Michael Moore
Estimados amigos:
Siento ser el que dé las malas noticias, pero ya os lo advertí el pasado verano cuando dije que Donald Trump sería el candidato republicano a la presidencia. Y ahora traigo unas noticias aún peores y más deprimentes: Donald J. Trump va a ganar las elecciones en noviembre. Este ignorante, peligroso y miserable payaso a tiempo parcial y sociópata a tiempo completo será el próximo presidente de Estados Unidos. Presidente Trump. Vamos, id practicando, porque será así como nos tendremos que dirigir a él durante los próximos cuatro años: "PRESIDENTE TRUMP".
En mi vida he deseado tanto estar equivocado como ahora.
Me imagino lo que estaréis haciendo ahora mismo. Estaréis negando con la cabeza y mientras pensáis: "No, Mike, no va a ganar". Por desgracia, vivís en una burbuja con una cámara de resonancia acoplada en la que tanto vosotros como vuestros amigos estáis convencidos de que los estadounidenses no van a elegir como presidente a un idiota. Vais alternando entre la sorpresa y la mofa por su último comentario o por su actitud narcisista ante todo, porque todo gira a su alrededor. Y después escucháis a Hillary y veis a la que sería la primera mujer en un cargo así en Estados Unidos, una persona respetada, inteligente y que se preocupa por los niños, que continuará con el legado de Obama porque eso es claramente lo que quieren los estadounidenses, cuatro años más de esto.
Tenéis que salir de esa burbuja inmediatamente. Tenéis que dejar de negar lo evidente y enfrentaros a la verdad que en el fondo sabéis que es muy real. Intentar tranquilizaros con datos -"el 77% del electorado son mujeres, personas de otras razas y jóvenes de menos de 35 años, ¡y Trump no puede ganar por mayoría en ninguno de esos sectores!"- o con lógica -"¡la gente no va a votar a un bufón ni en contra de sus intereses!"- es la manera que tiene el cerebro de protegerse de una situación traumática. Como cuando oyes un ruido extraño en la calle y piensas: "Ah, es que habrá reventado una rueda", o "¿quién anda tirando petardos?" porque no quieres pensar que lo que acabas de oír es un disparo. Es la misma razón por la que todas las noticias iniciales y testigos del 11-S decían en los primeros momentos que "un pequeño avión se había estrellado por accidente contra el World Trade Center". Queremos -necesitamos- tener esperanza porque, francamente, la vida ya es lo suficientemente dura y ya bastante hay que luchar entre sueldo y sueldo. No podemos con muchas más malas noticias. Por lo tanto, nuestro estado mental vuelve al estado predeterminado cuando se hace realidad algo aterrador. Las primeras personas arrolladas por el camión en el atentado de Niza pasaron sus últimos minutos de vida pensando que el conductor del camión simplemente había perdido el control del vehículo, haciéndole señas y gritándole que tuviera cuidado y que había gente en la acera.
Queridos amigos, esto no es un accidente. Es la realidad. Y si creéis que Hillary Clinton va a ganar a Trump con datos, inteligencia y lógica, es que no os habéis quedado con nada de las 56 primarias en las que 16 candidatos republicanos probaron con todo, sacaron todos sus ases de la manga y no pudieron hacer nada para detener al gigante de Trump. A día de hoy, tal y como están las cosas, creo que va a ganar; y, para lidiar con ello, necesito que primero lo reconozcáis y quizá después podamos encontrar una manera de salir de este embrollo en el que nos hemos metido.
No me malinterpretéis. Tengo muchas esperanzas puestas en el país en el que vivo. Las cosas están mejor. La izquierda ha ganado las guerras culturales. Los gais y las lesbianas pueden casarse. La mayoría de los estadounidenses adoptan la postura liberal en las encuestas: en el sueldo igualitario para hombres y mujeres, en que el aborto debería ser legal, en la imposición de unas leyes medioambientales más severas, en un mayor control de las armas, en la legalización de la marihuana. Se ha producido un gran cambio: que les pregunten a los socialistas que han ganado en 22 estados este año. Y no me cabe duda de que si la gente pudiera votar desde el sofá en su casa a través de la Xbox o de la PlayStation Hillary ganaría por goleada.
