Flavia Riggione
Tomo nota de una reflexión en relación a este punto, que traté de desarrollar mientras escribía el libro sobre mi padre, soldado italiano combatiente en la Segunda Guerra Mundial, recordando la conmemoración de los ochenta años de la finalización de la Gran Guerra.
Para ello me apoyé mucho en el genial libro de Díaz-Plaja, El italiano y los siete pecados capitales (1971) sobre este punto (1).
Díaz-Plaja narra que, cuando se consideró un error y una equivocación estar en la guerra al lado de los alemanes, Italia cambió de rumbo, mereciendo por parte de los alemanes el calificativo de doblez y traición.
En esta guerra los italianos se enfrentaron a unos contrincantes, que en lugar de huir como los abisinios (Batalla de África), o de ofrecer flores y productos del campo, como los albaneses, eran enemigos que disparaban a más y mejor. Comenzaron entonces a pensar que se había cometido un error muy grande.
Refiere un folleto de la época, proveniente del Ayuntamiento de Roma y citado por el escritor, que ilustra exactamente lo sucedido: "Convencido de la enorme inferioridad militar de Italia frente a los Aliados, el gobierno de Badoglio… (general quien sustituyó a Mussolini luego del armisticio) había firmado el armisticio en la tentativa de ahorrar a Italia luchas ulteriores y destrucciones inevitables. Pero Hitler, jefe de la Alemania nazi y aliado de Mussolini en esta guerra de conquista, consideró el armisticio del 8 de septiembre, no como una dolorosa e inevitable necesidad, sino como un acto de traición".
Continúa Díaz-Plaja escribiendo que, cuando el Monarca, (al que habían jurado fidelidad antes que a Mussolini), decidió a través del general Badoglio que los amigos de ayer eran los enemigos de hoy, y viceversa, todos los italianos aplaudieron el gesto y acataron la decisión como un solo hombre.
Asimismo se debe haber sentido mi padre, creyendo una locura combatir contra los aliados ingleses, ya que estando en los mares frente al continente africano, viviendo tantas batallas y peligros, entendió ciertamente de la superioridad de esas otras naves, muy preparadas para el combate de noche, al contrario de las italianas, precisamente al contrario del Scirocco, donde él se encontraba luchando y que terminó naufragando por tener unos motores muy consumados y deteriorados que no superaron la fuerte oleada del mar, bajo los efectos intensos de los vientos. Por suerte ese mismo día mi progenitor no había embarcado, estando de permiso.
En ese momento político de la nación, los italianos consideraban que el cambio de rumbo a mediados de la guerra (último cuatrimestre de mil novecientos cuarenta y tres) terminó siendo una gran suerte porque colocó al país entre los enemigos de Alemania y junto a otros países que finalmente ganarían la guerra.
Díaz-Plaja evidencia que pocas veces en la historia hubo un salto de trinchera, o de talanquera como acostumbramos a decir, más limpio y elegante. "Los oficiales ingleses y americanos que avanzaban por la península desde el sur, en septiembre de mil novecientos cuarenta y tres, y meses sucesivos, se encontraron de pronto a los adversarios del día anterior, convertidos repentinamente, sin siquiera intentar ellos ser discretos, disimular y dejar pasar un tiempo para olvidar lo ocurrido. Los hoteles en Nápoles estaban llenos de oficiales del ejército italiano, impecables en sus uniformes, que se cuadraban con disciplina perfecta ante los mandos aliados, les sonreían y les invitaban a tomar unas copas y brindar por la pronta derrota de Alemania."
Comenta el escritor que esto ocurría no solo en los grandes salones, sino también en las calles. Los soldados americanos que habían sido previamente instruidos de que los italianos eran enemigos a los que había que destruir, hallaron en cambio sonrisas amistosas, grandes abrazos y vasos de vino que circulaban para brindar y homenajearlos. Incluso con bellas señoritas italianas que les ofrecían.
Curiosamente, la canción napolitana de bienvenida que se les dio a estos soldados, que los liberaban del yugo de veinte años bajo el mando de Mussolini, era:
Chi ha avuto, ha avuto, ha avuto, chi ha dato, ha dato, ha dato, dimentichiamoci o passato, siam á Napole paisá. El autor la traduce así: "unos hemos dado y otros recibido, olvidemos lo ocurrido, gocemos de estar en Nápoles, amigo".
Sigue la interesante constatación de Díaz-Plaja. La guerra que finalmente se perdería para Italia, tanto política como militarmente, dejó un sabor amargo en los italianos que, con toda su inteligencia y su escepticismo no han logrado superar el mito que existe en todo el mundo, donde se considera ganador al pueblo que sepa matar más enemigos. En la época, los italianos intentaron explicar la derrota usando su habilidad dialéctica: Italia perdió la guerra porque había sido obligada a ella, pero en el fondo no la sentía. Al no sentirla combatía con desgana y por eso perdió.
