Por: Juan Romero
La desaparición física de Fidel Castro ha generado todo un debate en
el mundo. Por un lado, están los que se han contentado con el hecho,
demostrando una miseria humana alarmante, bajo el alegato de las
críticas que los modelos occidentales le han hecho al sistema político
cubano y la hegemonía absoluta construida en términos políticos. Por el
otro, los que reconocemos la trascendencia de Cuba, en términos
simbólicos, como modelo de resistencia antihegemónica al capitalismo y
sus formas diversas de dominación.Creo que, sin duda, Fidel Castro tuvo –como el Che Guevara– un valor simbólico como representación de la resistencia, como ejemplo de subversión, tal como fue definida por ese sociólogo colombiano extraordinario Orlando Fals Borda, es decir, como una situación que refleja las incongruencias internas de un orden social descubiertas por miembros de este en un periodo histórico determinado. La Cuba de Fidel en el momento del triunfó de la Revolución en 1959 emerge como consecuencia de las incongruencias de las pretensiones de dominación de los EE.UU., en el contexto post finalización de la II Gran Guerra Mundial (1939-1945). Se constituyó en un referente simbólico, en una razón para la movilización política y tuvo su proyección sobre el proceso venezolano.
Las discusiones que en el seno del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) se dieron y generaron el planteamiento de personajes como Pompeyo Márquez, Guillermo García Ponce, Douglas Bravo, Teodoro Petkoff, Domingo Alberto Rangel, entre otros, refleja esa influencia ejemplificante. El idealismo del sacrificio, las imágenes que emulaban el espíritu heroico de los guerrilleros de la Sierra Maestra, fueron huellas que marcaron, no solo la realidad venezolana, sino que se extendieron hasta sitios tan distantes como Nicaragua, con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), El Salvador y el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), o en Colombia, con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP).
Cuba y Fidel Castro fueron un soporte en Nuestra América de los movimientos subversivos, que denunciaban, se organizaban y luchaban contra las formas institucionales de violencia simbólica establecidas a través de los diversos modelos de democracias conciliatorias o representativas. Su influencia fue decisiva, también en términos de ejemplo, en África, sobre todo en las luchas descolonizadoras de mediados de los 60, en El Congo o mucho más tarde en Angola y Namibia.
En la década de los años 80 e inicios de los 90, cuando la estructura del llamado Socialismo Real se vino abajo, y se gritaba a los cuatro vientos el triunfo de las tesis neohegelianas del fin de la historia a través de tanques pensantes neoconservadores como Francis Fukuyama, Cuba se irguió inspiradora en su estoica resistencia cultural y política, para no doblegarse y mostrarle al mundo, pero sobre todo a esa izquierda genuflexa que coqueteaba con la socialdemocracia, que aún había oportunidad para “otro mundo posible”.
Cuba y Fidel Castro fueron, a finales de la década del pasado siglo XX, el mejor ejemplo de una realidad que con dificultades y errores estaba ahí para mostrar que es posible transitar hacia al socialismo. Quizá por ello Hugo Chávez, al salir de la cárcel en 1994, visitará la isla para entrevistarse por primera vez con Fidel Castro. Interesante encuentro para la historia reciente de Venezuela, pues de ahí deviene la tesis de la “influencia cubana” en el proceso bolivariano. Quienes así lo afirman ignoran los elementos presentes en el Libro Azul (1991), es decir, mucho antes de ese “encuentro” influenciante donde se reflejan las tesis de la democracia popular y del poder constituyente.
No hay duda, eso sí, del enorme apoyo, en términos de experiencia política, que Cuba le ha prestado a Venezuela. La huella de Fidel Castro en las políticas de misiones sociales que adelantó Hugo Chávez a partir de 2003, es innegable. El soporte de los médicos cubanos, en torno a la Misión Barrio Adentro, la ayuda para la Misión Cultura o las campañas de alfabetización, son muestras reconocibles, pero me gustaría señalar acá una influencia poco señalada y es la sucedida en los aciagos días del 11 y 12 de abril de 2002.
Como bien lo documenta el periodista Ernesto Villegas, en su libro Abril Golpe Adentro, Fidel Castro mantuvo constantes conversaciones con Chávez, en momentos cuando se sucedían los asesinatos de venezolanos, que apoyaban o no al proyecto bolivariano, por parte de francotiradores. En algunos momentos asesores de Chávez le aconsejaron resistir hasta lo último de sus fuerzas atrincherados en Miraflores, que estaba amenazada de ser bombardeada y sitiada, tal como sucedió con Salvador Allende y el Palacio de la Moneda en Chile en 1973. Fidel Castro fue contundente y tajante: “¡Chávez no te inmoles, trata de ganar tiempo!”. Y esa sugerencia del comandante guerrillero, pleno de experiencia, permitió que Chávez planteara algunas condiciones para acceder a la solicitada renuncia hecha por los conspiradores de abril de 2002.
Las sugerencias de Fidel a Chávez hicieron que este planteara su renuncia sobre cuatro condiciones: 1) que se asegurara la vida de sus colaboradores inmediatos, 2) que se protegiera a sus familiares, 3) que la renuncia se hiciera por los canales institucionales del sistema político y 4) que se le permitiera la salida del país. Esas condiciones generaron tal debate en lo interno de los conspiradores, perdiendo un tiempo esencial que permitió la reorganización de la fuerza política de civiles y militares, que en el transcurso de la noche del 12 de abril y el amanecer del 13 fue retomado el poder.
Fue Fidel Castro quien después de esa intentona le hizo ver a Chávez la pérdida de confianza y popularidad generada entre 2002 y 2003 y la necesidad de retomar el liderazgo de la política en Venezuela, a través de las misiones. Quizá es de acá dónde surge esa tesis de la “Cubanización de Venezuela”, que tantas veces ha sido usada en términos comunicacionales para acusar y atacar el proceso venezolano.
Fidel Castro fue todo un símbolo y eso se demuestra en la transición política que ha experimentado Cuba. Su sucesión como líder máximo, el pase a un segundo plano durante un período de tiempo importante (los últimos 3 años), no ha significado la desaparición o el colapso de Cuba, al estilo de Rumania o la República Democrática Alemana, por el contrario Cuba está dando un ejemplo para la discusión al aprobar aperturas relativas del mercado, permitiendo a través de una Ley de Inversiones Extranjeras la entrada de capital, sin renunciar o claudicar en sus ideales de construcción del socialismo.
A Fidel Castro le podrán reprochar –como a Chávez– muchas acciones, pero para quienes militamos en una izquierda insurgente será siempre un ejemplo de resistencias y de análisis subversivos. Cuanta falta nos harán sus columnas esclarecedoras sobre el acontecer mundial y regional, pero sin duda Cuba seguirá siendo un símbolo de la resistencia, enmarcada por ese barbudo que emergió con optimismo a través de una invasión de pocos hombres en el año 1956 y que muchos vieron entrar triunfante en el año 1959.
Otros, que por cuestiones de edad no tuvimos el privilegio de verlo, seguimos admirando con entusiasmo los relatos de los mayores que sí tuvieron esa oportunidad. La historia marcó su ritmo y la historia lo acompañó hasta el final. Un 25 de noviembre de 1956 inició su aventura histórica y exactamente 60 años después dejaría este mundo material.
Hasta la victoria siempre, comandante guerrillero, ahora es cuando se abre un debate histórico sobre todas tus actuaciones.
Juane1208@gmail.com
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