Pero en Estados Unidos las cosas no funcionan así. La gente tiene que salir de casa y esperar una cola para votar. Y, si viven en barrios pobres, con mayoría de negros o de hispanos, no solo tendrán que hacer una cola más larga, sino que se hará todo lo posible para evitar que vayan a votar. Así que en la mayoría de las elecciones es difícil que el porcentaje de participación llegue siquiera al 50%. Y ahí yace el problema de noviembre: ¿quién va a conseguir que los votantes más motivados acudan a las urnas? Sabéis la respuesta a esa pregunta. ¿Quién es el candidato con los simpatizantes más furibundos? ¿Quién tiene unos fans capaces de levantarse a las cinco de la mañana el día de las elecciones y de ir dando la brasa todo el día hasta que cierren las urnas para asegurarse de que todo hijo de vecino vote? Efectivamente. Ese es el nivel de peligro en el que nos encontramos. Y no os engañéis: ni los persuasivos anuncios de televisión de Hillary ni el hecho de que se le desenmascare en los debates ni que los libertarios le quiten votos van a servir para detener a Trump.
1. El Brexit del medio oeste de Estados Unidos. Creo que Trump va a centrar gran parte de su atención en los cuatro estados azules de Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Cuatro estados tradicionalmente demócratas, pero que han elegido a gobernadores republicanos desde 2010 (Pensilvania es el único que finalmente ha elegido a un demócrata ahora). En las primarias de Michigan de marzo, 1,32 millones de habitantes votaron a los republicanos frente a los 1,19 millones que votaron a los demócratas. Según las últimas encuestas de Pensilvania, Trump va por delante de Hillary; y en Ohio están empatados. ¿Empatados? ¿Cómo es posible que esta carrera esté tan reñida después de todo lo que ha dicho y hecho Trump? Quizá se deba a que este ha dicho (y ha dicho bien) que el apoyo de los Clinton al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha ayudado a destruir a los estados industriales de la zona norte del medio oeste de Estados Unidos. Trump va a machacar a Clinton con este tema y con el hecho de que haya apoyado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y otras políticas de comercio que han perjudicado a los habitantes de esos cuatro estados. Durante las primarias de Michigan, Trump amenazó a la empresa Ford Motor con que si seguían adelante con el cierre de la fábrica que tenían previsto y se trasladaban a México, pondría un impuesto del 35% a todos los coches construidos en México que se enviaran a Estados Unidos. Música para los oídos de la clase trabajadora de Michigan. Y cuando lanzó otra amenaza a Apple y dijo que les obligaría a dejar de fabricar iPhones en China y a fabricarlos en Estados Unidos todos quedaron embelesados y Trump se llevó una gran victoria que debería haber sido para el gobernador de al lado, John Kasich.
La zona que abarca desde la ciudad de Green Bay (Wisconsin) hasta Pittsburgh (Pensilvania) recuerda a la mitad de Inglaterra: rotas, deprimidas y en las últimas funcionan las chimeneas esparcidas por el campo en el esqueleto de lo que antes llamábamos clase media. Trabajadores (y no trabajadores) amargados y enfadados a los que Reagan engañó y a los que los demócratas -que siguen intentando persuadir de forma deshonesta pero solo quieren aprovecharse de la situación codeándose con banqueros que les puedan extender cheques- abandonaron. Lo que ha pasado con el Brexit en Reino Unido también va a pasar aquí. Elmer Gantry aparece como Boris Johnson y se limita a inventar para convencer a la gente de que ¡esta es su oportunidad! De acabar con todos, con todos los que hicieron añicos su Sueño Americano. Y ahora Donald Trump, el forastero, ha llegado para limpiarlo todo. ¡No hace falta que estéis de acuerdo con él! ¡Es vuestro cóctel molotov personal, el que podéis lanzar a los malnacidos que os hicieron esto! ¡HACEOS OÍR, TRUMP ES VUESTRO MENSAJERO!
