aunque no alcance nunca la ansiada objetividad, al menos trate de aproximarse a ella.


Una pérdida
Cuando un grupo de estudiantes de Comunicación Social de la Misión Sucre se me acercó para invitarme a ser su profesor, y pedirme recomendación de algún otro profesional que estuviese en disposición de darles clases, no dudé al darles el teléfono de Carlos. Él, como supuse, aceptó el ofrecimiento y ambos estuvimos dando clases en paralelo a esos entusiastas pichones de periodistas, yo sobre las fuentes del periodismo y él sobre periodismo de precisión. Lamentablemente, un funcionario de la Misión le remitió para su firma un manifiesto político, que por cierto nunca llegó a mis manos, y Carlos optó por replegarse. Nada perdió él, pues aquellas clases eran ad honorem, pero mucho sí sus estudiantes.
Recientemente, Carlos escribió un artículo en su blog (http://borisspasky.wordpress.com) que termina así:
“Un político se prepara para organizar a una sociedad.
Un periodista lo hace para explicarle su situación.
El político imparcial es un zoquete.
Un periodista imparcial es un valor para la sociedad.
La verdad para un político es una herramienta de trabajo.
La verdad para un periodista es su objetivo final.
La Política es el arte de lo posible.
El Periodismo es el arte de lo que es.
Son roles esencialmente distintos.
Pero lastimosamente hoy y aquí abunda lo contrario.
Somos parte del drama actual de Venezuela”.


columnacontralacorriente@yahoo.es

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