miércoles, 24 de marzo de 2010

Cindy, la madre que denuncia al imperio por enviar a su hijo a morir en Irak.

Hernán Mena Cifuentes

El sábado 20 de este mes se cumplieron siete años del inicio de la guerra de Irak, una más de las aventuras bélicas desatadas por Estados Unidos (EEUU), 13 diminutas colonias que a partir de 1776 dejaron de serlo al declarar su libertad para convertirse en su negación y “a nombre de ella, como profetizó Bolívar, plagar de miseria a América” y al resto del mundo, denuncia que hoy ha reanudado Cindy Sheehan, una madre cuyo hijo murió en Bagdad, la capital iraquí.

Y es que, mientras el imperio persiste en su demencial afán de hacer guerras como esa que sólo dejan muerte y destrucción, además le han permitido extender su territorio original de unos pocos miles de kilómetros hasta alcanzar una superficie de 9 millones 630.000 Km.2, que incluye varios continentes, Cindy lo enfrenta acusándolo en carta abierta dirigida a George W. Bush de ser “una nación de mafiosos terroristas” y a él de ser “un cobarde despreciable”.

Amanecía el 20 de marzo de 2003 en Bagdad, cuando la ciudad comenzó a ser estremecida por el estallido de miles de misiles y bombas lanzadas desde buques de superficie y submarinos estadounidenses, inicio de una lúgubre y trágica siembra de muerte que dejaría como saldo una cosecha de más de un millón de víctimas fatales entre la población iraquí, la mayoría de ellas niños y mujeres.

En el conflicto bélico han perecido más de 4.000 soldados yanquis y otros 25 mil más convertidos en desechos humanos, lisiados de cuerpo y alma que matan y se suicidan, afectados por las infernales visiones de terror que observaron o crearon al destruir vidas inocentes, como lo demuestra la serie de matanzas que perpetran en Irak y EEUU, enloquecidas sus mentes por los crímenes que vieron o cometieron.

Desoyendo la voz de la razón de un mundo que advirtió del monstruoso error que iban a cometer sí invadían a Irak, los entonces gobernantes de EEUU, Gran Bretaña y España, George W. Bush, Tony Blair y José Aznar, trío de apocalípticos jinetes de la guerra reunidos en Las Azores, dieron la orden para ejecutar el genocidio, con el pretexto de que el gobierno de Bagdad poseía armas de destrucción masiva, a ser utilizadas en cualquier momento contra sus vecinos.

El argumento esgrimido, se comprobó más tarde, era totalmente falso, ya que la única razón que impulsó a Bush y a sus “dos perros falderos”, como la prensa calificó a Blair y Aznar, fue la de apoderarse de la inmensa riqueza petrolera del país, una de las mayores del mundo, con reservas comprobadas superiores a los 115 mil millones de barriles.

El plan de los invasores quedó definitivamente al descubierto, cuando en noviembre pasado el gobierno títere de Irak, por instrucciones de Washington, asignó a la Exxon-Mobil y a Royal Dutch Shell, los dos gigantes consorcios petroleros privados de Occidente, los derechos exclusivos para explorar y explotar los grandes yacimiento de la Qurna Occidental, cuya producción de 300.000 barriles diarios esperan aumentar a 2,3 millones diarios en seis años.

La invasión fue, por lo tanto, como toda agresión planificada y ejecutada por el imperio, una acción predadora de riqueza que contó con el incondicional apoyo de ambiciosos socios, como Aznar y Blair, parásitos aferrados a la piel de Washington para succionar parte de los grandes beneficios económicos derivados del saqueo de los recursos petroleros de Irak.

Pero, lo que en principio se creyó había sido una rápida victoria, anunciada a los cuatro vientos a pocas semanas de la invasión por el demente, ex alcohólico y drogadicto Bush Jr. desde la cubierta de un gigantesco portaaviones nuclear, se tradujo en monumental fracaso cuando el pueblo iraquí, en vez de recibir con vítores y flores a los invasores como ellos esperaban cuando estos entraron triunfalmente en Bagdad, les respondió con una guerra de guerrillas.

A partir de entonces Irak se convirtió en una pesadilla para las tropas ocupantes que, incapaces de vencer a un “invisible” enemigo que atacaba, mataba y desaparecía, respondieron como suelen hacerlo las bestias acorraladas, lanzando dentelladas a mansalva, como fueron los bombardeos, torturas y masacres contra pueblos y personas, actos que por su salvajismo, crueldad y saña fueron objeto de la enérgica condena de la opinión pública mundial.

El asalto y la masacre desatada en Faluya, las torturas en la cárcel de Abu Ghraib, las violaciones y asesinatos de inocentes e indefensas niñas y mujeres iraquíes por parte de las tropas yanquis han quedado en la memoria colectiva del mundo como hechos de crueldad y sadismo imborrables cometidos durante la guerra de Irak por Bush, Aznar y Blair, autores intelectuales de ese crimen de lesa humanidad que aún permanece impune.

