lunes, 2 de enero de 2017

Prat Gay y la venganza de las dos pizzas



cnne1hzxyaefbxo
Por: Luis Salas Rodríguez
Cuando Alfonso Prat Gay, el recientemente defenestrado ministro de Economía de Mauricio Macri, asumió dicha cartera el 10 de diciembre del año pasado, representaba todo lo que se pide sea un hombre para dicho cargo: heredero de una poderosa familia ligada a la agroindustria (y a la dictadura militar), se graduó con honores como economista en la Universidad Católica Argentina, para luego doctorarse en los Estados Unidos. Rápidamente, se hizo banquero de renombre en las plazas de Nueva York, Londres y Berlín, convirtiéndose en uno de los directores más jóvenes de la sacrosanta J. P. Morgan. Fue titular del Banco Central entre 2002 y 2004, cuando por desacuerdos con el entonces emergente Néstor Kirchner salió del mismo no sin antes ser felicitado por Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal, como hace unos meses lo fue por el FMI. Desde entonces, centró su accionar en el mundo privado dedicándose al manejo de grandes fortunas, a través del fondo especulativo Tilton fundado por él mismo junto a otros socios, entre los que destacan Luis Caputo, quien hoy lo reemplaza. Fue en estas lides que se vio involucrado en un sonado caso de blanqueo y fuga de capitales en una causa no del todo cerrada, pese a los esfuerzos gubernamentales.
Con estos pergaminos, Prat Gay era pues el hombre perfecto para encabezar con el mejor ánimo “El Cambio” en materia económica, ofrecido por Macri en su campaña. Y no perdió tiempo en la tarea. Inmediatamente, enfiló sus dardos para enderezar lo que según el diagnóstico del gobierno de los CEOS era el principal entuerto de la economía argentina y, por tal motivo, la condición necesaria para arreglar todo lo demás: levantar el cepo cambiario, forma coloquial usada por la prensa sureña para referirse a la eliminación del control cambiario, lo que se traducía en dejar que el tipo de cambio lo determinara “el mercado”, o lo que era lo mismo, asumiendo como real el marcado especulativo paralelo, que en el caso argentino no se conocía como Today sino como Blue o Messi.
De allí en adelante todo fue aplicar a rajatabla el guion del sinceramiento económico, nuevo eufemismo para referirse al ajuste clásico neoliberal: a la eliminación del control cambiario siguió la de la política de Precios Cuidados, versión kirchnerista de los Precios Justos de Chávez. Al tiempo que se lanzaron contra el poder adquisitivo de la población asalariada trabajadora su estabilidad laboral. Por esta vía, el desempleo en Argentina se disparó en un año a niveles sin precedentes en la última década. La “Revolución de la Alegría”, que llegó al poder entre otras cosas prometiendo “Pobreza Cero”,  logró llevarla a niveles récord en menos de un año.
Es importante no olvidar nada de esto porque a estas horas, en que entre navidades y año nuevo el sentido común está menos alerta, ya la gran prensa se dedica a la tarea de imponer la versión hegemónica de la salida de Prat Gay: más que razones económicas, lo que se alegan son problemas políticos ligados a su ego demasiado grande, o al menos lo suficiente para resultar intolerable para un gabinete donde el único “macho alfa” debe ser Macri. Pero por otra parte, tampoco habría que dejarse arrastrar por la versión progresista e incluso de izquierda convencional, según la cual su salida resultaría inevitable dado los resultados desastrosos de su gestión. Y es que el problema con esta última lectura es que en el fondo cree que los resultados podían haber sido de otro modo. Pero cuando se revisa una a una la política de sinceramiento ejecutada por Prat Gay, que no era la suya sino la del gobierno todo, lo primero que salta a la vista es que dichos resultados, ciertamente desastrosos, no fueron no deseados ni secundarios, sino el inevitable desenlace al que llevan las políticas económicas cuando estas se someten al perverso juego de ganarse la confianza del gran capital privado.
A este respecto, hay que agregar otra cosa. Y es que al igual que pasa en el caso venezolano donde se ha hecho una satanización de las políticas de regulación del Estado e impuesto la idea según la cual el sinceramiento (el ajuste) sería la consecuencia odiosa, pero necesaria, del desinfle de la “burbuja rentista” supuestamente vivida entre 2004 y 2012, en el caso argentino lo mismo se hizo al satanizar la “pesada herencia” del “populismo kirchnerista”. O para decirlo como lo dijo un día uno de los principales asesores económicos de Macri, Javier González Fraga, presidente del Banco Central argentino en los tiempos del neoliberalismo hiperinflacionario de los noventa: “Venimos de 12 años en donde se ha invertido mal. Se alentó el sobre consumo, se atrasaron las tarifas y el tipo de cambio. Se le hizo creer a un empleado medio que su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior. Eso era una ilusión, no era normal”. Cualquier parecido con diagnósticos similares para el caso venezolano no es para nada ninguna casualidad. La única diferencia es que lo que en Argentina se ha hecho “para sincerar la economía” como parte de una política de Estado, en Venezuela lo han impuesto por la vía del hecho y el desacato, los propios comerciantes y empresarios.
