Serge Halimi
La globalización, herida en Wall Street, se restablece en Shanghai. Lejos del socialismo, el modelo capitalista chino cosecha elogios entre los patrones occidentales, que sueñan con salarios bajos y un poder estable y autoritario.
Retomando una proclama de Mao Zedong del 1 de octubre de 1949, Hu Jintao, su lejano (y alejado) sucesor, estimó sesenta años más tarde: “Hoy China está de pie gracias a las realizaciones del socialismo”. La reivindicación es notable; hace ya tiempo que el país no es humillado ni desmembrado por Europa o por Japón. Mejor aún, una parte de la población prospera. Pero el socialismo, es otro asunto… Tan ajeno a la realidad que se puede incluso afirmar que el crecimiento chino (de 9,6% en 2008, de 8,7% en 2009) suplió en parte la locomotora estadounidense descompuesta. Y contribuyó así a la convalecencia de un sistema capitalista que acaba de sufrir su principal borrasca desde 1929. Herida en Wall Street, la globalización se recuperó en Shanghai.
Cuando el fondo del aire era rojo, la fórmula “El viento del Este prevalecerá sobre el viento del Oeste” anunciaba algo más que el acceso de China al rango de primer exportador mundial y de Eldorado para las cadenas de hipermercados: Carrefour posee allí ciento cincuenta y seis tiendas; la británica Tesco, setenta y dos; el gigante estadounidense Wal–Mart sería menos poderoso sin la sobreexplotación de los trabajadores chinos que le permite pisar los precios (y a sus competidores).
Si el vuelco del mundo debe medirse a través de estas transformaciones, no existe razón para que ciertos círculos de negocios occidentales se asusten. De hecho, The Wall Street Journal se relame: “China sigue siendo un mercado extremadamente atractivo para las empresas occidentales en busca de crecimiento. Todos reconocen que son los mercados emergentes los que sacan al mundo de la recesión” (1).
Pero no se puede reducir el “modelo chino” a una plataforma de exportación que funciona en base a los bajos salarios; el país busca orientar su desarrollo hacia el mercado interno y reforzar los lazos con las economías regionales. Una zona comercial comparable al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCNA) o a la Unión Europea está a la orden del día. Y favorecer, como es casi siempre la regla, los sectores más poderosos del país dominante. Al superar a Japón –por cierto con una población mucho menor–, China debería convertirse este año en la segunda economía del mundo. Sería incluso la primera de aquí a 2026, según el banco estadounidense Goldman Sachs.
¿Qué uso le dará a su poder? Ni las cumbres del G20 ni la de Copenhague han permitido descubrir en China el abogado de los pobres o de los países del Sur. Su modo de desarrollo seduce, pero sobre todo a aquellos que quisieran conciliar crecimiento económico, liberalismo comercial y estabilidad en el poder de una oligarquía semi–política, semi–industrial (2). Hay cada vez más defensores del “modelo de Pekín” en las filas de la patronal occidental…
Notas
1. Patience Wheatcroft, “Don’t begrudge China’s exports coup”, The Wall Street Journal, Nueva York, 12–1–10.
2. En 2005, más de dos tercios de los patrones del sector privado eran miembros del Partido Comunista Chino
martes, 16 de marzo de 2010
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