Por: Luis Salas Rodríguez
Cuando Alfonso Prat Gay, el recientemente
defenestrado ministro de Economía de Mauricio Macri, asumió dicha
cartera el 10 de diciembre del año pasado, representaba todo lo que se
pide sea un hombre para dicho cargo: heredero de una poderosa familia
ligada a la agroindustria (y a la dictadura militar),
se graduó con honores como economista en la Universidad Católica
Argentina, para luego doctorarse en los Estados Unidos. Rápidamente, se
hizo banquero de renombre en las plazas de Nueva York, Londres y Berlín,
convirtiéndose en uno de los directores más jóvenes de la sacrosanta J. P. Morgan.
Fue titular del Banco Central entre 2002 y 2004, cuando por desacuerdos
con el entonces emergente Néstor Kirchner salió del mismo no sin antes ser felicitado por Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal, como hace unos meses lo fue por el FMI.
Desde entonces, centró su accionar en el mundo privado dedicándose al
manejo de grandes fortunas, a través del fondo especulativo Tilton
fundado por él mismo junto a otros socios, entre los que destacan Luis
Caputo, quien hoy lo reemplaza. Fue en estas lides que se vio
involucrado en un sonado caso de blanqueo y fuga de capitales en una causa no del todo cerrada, pese a los esfuerzos gubernamentales.
Con estos pergaminos, Prat Gay era pues el
hombre perfecto para encabezar con el mejor ánimo “El Cambio” en materia
económica, ofrecido por Macri en su campaña. Y no perdió tiempo en la
tarea. Inmediatamente, enfiló sus dardos para enderezar lo que según el diagnóstico del gobierno de los CEOS
era el principal entuerto de la economía argentina y, por tal motivo,
la condición necesaria para arreglar todo lo demás: levantar el cepo
cambiario, forma coloquial usada por la prensa sureña para referirse a
la eliminación del control cambiario, lo que se traducía en dejar que el
tipo de cambio lo determinara “el mercado”, o lo que era lo mismo,
asumiendo como real el marcado especulativo paralelo, que en el caso
argentino no se conocía como Today sino como Blue o Messi.
De allí en adelante todo fue aplicar a rajatabla el guion del sinceramiento económico,
nuevo eufemismo para referirse al ajuste clásico neoliberal: a la
eliminación del control cambiario siguió la de la política de Precios
Cuidados, versión kirchnerista de los Precios Justos de Chávez. Al
tiempo que se lanzaron contra el poder adquisitivo de la población
asalariada trabajadora su estabilidad laboral. Por esta vía, el
desempleo en Argentina se disparó en un año a niveles sin precedentes en
la última década. La “Revolución de la Alegría”, que llegó al poder
entre otras cosas prometiendo “Pobreza Cero”, logró llevarla a niveles
récord en menos de un año.
Es importante no olvidar nada de esto
porque a estas horas, en que entre navidades y año nuevo el sentido
común está menos alerta, ya la gran prensa se dedica a la tarea de
imponer la versión hegemónica de la salida de Prat Gay: más que razones
económicas, lo que se alegan son problemas políticos ligados a su ego
demasiado grande, o al menos lo suficiente para resultar intolerable para un gabinete donde el único “macho alfa” debe ser Macri.
Pero por otra parte, tampoco habría que dejarse arrastrar por la
versión progresista e incluso de izquierda convencional, según la cual
su salida resultaría inevitable dado los resultados desastrosos de su
gestión. Y es que el problema con esta última lectura es que en el fondo
cree que los resultados podían haber sido de otro modo. Pero cuando se
revisa una a una la política de sinceramiento ejecutada por Prat Gay,
que no era la suya sino la del gobierno todo, lo primero que salta a la
vista es que dichos resultados, ciertamente desastrosos,
no fueron no deseados ni secundarios, sino el inevitable desenlace al
que llevan las políticas económicas cuando estas se someten al perverso
juego de ganarse la confianza del gran capital privado.
A este respecto, hay que agregar otra cosa.
Y es que al igual que pasa en el caso venezolano donde se ha hecho una
satanización de las políticas de regulación del Estado e impuesto la
idea según la cual el sinceramiento (el ajuste) sería la consecuencia
odiosa, pero necesaria, del desinfle de la “burbuja rentista”
supuestamente vivida entre 2004 y 2012, en el caso argentino lo mismo se
hizo al satanizar la “pesada herencia” del “populismo kirchnerista”. O
para decirlo como lo dijo un día uno de los principales asesores
económicos de Macri, Javier González Fraga, presidente del Banco Central
argentino en los tiempos del neoliberalismo hiperinflacionario de los
noventa: “Venimos de 12 años en donde se ha invertido mal. Se alentó el
sobre consumo, se atrasaron las tarifas y el tipo de cambio. Se le hizo
creer a un empleado medio que su sueldo medio servía para comprar
celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior. Eso era una
ilusión, no era normal”. Cualquier parecido con diagnósticos similares
para el caso venezolano no es para nada ninguna casualidad. La única
diferencia es que lo que en Argentina se ha hecho “para sincerar la
economía” como parte de una política de Estado, en Venezuela lo han
impuesto por la vía del hecho y el desacato, los propios comerciantes y
empresarios.