Lo ocurrido en Faluya fue un genocidio similar al ocurrido en abril de 1937 en Guernica, cuando la Legión Cóndor de la aviación nazi bombardeó ese pueblo vasco en abril de 1937, dejándolo en cenizas y matando a más de 1.600 de sus habitantes, sólo que la masacre perpetrada en la ciudad iraquí superó en sadismo al crimen de la Luffwaffe.

Y es que además los centenares de los hombres, niños y mujeres que allí perecieron destrozados por las bombas, misiles y metralla y cuyo saldo de víctimas fatales y heridas fue superior al de Guernica, hubo otros que murieron calcinados por el fósforo blanco lanzado desde el aire por los aviones yanquis, cuyo fuego abrasó sus cuerpos sin dañar sus ropas que quedaron virtualmente intactas.

Si Faluya fue un infierno, también lo fue Abu Ghraib, donde la soldadesca yanqui perpetró contra indefensos prisioneros los suplicios más sádicos que alguien pueda imaginar, lo que pudo haber quedado oculto y en secreto de no ser por las fotografías enviadas por un militar que, horrorizado por tan dantescas visiones, las hizo llegar a los medios que las publicaron.

El escándalo que los abusos de los carceleros de Abu Ghraib provocaron indignación en un mundo horrorizado al observar esas imágenes que pusieron al desnudo la crueldad de un imperio y de su ejército que, embriagados de poder, la vertieron sobre hombres y mujeres indefensos en olímpico desprecio a las convenciones que rigen la guerra y que, aún hoy después de siete años, despiertan el mismo espanto entre quienes las observaron por primera vez.

Tanto horror y muerte no pudieron escapar tampoco a la conciencia crítica del arte y fueron Picasso y Botero quienes habrían de plasmar en el lienzo la perpetua denuncia y condena del ser humano al horror de la guerra y la tortura, el genial malagueño, con Guernica, que exhibe el genocidio del pueblo vasco, y el colombiano, con su serie de cuadros que ilustran los suplicios de Abu Ghraib.

Muchos creyeron que, tras la salida de Bush Jr. de la Casa blanca y la llegada de Barack Obama a la presidencia de EEUU, las guerras de Irak y Afganistán iban a ser cosas del pasado y que se iniciaría una era de paz como lo prometió el actual presidente yanqui en su discurso de toma de posesión, al decir que “el mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar también”.

Se equivocaron, porque Obama, el Premio Nobel de la Paz que hace la guerra, contrariamente a lo que los ingenuos esperaban, se ha dedicado a atizar sus llamas, trasladando a Afganistán decenas de miles de soldados procedentes de Irak y EEUU, cuyos generales han lanzado una ofensiva contra los combatientes de la resistencia en la que participan 15 mil soldados yanquis, afganos y de sus socios de la OTAN que, a pesar de su superioridad numérica y de armas, ha sido frenada y está a punto de fracasar.

Y una vez más, en protesta por esas guerras en la que están muriendo otros centenares de soldados estadounidenses y de sus secuaces, este sábado, al cumplirse siete años del inicio de la guerra en Irak, centenares de miles de pacifistas marcharon en varias partes del mundo exigiendo el retiro incondicional de las cerca de 300.000 tropas que EEUU y sus aliados europeos, así como de otras partes del planeta, tienen desplegados en ese país y en Afganistán.

En Washington, San Francisco, Nueva York y otras ciudades miles de madres, padres, hijos y hermanos de soldados yanquis caídos en Irak sin honor ni gloria, acompañados de familiares de los otros miles que regresaron convertidos en despojos, exigieron la salida de las tropas que aún ocupan al país del Medio Oriente y el fin de la guerra de Afganistán, ese “cementerio de imperios” donde han sido derrotados todos los que pretendieron conquistarlo.

Entre los manifestantes que marcharon frente a la Casa blanca se encontraba Cindy Sheehan, convertida en símbolo de rechazo a las guerras del imperio, mujer amada y respetada por pueblos que luchan por la paz, como quedó demostrado durante su participación en el VI Foro Social Mundial celebrado en Caracas en 2006, donde se ganó el corazón del pueblo venezolano por su decidido apoyo a la paz mundial.

Su amor por la humanidad y rechazo a la guerra lo demostró una vez más durante la visita que recientemente hizo a Caracas, al identificarse plenamente con la causa de la Revolución Bolivariana y con su líder y presidente, Hugo Chávez Frías, denunciando durante el foro el imperio en decadencia, algunos de los aspectos más nefastos de la política exterior de Washington como la guerra en Irak, las bases militares yanquis en Colombia, y la constante violación de los derechos humanos por parte de EEUU en el mundo.

“Yo responsabilizo al sistema imperial de EEUU de ser un cáncer en el mundo. Lo primero que tenemos que hacer es educar a la gente, pues la mayoría ni siquiera sabe que vive en un imperio”, dijo en esa oportunidad.

