lunes, 7 de junio de 2010

Entre Santos y sionistas nos veamos.


Mariadela Linares

Rompiendo todas las encuestas y en un velocísimo conteo manual, demasiado rápido como para no levantar amplias sospechas, finalmente se impuso Santos en la primera ronda de las elecciones presidenciales colombianas. Nada de extrañar, ninguna sorpresa. En el vecino país, es harto conocido el control que el horror mantiene sobre la población, sometida durante décadas a la persecución y exterminio que las fuerzas paramilitares, creadas y auspiciadas desde el Gobierno, mantienen sobre sus habitantes.

También son sabidos y descarados los operativos de compra de votos que cambian neveras por sufragios o fajos de pesos por simpatías políticas. Total, entre el hambre y el miedo, poco es lo que tenía que buscar otra opción distinta a la de Santos. Lo más paradójico del asunto es que el futuro Presidente de Colombia es el candidato de Uribe, hoy salpicado hasta la coronilla por el escándalo del paramilitarismo. Su hermano, su primo, sus congresantes, media familia y su partido están descaradamente involucrados en el terrorismo satánico que desde el poder ejerce el uribismo sobre los colombianos. ¿Se puede creer en esos resultados? Sería como pensar que los colombianos son masoquistas.

Al otro lado del mundo, en el Medio Oriente, una arremetida más del Estado israelí provocó esta semana una masacre contra una flotilla de paz, que pretendía llevar alimentos a la sufrida población de Gaza, hoy bloqueada por todos sus costados por un gobierno fascista que busca borrar del mapa la raza palestina. Pero a lo espantoso y cobarde de las imágenes que todos pudimos ver (hombres y mujeres, pacifistas, defendiéndose con manoteos de tropas armadas hasta los dientes que les llegaron por aire y mar) se sumó también la tímida respuesta de ese parapeto inútil que es la ONU, incapaz, de nuevo, de condenar y sancionar enérgicamente a Israel por la acción.

Ya hemos escrito que para qué sirve un organismo que es dirigido por dos países: los judíos tienen el poder económico y militar, y el otro la opción del veto, capaz de oponerse a la decisión que el resto tome. Siempre hemos creído que los amos del mundo son los Estados Unidos. Hoy pensamos que esa percepción es errada: quienes pretenden, y en la práctica ya lo son, ostentar el gran poder universal son los judíos.

Los Estados Unidos son su instrumento. En Norteamérica no sucede nada que no sea avalado por el sionismo. Ellos controlan desde la industria cinematográfica, pasando por el comercio, la banca y terminando por el Pentágono. Todos los demás países que se sientan en la ONU no son más que una partida de idiotas que ni siquiera tiene la valentía de asumirlo. ¿Acaso la Unión Europea es capaz de decir que no sabía lo que tramaban los israelitas? Los únicos que patalean allí son los africanos, algunos latinoamericanos y unos poquitos asiáticos. El resto baja la cabeza.

Cabe preguntarnos qué hacemos allí. Así como Unasur está a punto de darle una patada a la OEA, o cuando menos una estocada mortal, también el resto de naciones no alineadas con el imperialismo sionista tiene que agarrar sus bártulos y salir de Nueva York e ir a instalarse allá en el continente negro o en la Patagonia argentina, bien lejos del Norte. Y si a algún lector ingenuo le extraña el título de este artículo y se pregunta qué tiene que ver Santos con lo que pasó en el Oriente Medio y nosotros, la respuesta la vamos a vivir en un futuro cercano.

mlinar2004@yahoo.es

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