Y es que el laberinto sin salida al que conduce la “solución”
conservadora a los problemas de restricción externa que enfrentan
economías como la venezolana y la argentina, que venían creciendo
gracias a políticas heterodoxas en medio del contexto global sumamente
regresivo, propios de estos tiempos, está ya anunciado en dicho
diagnóstico: pues si el problema es el “sobreconsumo” que choca contra
el límite externo (en ambos casos, caída del ingreso en divisas)
entonces hay que podar dicho “exceso” de consumo vía reducción de los
ingresos de la población asalariada, y eso solo se puede hacer
desempleando una parte de dicha población para restarla a la demanda
agregada, reduciéndole el salario nominal al quitarle beneficios o
congelando salarios, y/o disparando los precios y eliminando subsidios
claves que disminuyan el salario real.
La combinación de todas estas cosas es lo
que ha hecho el gobierno de Macri en lo que va de año y los resultados
están a la vista. Resultados que, como dijimos, no son accidentales sino
que son consustanciales e inevitables dada la política adoptada. Fue
algo que muchos advertimos antes y después del triunfo de Macri.
No por contar con algún poder de predicción especial y ni siquiera por
mala voluntad, sino, entre otras cosas, al analizar los resultados de
experiencias previas cuando se hizo lo mismo con exactamente los mismos
desastrosos resultados.
Vale recordar un episodio de las intervenciones públicas de Prat Gay
que dio para mucha discusión en su momento y donde tal vez, sin
quererlo, el ahora exministro profetizó su suerte. Fue a comienzos de
este año cuando en medio de la discusión pública por el aumento de las
tarifas de luz eléctrica, intentó minimizar el impacto en precio y, por
tanto, en poder adquisitivo de la medida, explicándola del siguiente
modo: “Una factura que se pagaba con 150 pesos pasará a pagase con 350
pesos, 200 pesos más, que es también dos taxis o dos pizzas, creo que
esa es la discusión que hay que tener”.
En aquel momento alguien le sacó una sencilla cuenta:
los afectados por la suba de la luz eléctrica se calculaban en 2
millones de usuarios, lo que siguiendo la explicación de Prat Gay sería
equivalente a 4 millones de pizzas menos por mes, unos 32.000.000 menos
de aceitunas y 32.000.000 menos de servilletas (una por porción). Esto,
naturalmente, traería como resultado una caída del ingreso de los
vendedores de pizza, pero también de los productores de aceitunas y de
servilletas. Sin contar todavía la caída de los ingresos de los
productores de harina, salsa, queso, tomate, jamón y todos los
proveedores de las pizzas. Al anualizar la cuenta, se traduce en
48.000.000 de pizzas menos, 384.000.000 de aceitunas y servilletas
menos. Y si la pasamos a pesos, suponiendo que cada pizza vale 80 pesos,
la monetización del ajuste, solo en términos de pizza, es de
3.840.000.000 pesos. Y si calculamos el 10% de propinas, el ajuste en
propina sería de 384.000.000 de pesos, lo que implica la reducción del
consumo de los mozos o de los empleados que hacen delivery en otros
productos, es decir, en una contracción del consumo de otros bienes y
servicios, incluyendo por ejemplo textiles (los mozos y empleados
dejarán de comprarse zapatos y ropas) y salidas al cine.
Resultaría paradójico, si no fuera trágico
en términos políticos y de vida de las personas, que los economistas que
tanto alardean de rigurosidad y apego a las sacrosantas “leyes del
mercado”, olímpicamente ignoren esta regla sencilla: que contraer el
poder adquisitivo de la población asalariada inevitablemente implica una
caída del consumo, de las ventas, de las ganancias, y por tanto, de la
producción, de la inversión, e inmediatamente, un aumento del desempleo
disparándose los espirales recesivos, en el que el ajuste económico pasa
a transformase en un desajuste social que se profundiza al ritmo que el
primero lo hace. Así las cosas, habría que cerrar esta historia de la
siguiente manera: las causas de la salida de Prat Gay no hay que
buscarlas en su ego grande y pequeño, ni en ninguna otra eventualidad:
en realidad fueron las pizzas, que en su momento ninguneó, las que
regresaron para vengarse del éxito del sincericidio que ejecutó.
Ahora bien, sus sucesores (así en plural porque el ministerio que
ocupaba se dividió en dos) no son demostración de que el gobierno de
Macri haya escarmentado, por el contrario, todo implica que el
sincericidio seguirá este 2017, y se venderán menos pizzas.
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