Y aquí es donde entran en juego los cálculos. En 2012, Mitt Romney perdió por 64 votos electorales. Sumemos los votos electorales de Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Son 64. Lo único que Trump necesita para ganar es mantenerse, tal y como se espera, en la franja de estados tradicionalmente republicanos de Idaho a Georgia (estados en los que nunca ganará Hillary Clinton), y ganar en Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. No necesita ganar en Florida, ni en Colorado ni en Virginia. Solo en los cuatro anteriores. Y eso le colocará en la cima. Y eso es lo que va a pasar en noviembre.
2. El último bastión de los hombres blancos enfadados. El gobierno de Estados Unidos que lleva 240 años dominado por hombres llega a su fin. ¡Una mujer está a punto de llegar al poder! ¿Cómo ha podido suceder? Delante de nuestras narices. Había señales de peligro, pero las ignoramos. Nixon -el traidor del género- impuso el Título IX, la ley por la que, en el colegio, las alumnas deberían tener las mismas oportunidades a la hora de practicar deporte. Y luego les dejaron pilotar aviones comerciales. Y antes de que nos diéramos cuenta, Beyoncé revolucionó la Super Bowl (¡nuestro partido!) con un ejército de mujeres negras que, con el puño en alto, dejaron claro que nuestra dominación había terminado. ¡Dónde hemos ido a parar!
Ese es el pequeño resumen de la mente del hombre blanco en peligro de extinción. Tienen la sensación de que se les escapa el poder de las manos, de que su manera de hacer las cosas ya no es la manera en la que se hacen las cosas. La "feminazi", ese monstruo que, como dice Trump, "sangra por los ojos o por donde sea", nos ha conquistado y ahora, después de haber tenido que pasar por ocho años en los que un hombre negro nos ha dicho qué hacer, ¿se supone que tenemos que aguantar ocho años en los que una mujer nos mangonee? ¡Después de eso serán ocho años de gais dirigiendo la Casa Blanca! ¡Y luego transexuales! Ya veis por dónde van las cosas. Para entonces, se les habrán concedido derechos humanos a los animales y el presidente del país será un hámster. ¡Esto tiene que acabar!
3. El problema de Hillary. Seamos sinceros, ahora que estamos entre amigos. Ante todo, dejadme que os diga que me gusta -mucho- Hillary y que creo que le han creado una reputación que no se merece. Pero el hecho de que votara a favor de la guerra de Irak hizo que yo me prometiera que no volvería a votarla. Hasta la fecha, no he roto esa promesa. Por intentar evitar que un protofascista se convierta en nuestro presidente, voy a romper esa promesa. Me entristece pensar que Clinton encontrará la manera de meternos en un conflicto militar. Es un halcón a la derecha de Obama. Pero el dedo psicópata de Trump estará listo para pulsar El Botón, así son las cosas.
Asumámoslo: Trump no es el mayor de nuestros problemas, es Hillary. Es muy impopular: el 70% de los votantes piensan que no transmite confianza ni honestidad. Representa a la política tradicional y no cree en nada que no sea lo que le haga ganar las elecciones. Por eso estuvo en contra del matrimonio homosexual en su momento y ahora lo defiende. Entre sus mayores detractores se encuentran las mujeres jóvenes, cosa que tiene que dolerle considerando los sacrificios que ha hecho -tanto Hillary como otras mujeres de su generación- y lo que ha luchado para que las generaciones más jóvenes no tengan que aguantar que las Barbaras Bushes del mundo les manden callar y a hacer galletas. Pero no gusta a los jóvenes, y no hay día que no oiga a un millennial decir que no la va a votar. Ningún demócrata, ni ninguna persona que no apoye a alguno de los dos partidos mayoritarios, se va a levantar emocionado el 8 de noviembre por ir a votar a Hillary como pasó cuando Obama ganó las elecciones o cuando Bernie Sanders era candidato en las primarias. No hay entusiasmo. Y, como estas elecciones solo van a depender de una cosa -de quién atraiga a más gente a las urnas-, Trump lleva las de ganar.
4. El voto deprimido a Bernie Sanders. Dejad de preocuparos por que los simpatizantes de Bernie no votemos a Clinton, porque la vamos a votar. Según las encuestas, el número de seguidores de Sanders que voten a Hillary este año será mayor que el número de simpatizantes de Clinton que votaron a Obama en 2008. Ese no es el problema. Lo que debería alarmarnos es que cuando el simpatizante promedio de Bernie se arrastre a las urnas el día de las elecciones para votar a Hillary a regañadientes, a eso se le llamará "voto deprimido" (lo que significa que el votante no se lleva a cinco personas con él para que voten también, que no se ha presentado como voluntario para hacer campaña 10 horas al mes de cara a las elecciones y que no contesta con emoción cuando le preguntan por qué va a votar a Hillary: un votante deprimido). Porque, cuando se es joven, se tiene tolerancia cero ante los farsantes y las mentiras. Para la gente joven, volver a la era de Clinton/Bush es como tener que pagar de repente por escuchar música, o volver a usar MySpace o a llevar un teléfono móvil como una maleta de grande. No van a votar a Trump; algunos votarán a un tercer partido, pero muchos se limitarán a quedarse en casa. Hillary Clinton va a tener que hacer algo para dar a los jóvenes una razón para que la apoyen; y elegir a un señor blanco, viejo, insulso y moderado como candidato a vicepresidente no es el tipo de decisión atrevida que pueda transmitir a los millennials que su voto es importante para Hillary. Que hubiera dos mujeres al frente era una idea interesante. Pero Hillary se ha asustado y ha decidido ir a lo seguro. Otro ejemplo más de cómo Clinton está matando poco a poco al voto joven.
5. El efecto Jesse Ventura. Por último, no descontemos la capacidad del electorado para hacer el mal o para subestimar cuántos millones de ciudadanos se conciben a sí mismos como anarquistas encubiertos una vez que echen la cortina y se dispongan a ejercer su derecho al voto. Es uno de los pocos sitios que quedan en esta sociedad en el que no hay ni cámaras de seguridad, ni dispositivos de escucha, ni parejas, ni hijos, ni jefes, ni policías, ni siquiera límite de tiempo. Puedes pasarte ahí dentro el tiempo que te apetezca y nadie puede obligarte a hacer nada. Puedes votar al partido que quieras o a Mickey Mouse y al Pato Donald. No hay reglas. Y precisamente por eso y por la ira que tienen algunos contra un sistema político inservible, millones de estadounidenses van a votar a Trump, y no porque estén de acuerdo con él ni porque les gusten la intolerancia y el ego que le caracterizan, sino porque pueden, simplemente. Para ver el mundo arder y hacer enfadar a papá y a mamá. E igual que cuando estás al borde de las cataratas del Niágara te preguntas por un instante cómo sería tirarse por ahí, habrá muchos a los que les encante sentir que son los que mueven los hilos y que pueden votar a Trump solo para ver qué pasa. Recordemos cuando, en los noventa, los ciudadanos de Minnesota eligieron como gobernador a un ex luchador profesional. No lo hicieron porque fueran estúpidos o porque pensaran que Jesse Ventura era un político célebre o intelectual. Lo hicieron porque podían. Minnesota es uno de los estados más inteligentes del país. Y también está lleno de ciudadanos con gusto por el humor negro, así que para ellos votar a Jesse Ventura fue como hacer un chiste práctico en un sistema político enfermo. Y es lo que va a volver a pasar con Trump.
Cuando me disponía a volver a mi hotel después de participar en el programa especial de Bill Maher sobre la Convención del Partido Republicano en la cadena HBO, un hombre me paró por la calle. "Mike", me dijo, "tenemos que votar a Trump. TENEMOS que cambiar las cosas". Eso fue todo. Para él, era suficiente. "Cambiar las cosas". De hecho, es lo que Trump haría, y a gran parte del electorado le gustaría ser espectador de ese reality show.
(La próxima semana publicaré mi opinión sobre el talón de Aquiles de Trump y sobre cómo creo que se le puede vencer).
Atentamente,
Michael Moore
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.
Siento ser el que dé las malas noticias, pero ya os lo advertí el pasado verano cuando dije que Donald Trump sería el candidato republicano a la presidencia. Y ahora traigo unas noticias aún peores y más deprimentes: Donald J. Trump va a ganar las elecciones en noviembre. Este ignorante, peligroso y miserable payaso a tiempo parcial y sociópata a tiempo completo será el próximo presidente de Estados Unidos. Presidente Trump. Vamos, id practicando, porque será así como nos tendremos que dirigir a él durante los próximos cuatro años: "PRESIDENTE TRUMP".
En mi vida he deseado tanto estar equivocado como ahora.
Me imagino lo que estaréis haciendo ahora mismo. Estaréis negando con la cabeza y mientras pensáis: "No, Mike, no va a ganar". Por desgracia, vivís en una burbuja con una cámara de resonancia acoplada en la que tanto vosotros como vuestros amigos estáis convencidos de que los estadounidenses no van a elegir como presidente a un idiota. Vais alternando entre la sorpresa y la mofa por su último comentario o por su actitud narcisista ante todo, porque todo gira a su alrededor. Y después escucháis a Hillary y veis a la que sería la primera mujer en un cargo así en Estados Unidos, una persona respetada, inteligente y que se preocupa por los niños, que continuará con el legado de Obama porque eso es claramente lo que quieren los estadounidenses, cuatro años más de esto.
Tenéis que salir de esa burbuja inmediatamente. Tenéis que dejar de negar lo evidente y enfrentaros a la verdad que en el fondo sabéis que es muy real. Intentar tranquilizaros con datos -"el 77% del electorado son mujeres, personas de otras razas y jóvenes de menos de 35 años, ¡y Trump no puede ganar por mayoría en ninguno de esos sectores!"- o con lógica -"¡la gente no va a votar a un bufón ni en contra de sus intereses!"- es la manera que tiene el cerebro de protegerse de una situación traumática. Como cuando oyes un ruido extraño en la calle y piensas: "Ah, es que habrá reventado una rueda", o "¿quién anda tirando petardos?" porque no quieres pensar que lo que acabas de oír es un disparo. Es la misma razón por la que todas las noticias iniciales y testigos del 11-S decían en los primeros momentos que "un pequeño avión se había estrellado por accidente contra el World Trade Center". Queremos -necesitamos- tener esperanza porque, francamente, la vida ya es lo suficientemente dura y ya bastante hay que luchar entre sueldo y sueldo. No podemos con muchas más malas noticias. Por lo tanto, nuestro estado mental vuelve al estado predeterminado cuando se hace realidad algo aterrador. Las primeras personas arrolladas por el camión en el atentado de Niza pasaron sus últimos minutos de vida pensando que el conductor del camión simplemente había perdido el control del vehículo, haciéndole señas y gritándole que tuviera cuidado y que había gente en la acera.
Queridos amigos, esto no es un accidente. Es la realidad. Y si creéis que Hillary Clinton va a ganar a Trump con datos, inteligencia y lógica, es que no os habéis quedado con nada de las 56 primarias en las que 16 candidatos republicanos probaron con todo, sacaron todos sus ases de la manga y no pudieron hacer nada para detener al gigante de Trump. A día de hoy, tal y como están las cosas, creo que va a ganar; y, para lidiar con ello, necesito que primero lo reconozcáis y quizá después podamos encontrar una manera de salir de este embrollo en el que nos hemos metido.
No me malinterpretéis. Tengo muchas esperanzas puestas en el país en el que vivo. Las cosas están mejor. La izquierda ha ganado las guerras culturales. Los gais y las lesbianas pueden casarse. La mayoría de los estadounidenses adoptan la postura liberal en las encuestas: en el sueldo igualitario para hombres y mujeres, en que el aborto debería ser legal, en la imposición de unas leyes medioambientales más severas, en un mayor control de las armas, en la legalización de la marihuana. Se ha producido un gran cambio: que les pregunten a los socialistas que han ganado en 22 estados este año. Y no me cabe duda de que si la gente pudiera votar desde el sofá en su casa a través de la Xbox o de la PlayStation Hillary ganaría por goleada.
Pero en Estados Unidos las cosas no funcionan así. La gente tiene que salir de casa y esperar una cola para votar. Y, si viven en barrios pobres, con mayoría de negros o de hispanos, no solo tendrán que hacer una cola más larga, sino que se hará todo lo posible para evitar que vayan a votar. Así que en la mayoría de las elecciones es difícil que el porcentaje de participación llegue siquiera al 50%. Y ahí yace el problema de noviembre: ¿quién va a conseguir que los votantes más motivados acudan a las urnas? Sabéis la respuesta a esa pregunta. ¿Quién es el candidato con los simpatizantes más furibundos? ¿Quién tiene unos fans capaces de levantarse a las cinco de la mañana el día de las elecciones y de ir dando la brasa todo el día hasta que cierren las urnas para asegurarse de que todo hijo de vecino vote? Efectivamente. Ese es el nivel de peligro en el que nos encontramos. Y no os engañéis: ni los persuasivos anuncios de televisión de Hillary ni el hecho de que se le desenmascare en los debates ni que los libertarios le quiten votos van a servir para detener a Trump.
"Tenéis que dejar de negar lo evidente y enfrentaros a la verdad que en el fondo sabéis que es muy real".Estas son las cinco razones por las que Trump va a ganar:
1. El Brexit del medio oeste de Estados Unidos. Creo que Trump va a centrar gran parte de su atención en los cuatro estados azules de Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Cuatro estados tradicionalmente demócratas, pero que han elegido a gobernadores republicanos desde 2010 (Pensilvania es el único que finalmente ha elegido a un demócrata ahora). En las primarias de Michigan de marzo, 1,32 millones de habitantes votaron a los republicanos frente a los 1,19 millones que votaron a los demócratas. Según las últimas encuestas de Pensilvania, Trump va por delante de Hillary; y en Ohio están empatados. ¿Empatados? ¿Cómo es posible que esta carrera esté tan reñida después de todo lo que ha dicho y hecho Trump? Quizá se deba a que este ha dicho (y ha dicho bien) que el apoyo de los Clinton al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha ayudado a destruir a los estados industriales de la zona norte del medio oeste de Estados Unidos. Trump va a machacar a Clinton con este tema y con el hecho de que haya apoyado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y otras políticas de comercio que han perjudicado a los habitantes de esos cuatro estados. Durante las primarias de Michigan, Trump amenazó a la empresa Ford Motor con que si seguían adelante con el cierre de la fábrica que tenían previsto y se trasladaban a México, pondría un impuesto del 35% a todos los coches construidos en México que se enviaran a Estados Unidos. Música para los oídos de la clase trabajadora de Michigan. Y cuando lanzó otra amenaza a Apple y dijo que les obligaría a dejar de fabricar iPhones en China y a fabricarlos en Estados Unidos todos quedaron embelesados y Trump se llevó una gran victoria que debería haber sido para el gobernador de al lado, John Kasich.
La zona que abarca desde la ciudad de Green Bay (Wisconsin) hasta Pittsburgh (Pensilvania) recuerda a la mitad de Inglaterra: rotas, deprimidas y en las últimas funcionan las chimeneas esparcidas por el campo en el esqueleto de lo que antes llamábamos clase media. Trabajadores (y no trabajadores) amargados y enfadados a los que Reagan engañó y a los que los demócratas -que siguen intentando persuadir de forma deshonesta pero solo quieren aprovecharse de la situación codeándose con banqueros que les puedan extender cheques- abandonaron. Lo que ha pasado con el Brexit en Reino Unido también va a pasar aquí. Elmer Gantry aparece como Boris Johnson y se limita a inventar para convencer a la gente de que ¡esta es su oportunidad! De acabar con todos, con todos los que hicieron añicos su Sueño Americano. Y ahora Donald Trump, el forastero, ha llegado para limpiarlo todo. ¡No hace falta que estéis de acuerdo con él! ¡Es vuestro cóctel molotov personal, el que podéis lanzar a los malnacidos que os hicieron esto! ¡HACEOS OÍR, TRUMP ES VUESTRO MENSAJERO!