Más adelante, al elogiar el proceso político, económico y social que Chávez adelanta en Venezuela, la pacifista manifestó: “Quiero que los norteamericanos se inspiren en la Revolución Bolivariana, es una revolución pacífica. Necesitamos inspiración y un modelo, por eso quisieron creer tanto en Obama. Queremos desmentir los mitos contra Hugo Chávez, nos cuentan que es un dictador, un tirano, que reprime a los medios, que apoya a la guerrilla”.

Este sábado, Sheehan fue detenida junto con otros seis activistas de la paz, un arresto de los más de 15 que ha sufrido desde que hace cinco años inició una cruzada contra la guerra de Irak, instalando una carpa de campaña frente al rancho Crawford, residencia vacacional de George W. Bush, el sicópata asesino en serie que, junto Tony Blair y José Aznar, inició ese genocidio que Barack Obama se encargó de extender a Afganistán y Pakistán.

Y en medio del constante batallar de esa admirable y digna mujer en cuyo corazón existe un doloroso vacío de amor que no quiere que sufran otras madres por la pérdida de un hijo en la guerra, ha quedado como testimonio de esa lucha la conmovedora carta que le envió el 11 de noviembre de 2008 al ahora ex presidente George W. Bush, en la cual lo acusa de cobarde y asesino, y a EEUU de ser “una nación de mafiosos imperialistas”. Parte de este texto dice así:

“Estimado George:

Le escribo el quinto Día de los Veteranos en que lloro la pérdida de mi hijo Cassey Sheehan. Casey era soldado del Ejército. Usted mató al mayor de mis hijos con sus mentiras y la ambición de un imperio. Casey no llegó a ser veterano, porque regresó a casa en uno de esos féretros cubiertos con la latosa bandera por los que nunca tendrá que preocuparse su señora madre.

Durante esa otra guerra ilegal e inmoral que usted y su vicepresidente, Dic, tan hábilmente esquivaron, su madre nunca tuvo que preocuparse por su seguridad. ¿No es cierto'. Usted estaba muy ocupado consumiendo drogas y ausentándose sin permiso para preocuparse por eso. Lo que más rabia me da cuando pienso en la innecesaria y prematura muerte de mi valiente y honorable hijo es que usted era un cobarde despreciable cuando tenía su edad y aún así tuvo el descaro de condenar a miles de nuestros hijos a la muerte o a vivir mutilados.

George: este país olvidó con demasiada rapidez la abominable Guerra de Vietnam, horror del que no hemos sanado del todo, porque nunca nos empeñamos en que los dirigentes estadounidenses pagasen por los crímenes de lesa humanidad que cometieron. Si la historia se repite, como suele hacerlo, usted quedará impune por sus crímenes, mas yo no permitiré que olvide los rostros de mi hijo y de sus compañeros, ni el de los de los miles de afganos e iraquíes muertos. ¿Lo atormentan acaso en sus sueños las almas de los masacrados por su orgullo desmedido'...

Esta nación ha olvidado los rostros de los más de 58.000 estadounidenses y millones de vietnamitas masacrados por la avaricia imperial, pero no olvidarán los de aquellos que usted ha sacrificado en su altar de engaños, ni de los que serán sacrificados en nombre de la guerra contra el terrorismo que continuará el presidente electo. Si Obama no declara de inmediato el fin de la Guerra contra el Terrorismo de los EEUU, alguien tendrá que establecer un campamento en las afueras de su casa de descanso (que apuesto que es más agradable que Crawford, Texas en agosto).

Hoy, Día de los Veteranos, le aseguro que si no se detiene la sangrienta guerra en pro de riquezas y de la hegemonía de los EEUU y se hace justicia por sus crímenes de guerra y en contra de nuestra Constitución, morirán más Caseys y otros países que lamentablemente se interponen en la ruta de la conquista imperial serán diezmados.

Hoy, Día de los Veteranos, también quisiera enviar mi amor y apoyo a los veteranos de todas las guerras que deambulan por nuestras calles drogados, porque no reciben ayuda de este gobierno hipócrita. Mi corazón está con las Madres de la Estrella de Oro que sólo tienen una caja de medallas, una bandera doblada en triángulo, recuerdo de un (a) hijo (a) muerto (a) y lamentos, por la vida que no pudieron disfrutar en su compañía. La maquinaria de la guerra, con la ayuda de nuestro gobierno, devora persona, engrasa con dolor”.

Cindy Sheehan

Madre de Casey Austin Sheehan

Muerto en Combate en Sadr. City, Bagdad, el 4 de abril de 2004

Por eso es que al cumplirse otro año de la invasión a Irak una mujer, hija del pueblo estadounidense y de los pueblos del planeta, rechazó una vez más esa guerra absurda como todas las guerras, instrumento de conquista usado por EEUU para plagar de miseria, como lo profetizó Bolívar, no sólo a América sino al mundo, a nombre de la libertad, como lo hace hoy en Irak y Afganistán negados a rendirse porque, como todo pueblo digno, prefieren “morir de pie a vivir de rodillas.”

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