jueves, 10 de noviembre de 2016

Querida Alicia Machado, me uno a tu punzada

Yo recuerdo cuando estudiábamos juntas en el Colegio Madre María, y tú eras tan apocada al principio, y utilizabas la falda aquella azul más largas de todas nosotras, y te reías de todo, y buscábamos aquellas revistas que tu tía Marina te mandaba de España, entre las que se encontraba “Hola”, y nos extasiábamos mirando lo chic y lo terrific de la gente con clase del reino de la Madre Patria. Y tu con tus ojazos tan vivos preguntabas: “¿Cuántas madre patria tiene una?”. Y hablábamos tanto de aquellos toreros tan lindos que tú admirabas por su estampa y sus trajes, por sus pintas y patillas, y que esperaba que tu buena estrella te condujera a uno, …te deparara la fortuna de acercarte a uno de esos hombres con tanto donaire y valentía, con tanta pasión por la sangre en los ruedos. Ay, Alicita, y tu dulce pasión por los colores y los sabores, aquella locura tuya de meterte en el retrete de la monjas para ver lo que allí tenían, y te desternillaba de la risa mirando sus prendas íntimas. Aquella ansiedad tuya porque llegaran las vacaciones y hacerte la tontita para que la familia de Cavalerie te paseara en su yate; tu obsesión, querida, por meterte en cualquier concurso de belleza porque comenzabas a sentirte avasalladora. Tu pasión, al principio, por las patinetas, los frisbee y por los hula-hula. Aquellas ganas tuyas de romper las barreras del tiempo y hacer saltitos de rana en las escaleras con las tangas de la gimnasia, y asomarte por las vitrinas en Las Mercedes y pegar aquellos gritos de espanto cada vez que veías joyas, vestidos caros y virguerías de moda. Ay, Alicita, entonces vivías rodeada de adecos y copeyanos, de lo más high de lo high porque tu decías que así te sentías bien hot, y te echaban los perros y hasta los gatos aquellos sifrinitos de Julio Borges y su primo Corcho e’ Coco. Y tú que te los vacilabas porque decías que el globo terráqueo es ancho y bello, y que tu hora de ser lo que eres te llegaría con un certificado de notoriedad del Norte. Entonces diste el salto aquel de mano de un amigo de tu tío Silfredo, y descubriste todo tu talento, y arrasaste en Valle Sweet Club, y saltaste a la Riviera, y de ahí en adelante fuiste totalmente lo que querías ser: lanzada, libre, vendida y comprada, solicitada y alocadamente trotona. Y conociste a Trump, que te ninguneaba y hasta te humilló (sarna con gusta no pica), pero eso formaba parte de lo que tu decías es necesario para CATAPULTAR. Pero es que habías conocido a todo el mundo pesetero, politiquero y glamuroso de la época. Te codeaste con Carlos Andrés Pérez, y con Octavio Lepage, y a ambos los dejaste plantados.   Y cuando dijiste que Venezuela te quedaba demasiado chiquita y te fuiste para Panamá que sí te quedaba grande, y allá estaba otra vez Trump, que tú pronunciabas “Trafff”. Y decidiste afiliarte al viejo grupo político de Noriega que tú decías que era de izquierda, y cuando juraste que amarías toda tu vida a la Teoría de la Relatividad porque tus amores eran insípidamente relativos. Y fuiste primero Republicana por lo de la Res Pública que había leído en un almanaque, pero luego comprendiste que para ser verdaderamente demócrata sólo en la tierra había un Partido Demócrata, y corriste a inscribirte en él, en Miami. Y tu vida tan repartida entre tantos ditirambos. Y diste más tumbos que una bola en un volteo. Y luego cuando quisiste ser cantante y la garganta se te volvió una gallera, y cuando todo el mundo comenzó a olvidarte, saltó Hillary y dijo lo que tú nunca hubieras querido que nadie supiera, porque aspirabas a ser para los hombres una Dulcinea del Toboso. Alicia de mi alma, querida, tú, tan hipotéticamente deductiva, te seré fiel como el primer día que nos conocimos en el Madre María. Besitos. muuuuuaaaa.

Autor: 

Ana Carolina Angulo

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