Y aquí es donde entran en juego los cálculos. En 2012, Mitt Romney perdió por 64 votos electorales. Sumemos los votos electorales de Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Son 64. Lo único que Trump necesita para ganar es mantenerse, tal y como se espera, en la franja de estados tradicionalmente republicanos de Idaho a Georgia (estados en los que nunca ganará Hillary Clinton), y ganar en Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. No necesita ganar en Florida, ni en Colorado ni en Virginia. Solo en los cuatro anteriores. Y eso le colocará en la cima. Y eso es lo que va a pasar en noviembre.
2. El último bastión de los hombres blancos enfadados. El gobierno de Estados Unidos que lleva 240 años dominado por hombres llega a su fin. ¡Una mujer está a punto de llegar al poder! ¿Cómo ha podido suceder? Delante de nuestras narices. Había señales de peligro, pero las ignoramos. Nixon -el traidor del género- impuso el Título IX, la ley por la que, en el colegio, las alumnas deberían tener las mismas oportunidades a la hora de practicar deporte. Y luego les dejaron pilotar aviones comerciales. Y antes de que nos diéramos cuenta, Beyoncé revolucionó la Super Bowl (¡nuestro partido!) con un ejército de mujeres negras que, con el puño en alto, dejaron claro que nuestra dominación había terminado. ¡Dónde hemos ido a parar!
Ese es el pequeño resumen de la mente del hombre blanco en peligro de extinción. Tienen la sensación de que se les escapa el poder de las manos, de que su manera de hacer las cosas ya no es la manera en la que se hacen las cosas. La "feminazi", ese monstruo que, como dice Trump, "sangra por los ojos o por donde sea", nos ha conquistado y ahora, después de haber tenido que pasar por ocho años en los que un hombre negro nos ha dicho qué hacer, ¿se supone que tenemos que aguantar ocho años en los que una mujer nos mangonee? ¡Después de eso serán ocho años de gais dirigiendo la Casa Blanca! ¡Y luego transexuales! Ya veis por dónde van las cosas. Para entonces, se les habrán concedido derechos humanos a los animales y el presidente del país será un hámster. ¡Esto tiene que acabar!
3. El problema de Hillary. Seamos sinceros, ahora que estamos entre amigos. Ante todo, dejadme que os diga que me gusta -mucho- Hillary y que creo que le han creado una reputación que no se merece. Pero el hecho de que votara a favor de la guerra de Irak hizo que yo me prometiera que no volvería a votarla. Hasta la fecha, no he roto esa promesa. Por intentar evitar que un protofascista se convierta en nuestro presidente, voy a romper esa promesa. Me entristece pensar que Clinton encontrará la manera de meternos en un conflicto militar. Es un halcón a la derecha de Obama. Pero el dedo psicópata de Trump estará listo para pulsar El Botón, así son las cosas.
Asumámoslo: Trump no es el mayor de nuestros problemas, es Hillary. Es muy impopular: el 70% de los votantes piensan que no transmite confianza ni honestidad. Representa a la política tradicional y no cree en nada que no sea lo que le haga ganar las elecciones. Por eso estuvo en contra del matrimonio homosexual en su momento y ahora lo defiende. Entre sus mayores detractores se encuentran las mujeres jóvenes, cosa que tiene que dolerle considerando los sacrificios que ha hecho -tanto Hillary como otras mujeres de su generación- y lo que ha luchado para que las generaciones más jóvenes no tengan que aguantar que las Barbaras Bushes del mundo les manden callar y a hacer galletas. Pero no gusta a los jóvenes, y no hay día que no oiga a un millennial decir que no la va a votar. Ningún demócrata, ni ninguna persona que no apoye a alguno de los dos partidos mayoritarios, se va a levantar emocionado el 8 de noviembre por ir a votar a Hillary como pasó cuando Obama ganó las elecciones o cuando Bernie Sanders era candidato en las primarias. No hay entusiasmo. Y, como estas elecciones solo van a depender de una cosa -de quién atraiga a más gente a las urnas-, Trump lleva las de ganar.