Y es que el laberinto sin salida al que conduce la “solución” conservadora a los problemas de restricción externa que enfrentan economías como la venezolana y la argentina, que venían creciendo gracias a políticas heterodoxas en medio del contexto global sumamente regresivo, propios de estos tiempos, está ya anunciado en dicho diagnóstico: pues si el problema es el “sobreconsumo” que choca contra el límite externo (en ambos casos, caída del ingreso en divisas) entonces hay que podar dicho “exceso” de consumo vía reducción de los ingresos de la población asalariada, y eso solo se puede hacer desempleando una parte de dicha población para restarla a la demanda agregada, reduciéndole el salario nominal al quitarle beneficios o congelando salarios, y/o disparando los precios y eliminando subsidios claves que disminuyan el salario real.
La combinación de todas estas cosas es lo que ha hecho el gobierno de Macri en lo que va de año y los resultados están a la vista. Resultados que, como dijimos, no son accidentales sino que son consustanciales  e inevitables dada la política adoptada. Fue algo que muchos advertimos antes y después del triunfo de Macri. No por contar con algún poder de predicción especial y ni siquiera por mala voluntad, sino, entre otras cosas, al analizar los resultados de experiencias previas cuando se hizo lo mismo con exactamente los mismos desastrosos resultados.
Vale recordar un episodio de las intervenciones públicas de Prat Gay que dio para mucha discusión en su momento y donde tal vez, sin quererlo, el ahora exministro profetizó su suerte. Fue a comienzos de este año cuando en medio de la discusión pública por el aumento de las tarifas de luz eléctrica, intentó minimizar el impacto en precio y, por tanto, en poder adquisitivo de la medida, explicándola del siguiente modo: “Una factura que se pagaba con 150 pesos pasará a pagase con 350 pesos, 200 pesos más, que es también dos taxis o dos pizzas, creo que esa es la discusión que hay que tener”.
En aquel momento alguien le sacó una sencilla cuenta: los afectados por la suba de la luz eléctrica se calculaban en 2 millones de usuarios, lo que siguiendo la explicación de Prat Gay sería equivalente a 4 millones de pizzas menos por mes, unos 32.000.000 menos de aceitunas y 32.000.000 menos de servilletas (una por porción). Esto, naturalmente, traería como resultado una caída del ingreso de los vendedores de pizza, pero también de los productores de aceitunas y de servilletas. Sin contar todavía la caída de los ingresos de los productores de harina, salsa, queso, tomate, jamón y todos los proveedores de las pizzas. Al anualizar la cuenta, se traduce en 48.000.000 de pizzas menos, 384.000.000 de aceitunas y servilletas menos. Y si la pasamos a pesos, suponiendo que cada pizza vale 80 pesos, la monetización del ajuste, solo en términos de pizza, es de 3.840.000.000 pesos. Y si calculamos el 10% de propinas, el ajuste en propina sería de 384.000.000 de pesos, lo que implica la reducción del consumo de los mozos o de los empleados que hacen delivery en otros productos, es decir, en una contracción del consumo de otros bienes y servicios, incluyendo por ejemplo textiles (los mozos y empleados dejarán de comprarse zapatos y ropas) y salidas al cine.
Resultaría paradójico, si no fuera trágico en términos políticos y de vida de las personas, que los economistas que tanto alardean de rigurosidad y apego a las sacrosantas “leyes del mercado”, olímpicamente ignoren esta regla sencilla: que contraer el poder adquisitivo de la población asalariada inevitablemente implica una caída del consumo, de las ventas, de las ganancias, y por tanto, de la producción, de la inversión, e inmediatamente, un aumento del desempleo disparándose los espirales recesivos, en el que el ajuste económico pasa a transformase en un desajuste social que se profundiza al ritmo que el primero lo hace. Así las cosas, habría que cerrar esta historia de la siguiente manera: las causas de la salida de Prat Gay no hay que buscarlas en su ego grande y pequeño, ni en ninguna otra eventualidad: en realidad fueron las pizzas, que en su momento ninguneó, las que regresaron para vengarse del éxito del sincericidio que ejecutó.
Ahora bien, sus sucesores (así en plural porque el ministerio que ocupaba se dividió en dos) no son demostración de que el gobierno de Macri haya escarmentado, por el contrario, todo implica que el sincericidio seguirá este 2017, y se venderán menos pizzas.

No hay comentarios: