Alexandra Martínez.
El pasado lunes 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer nos dejó aún más claro a muchas mujeres revolucionarias, militantes de los movimientos populares, la necesidad imperiosa de debatir a profundidad y en todos los espacios las exigencias, planes, propuestas y políticas que estamos construyendo las mujeres.
Asistimos a la actividad celebrada en el Panteón Nacional y luego a la Plaza Bolívar de Caracas, con nuestras consignas, con nuestras banderas de lucha, que son las banderas de muchas mujeres a lo largo y ancho del planeta, y entendimos claramente la necesidad de habilitar los espacios –urgentes- para poder profundizar y caracterizar cuáles son las condiciones de vida de nosotras las mujeres en Venezuela.
No niego, y hay que aclararlo enfáticamente, que en los 10 años de proceso revolucionario haya habido avances importantes para las mujeres, avances fundamentales que han permitido la inclusión de nosotras en espacios y en esferas que nos venían siendo negadas (en las instituciones, en cargos públicos, en la educación, en la salud, en la comunidad).
Sin embargo, suscribo la consigna central de la Marcha Mundial de Mujeres “No al Triunfalismo. Estaremos en pie de lucha, hasta que todas seamos libres”. Porque corremos el riesgo de asumir que nuestro proceso ya es feminista; sin más, cuando aún no lo es; estamos en todo caso luchando para que sea.
Y estamos luchando para que sea así, desde las bases, desde la cotidianidad, por hacer la revolución desde “las camas, las casas, y las calles”.
Porque no basta con tener espacios de participación y decisión; sino también de que las políticas que impulsemos, como mujeres, tengan la perspectiva de transformar las relaciones de dominación que aún hoy en día en Venezuela nos siguen oprimiendo.
Nos siguen oprimiendo en nuestros trabajos, en nuestra doble y triple hornadas laboral, cuando asumimos sola las tareas de la casa, la crianza de los hijos e hijas, cuando somos abusadas sexualmente, cuando se nos señala sólo por el hecho de ser mujeres; cuando vamos a un hospital y somos maltratadas por el médico o la médica; cuándo el mercado capitalista nos convierte en objeto y mercancía; cuando no tenemos acceso a una educación sexual que nos permita disfrutar plenamente de nuestro cuerpo y que nos permita decidir el número de hij@s que queremos tener; cuando no tenemos acceso al uso de métodos anticonceptivos (por desconocimiento, por su costo) para protegernos y no abortar, y cuando no tenemos derecho a un aborto seguro que no nos lleve a la muerte.
Aquí me detengo. La lucha histórica por la despenalización y legalización del aborto, compañeras y compañeros, no significa estar “a favor” del aborto; no significa obligar a las mujeres abortar; no significa asumirlo como método anticonceptivo, ni como política de control de la natalidad, ni que todas estemos de acuerdo con practicarlo. Implica, que las mujeres que lo decidieran tengan el derecho a hacerlo en condiciones que le garanticen la vida. Porque querámoslo o no, el aborto se practica en nuestro país. Lo practican los hombres a diario, cuando dan la espalda, y lo practican muchas mujeres; sino nosotras, nuestras hijas, hermanas, vecinas, amigas. Alguna conocida. Y lo que ocurre es que las mujeres con dinero tienen acceso a realizarlo en una clínica, con condiciones de seguridad mínimas, y las pobres se mueren. Simplemente. O corren grandes riesgos de infecciones y secuelas.
La discusión sobre la despenalización y legalización del aborto es un tema que debemos abordar sin miedos, entendiendo además que nuestro Estado es laico. Recordamos que Cuba, además de tener una legislación muy avanzada sobre los derechos de las mujeres y las comunidades sexo género diversas, legalizaron el aborto hace mucho tiempo, como en muchos países del mundo, y como en muchos países donde se han impulsado procesos revolucionarios.
Igualmente, nuestro Código Penal urge sea reformado en artículos que son expresión profunda de la desigualdad entre hombres y mujeres. Que terminan legitimando el maltrato hacia nosotras. Sin negar los avances tenidos con la Ley del Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, los crímenes hacia las mujeres los siguen llamando crímenes pasionales, como si los golpes y el asesinato (feminicidio) tuviera algo que ver con el amor.
El patriarcado, como sistema de opresión hacia las mujeres está articulado al capitalismo con una eficacia política tremenda. Y parte de su mayor eficacia es que logra que lo reproduzcamos día a día, desde nuestra cotidianidad, sin darnos cuenta. Reproducimos prácticas machistas en nuestras casas, trabajos y espacios de militancia. Las reproducen los compañeros y también nosotras.
El feminismo, no es una lucha extremista, ni divisionista. El feminismo revolucionario, socialista, al que le estamos apostando, nada tiene que ver con una mal entendida “guerra de sexos”; ni con una confrontación contra los compañeros; sino más bien, es una condición indispensable para la construcción del otro mundo posible; implica develar las profundas relaciones históricas de dominación, opresión y desigualdad a partir del sexo-género, entendiendo que no puede haber liberación ni emancipación, sin romper también esas relaciones hasta hoy hegemónicas.
El llamado, compañeras es a abrir estos debates sin miedos, y sin prejuicios. Asumiéndonos como sujetas políticas de transformación de nuestra realidad, y entendiendo que la lucha contra el sistema capitalista, neoliberal; contra el imperialismo, es una lucha integral.
Espero que nuestro próximo 8 de marzo, y cualquier otro espacio de movilización como mujeres organizadas y revolucionarias pueda permitirnos plantear nuestras propuestas y nuestras exigencias. Que no seamos criminalizadas o tachadas de “contrarrevolucionarias” por decir que aún no somos del todo libres; que eso toca lucharlo y construirlo. Por pedir debatir con nuestras compañeras sobre los temas que nos urge definir como mujeres. Que se nos den los derechos de palabra. Que podamos organizar una movilización digna y combativa, donde marchemos unidas.
Porque los 8 de marzo, y todos nuestros espacios de movilización como mujeres, sean de lucha, de propuestas, de construcción, y no de flores y homenajes, porque para construir el socialismo, queremos y necesitamos mucho más que eso.
¡Sin Feminismo no hay Socialismo!
¡El feminismo se construye desde Abajo!
Alexandra Martínez
alexatrabajo@yahoo.es
lunes, 22 de marzo de 2010
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