4. El voto deprimido a Bernie Sanders. Dejad de preocuparos por que los simpatizantes de Bernie no votemos a Clinton, porque la vamos a votar. Según las encuestas, el número de seguidores de Sanders que voten a Hillary este año será mayor que el número de simpatizantes de Clinton que votaron a Obama en 2008. Ese no es el problema. Lo que debería alarmarnos es que cuando el simpatizante promedio de Bernie se arrastre a las urnas el día de las elecciones para votar a Hillary a regañadientes, a eso se le llamará "voto deprimido" (lo que significa que el votante no se lleva a cinco personas con él para que voten también, que no se ha presentado como voluntario para hacer campaña 10 horas al mes de cara a las elecciones y que no contesta con emoción cuando le preguntan por qué va a votar a Hillary: un votante deprimido). Porque, cuando se es joven, se tiene tolerancia cero ante los farsantes y las mentiras. Para la gente joven, volver a la era de Clinton/Bush es como tener que pagar de repente por escuchar música, o volver a usar MySpace o a llevar un teléfono móvil como una maleta de grande. No van a votar a Trump; algunos votarán a un tercer partido, pero muchos se limitarán a quedarse en casa. Hillary Clinton va a tener que hacer algo para dar a los jóvenes una razón para que la apoyen; y elegir a un señor blanco, viejo, insulso y moderado como candidato a vicepresidente no es el tipo de decisión atrevida que pueda transmitir a los millennials que su voto es importante para Hillary. Que hubiera dos mujeres al frente era una idea interesante. Pero Hillary se ha asustado y ha decidido ir a lo seguro. Otro ejemplo más de cómo Clinton está matando poco a poco al voto joven.
5. El efecto Jesse Ventura. Por último, no descontemos la capacidad del electorado para hacer el mal o para subestimar cuántos millones de ciudadanos se conciben a sí mismos como anarquistas encubiertos una vez que echen la cortina y se dispongan a ejercer su derecho al voto. Es uno de los pocos sitios que quedan en esta sociedad en el que no hay ni cámaras de seguridad, ni dispositivos de escucha, ni parejas, ni hijos, ni jefes, ni policías, ni siquiera límite de tiempo. Puedes pasarte ahí dentro el tiempo que te apetezca y nadie puede obligarte a hacer nada. Puedes votar al partido que quieras o a Mickey Mouse y al Pato Donald. No hay reglas. Y precisamente por eso y por la ira que tienen algunos contra un sistema político inservible, millones de estadounidenses van a votar a Trump, y no porque estén de acuerdo con él ni porque les gusten la intolerancia y el ego que le caracterizan, sino porque pueden, simplemente. Para ver el mundo arder y hacer enfadar a papá y a mamá. E igual que cuando estás al borde de las cataratas del Niágara te preguntas por un instante cómo sería tirarse por ahí, habrá muchos a los que les encante sentir que son los que mueven los hilos y que pueden votar a Trump solo para ver qué pasa. Recordemos cuando, en los noventa, los ciudadanos de Minnesota eligieron como gobernador a un ex luchador profesional. No lo hicieron porque fueran estúpidos o porque pensaran que Jesse Ventura era un político célebre o intelectual. Lo hicieron porque podían. Minnesota es uno de los estados más inteligentes del país. Y también está lleno de ciudadanos con gusto por el humor negro, así que para ellos votar a Jesse Ventura fue como hacer un chiste práctico en un sistema político enfermo. Y es lo que va a volver a pasar con Trump.
Cuando me disponía a volver a mi hotel después de participar en el programa especial de Bill Maher sobre la Convención del Partido Republicano en la cadena HBO, un hombre me paró por la calle. "Mike", me dijo, "tenemos que votar a Trump. TENEMOS que cambiar las cosas". Eso fue todo. Para él, era suficiente. "Cambiar las cosas". De hecho, es lo que Trump haría, y a gran parte del electorado le gustaría ser espectador de ese reality show.
(La próxima semana publicaré mi opinión sobre el talón de Aquiles de Trump y sobre cómo creo que se le puede vencer).
Atentamente,
Michael Moore
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.
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