El himno fascista dice, en su primer verso, "Salve o popolo d eroi" pero el escritor Díaz-Plaja pone en duda la condición de héroe del italiano, al menos en las guerras.
El periodista Luigi Barzini (en la época trabajaba para Mussolini), quien escribió "Los italianos, Vizi e Virtú di un Popolo" (1963), absuelve a los italianos de la condición de cobardía cuando escribe sobre la guerra que se perdió. Según este escritor, se perdió porque Mussolini escogió a los comandantes, las estrategias y las armas equivocadas. Además, porque creía que los italianos sufrirían y morirían por una guerra que, al fin y al cabo, no comprendían.
También Barzini escribe que, ciertamente había italianos luchando en una guerra que no les gustaba ni entendían, e hicieron solo lo necesario para volver vivos a su casa, sin arriesgarse más. Lo que debía hacerse y lo que convenía que se hiciese. Fiel a la fórmula típica italiana que es "tira a campá´", que significa algo así como la recomendación de "procura sobrevivir, no te des mala vida". Otra frase conocida que engloba este concepto que maneja Barzini es "E chi me lo fa fare?" Que pudiese traducirse ¿Y por qué debería hacerlo?
En el libro se señala a hombres que técnicamente podían ser acusados de cobardía; pero eran los mismos hombres que en época de paz, arriesgan su vida y enfrentan cualquier otro peligro para defender a su familia o a su honor. Por lo cual asegura Díaz-Plaja que no podían ser acusados de seres cobardes.
Barzini, refiriéndose específicamente a la Segunda Guerra Mundial, escribía: el ejército, al principio, era disciplinado y con buena moral. El cliché de los soldados huyendo no era cierto. Los hombres se sacrificaban incluso cuando era claro que todo era una historia macabra y sin esperanza. Los soldados hicieron lo posible, armados como estaban para una aventura colonial de corta duración, preparados para enfrentar a pueblos primitivos y mal armados, pero no ciertamente para enfrentar a los ejércitos más ricos, más numerosos y técnicamente adelantados… Lo que faltó en Italia no fue el coraje o la voluntad de luchar, sino buenos planes y la organización que debían apoyar a los combatientes.
A la caída del fascismo, en un editorial del periódico Il Messagero, de fecha 25 de julio de 1943 (siempre referido por Díaz-Plaja), se lee: "el hombre que ha arrastrado Italia a una aventura desastrosa sin haber dado a sus soldados ni armas ni ideales. Soldados valientes que han dado y derrochado su coraje en las condiciones más desventajosas, han sido llevados a la muerte inermes y sin fe".
Pero, ciertamente, rebate Díaz-Plaja en su libro, que no fue totalmente cierto esa visión derrotista ya que los italianos empezaron el combate apoyados por el ejército y la organización alemana, que no tenía nada que envidiar, especialmente en los primeros años de la guerra, a los medios bélicos de los cuales disponían ingleses y americanos.
De lo que aprendimos, en las duras y no favorecedoras condiciones en que los jóvenes militares enfrentaron la guerra, muriendo muchos de ellos, es que a los soldados italianos, como mi padre, les tocó abruptamente y con poca preparación, adquirir la habilidad para sobrevivir en cualquier condición. Lo cual le conferiría muchas ventajas futuras haciéndolos más capacitados luego para prosperar en la vida. Habilidad para sobrevivir y vencer las dificultades.
Ese famoso y elegante cambio de talanquera que quiso, de alguna forma, pasar desapercibido, no les sirvió de mucho a los italianos en la posguerra cuando la fracción norteamericana de esos aliados, ahora amigos, se encargó de llenar Italia, (y la misma Europa) de bases militares, haciéndoles perder su dignidad y soberanía. Los gringos tomaron posesión como los nuevos ocupantes y no simplemente como libertadores del nazismo. Ellos, que llegaron tarde a la guerra, lograron someter durante décadas a los italianos y gran parte de Europa. Hasta el día de hoy.
Como justamente señala Diego Fusaro en su editorial de hoy, los soviéticos fueron los que liberaron a Auchwitz. Añade para enfatizar aún más el papel vencedor de La Unión Soviética, que el presidente Putin le cambió el nombre al aeropuerto de Volvograd por el de Stalingrad. Justo ahora cuando los italianos y otros europeos completamente disociados, lo tildan de ser el nuevo Hitler.
Apreciados lectores, en una próxima entrega este relato sobre los italianos continuará.
Fernando Díaz-Plaja El italiano y los siete pecados capitales
1971, Alianza Editorial, tercera edición
Luigi Barzini. Los italianos: vizi e virtú. Editorial Rizzoli 1964
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