domingo, 28 de marzo de 2010

Desde mi activismo feminista.


Josefina Pantoja

A pocos días de haber conmemorado el centenario del Día Internacional de la Mujer, me permito mirar hacia atrás con ojos feministas para repasar cómo y cuándo me incorporé a esta forma de vida sin la cual no podría imaginarme. No fue en la adolescencia, ni siquiera en mi paso por la universidad, aunque allí comencé a abrir los ojos a tantas realidades que evidencian el discrimen por diferentes causas. Entonces no había cursos de género y eran muy pocas las profesoras que abordaban sus clases desde esa perspectiva. Aunque me chocaban las limitaciones que el Código Civil les imponía a las mujeres, no fue hasta mi último año en Derecho que una investigación sobre el estudio que hizo la Comisión de Derechos Civiles sobre el discrimen por sexo en Puerto Rico desnudó ante mis ojos la situación que sufrían las mujeres. El impacto quedó en suspenso pues me ahogó la preparación para la reválida, la búsqueda de empleo y mucha decepción ante la realidad de que el ejercicio del Derecho no necesariamente te permite conseguir que se haga justicia. Afortunadamente, el primer triunfo del Partido Nuevo Progresista en el 1976, me llevó a cambiar de trabajo. Fue así como en Servicios Legales la unión que nos representaba me pidió que participara en la Segunda Conferencia de la Mujer Trabajadora.



Compañeras de labores como María Dolores Fernós y Frances Díaz, que habían participado en la Federación Puertorriqueña de Mujeres y otras feministas que hoy son mis grandes amigas, estaban allí. Los talleres, diálogos, consensos y diferencias sobre múltiples temas vinculados al género, contribuyeron a que la vegabajeña que todavía no se acostumbraba al área metropolitana, encontrara otra forma de vivir. Algo tenía que hacer para contribuir a que las cosas cambiaran. Las pocas organizaciones feministas que existían y las mujeres no afiliadas enfrentaban con sus posiciones y propuestas de equidad los males del Patriarcado. En el 1982 se constituyó la Organización Puertorriqueña de la Mujer Trabajadora, como secuela de las discusiones de aquella Segunda Conferencia y posteriores reuniones. Me siento muy orgullosa de haber contribuido a la formación de la OPMT que se mantiene viva y militante.




En todos estos años de activismo feminista muchas han sido las banderas levantadas en contra del discrimen por género: la desigualdad salarial que favorece a los varones en trabajos iguales o comparables; la clasificación de profesiones y oficios en términos de género; el techo de cristal que dificulta ascender a puestos de mayor poder donde se establecen políticas públicas y se toman decisiones; la falta de reconocimiento del valor social y económico del trabajo doméstico y la protección de las mal llamadas amas de casa. Otra de las banderas por la que más angustia e impotencia siento es la violencia por género que atenta contra nuestro derecho a vivir en paz, con dignidad. ésta es la más degradante manifestación del discrimen. La feminización de la pobreza, los múltiples roles que se nos adjudican, la intromisión de los sectores religiosos fundamentalistas en asuntos de legislación y políticas públicas para despojarnos del derecho básico a controlar nuestros cuerpos y sistemas reproductivos y el aval que les dan las personas que detentan el poder político por intereses electorales y partidistas, también son agenda constante.

Esta mirada en retrospectiva me satisface porque ondear colectivamente esas banderas de lucha por los derechos de las mujeres ha rendido buenos frutos, aunque falta la mejor cosecha. El tema de los derechos humanos de las mujeres ha cobrado más presencia. Ahora hay cursos y currículos sobre género en las universidades. Con mucho esfuerzo hemos logrado importante legislación que contribuye a hacer más efectiva la garantía constitucional de que no se discrimine por razón de sexo. Esto es el resultado de una de las características más importantes del feminismo: la búsqueda de consensos, la aceptación de la diversidad, el trabajo en redes y coaliciones para tener mayor fuerza e influencia en contra de las personas, políticas y poderes que obstaculizan la reivindicación de nuestros derechos. Siento que el movimiento feminista mantiene un espacio de respeto en la sociedad civil, que contribuye además a influenciar las luchas que se están dando en otros escenarios como el ambiental y la protección a los recursos naturales, en el área laboral, cultural, en las comunidades. Nuestra presencia se ha sentido en la jornada que contra las medidas de reestructuración económica implantadas por el gobierno actual llevan a cabo los frentes y coaliciones organizadas. No ha sido fácil hacerlo porque dondequiera se cuecen habas y el movimiento sindical en Puerto Rico mantiene muchos resabios machistas. Aun así hemos perseverado porque el impacto principal de las medidas de Fortuño ha recaído sobre las trabajadoras que son mayoría en el sector público.

Esta mirada sobre el feminismo pone también de manifiesto los múltiples retos que tenemos. Hemos avanzado en este largo camino, pero no tenemos tregua. Apenas estamos celebrando una victoria cuando “las fuerzas del mal” integradas por religiosos fundamentalistas, legisladores de pocas luces y ansias de poder, patronos ambiciosos, medios de divulgación pública inescrupulosos, analistas radiales y de televisión, procuradoras nombradas con criterios partidistas y no por sus méritos, pretenden arrebatarnos los derechos y los espacios logrados con lucha, organización, determinación y militancia. Esto nos coloca en la posición de defender sin tregua lo alcanzado y al mismo tiempo tratar de avanzar en la reivindicación de los derechos que como humanas nos corresponden.

Tengo mucha esperanza en las feministas jóvenes. Hasta hace pocos años sentía gran preocupación porque no las veía incorporadas al trabajo organizado. Sin embargo, de un tiempo para acá, siento un gran alivio. Ellas están ahí y de qué manera: en el Movimiento Amplio de Mujeres, en las Masfaldas, en el Movimiento al Socialismo, en Taller Salud, en la facultad de Derecho de la UPR, en Coordinadora Paz para la Mujer, en la Comisión de la Mujer del Colegio de Abogados y en tantos otros espacios. Son mujeres con formación en asuntos de género, amplia capacidad en el área tecnológica cibernética; con mucha creatividad para hacer actividades distintas e innovadoras; valientes en la acción y en la palabra. Me llenan de orgullo y de tranquilidad espiritual porque sé que por sus convicciones y conciencia de género levantarán las banderas de las metas que nos faltan por alcanzar. Las estrategias podrán ser distintas y es bueno que lo sean, pero el compromiso es el mismo. Disfruto mucho las actividades en las que participamos juntas y aprendemos unas de las otras.

El discrimen y la opresión contra las mujeres todavía es una realidad, pero comenzamos a ver más parejas con una división equitativa de los roles y las tareas y el tema de la equidad de género llegó para quedarse en el espacio público. Los cambios sociales son lentos y nosotras no podemos desalentarnos en el empeño por alcanzarlos. Mientras hay vida hay esperanza, dice el refrán y yo digo que sin esperanza en la lucha, no vale la pena vivir. Por eso soy feminista.

La autora es abogada y portavoz de la Organización Puertorriqueña de la Mujer Trabajadora.

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