Carola Chávez
Hace una semana, el presidente Maduro, refiriéndose al pensum universitario, dijo: “Es muy importante articular la capacidad científica que hay en las universidades con la economía del país, que comunidad científica se ponga al servicio de la productividad del país. Vencer de una vez por todas el modelo rentista”. Y -¡oh, sorpresa!-, estas palabras indignaron a buena parte la comunidad universitaria, que volvió a clamar la gloriosa consigna de “¡No acateremos!”
La respuesta de la Asociación de Profesores de la Universidad Central de Venezuela llegó en voz de su presidente, que también es presidente -óyelo bien, Nicolás- pero además se graduó en la universidad. Victor Márquez, con la autoridad que le otorga su toga y birrete, declaró, decente y pensantemente, que “Maduro puede decretar lo que quiera, pero ninguno de nosotros le vamos a hacer caso… Es un problema de ignorancia” –remató.
Y es que si el autobusero fuera doctor, sabría que la universidad no está hecha para servir al país; que las universidades públicas -y privadas también, pero esas no las pagamos nosotros- no son sino fábricas de individualismo aspirante cuyo producto final es una élite media que, creyendo servirse a sí misma, solo sirve al poder del capital.
A la hora de definir el futuro, los aspirantes saben que las carreras no se escogen por vocación ni por aptitudes, sino por “cuánto dan”. También tienen clarito que no se va a la universidad para ser útiles al país, sino sí mismos y, claro, a las empresas a las que se venderán cambio del espejismo la “calidad de vida”, que hace de zanahoria que mueve a la mula.
En la universidad terminan de aprender que viven en un país defectuoso, que son demasiado camisón pa’ Petra, que este país les debe algo, a pesar de que les regaló estudios que ellos jamás se hubieran podido pagar en esos países chísimos que los aspirantes tienen como norte y soñada futura residencia. Ellos no nos deben nada porque fueron ellos los que “se quemaron las pestañas”.
Graduarse e irse es sinónimo de éxito, y es el colmo que vengamos a pedirle a los que se quedan que pongan sus conocimientos al servicio del país, como si ya no fuera bastante con que no se hubieran ido.
Lógicamente, la respuesta de la APUCV no podía ser otra. Todos sus miembros se graduaron en la universidad.
Hace una semana, el presidente Maduro, refiriéndose al pensum universitario, dijo: “Es muy importante articular la capacidad científica que hay en las universidades con la economía del país, que comunidad científica se ponga al servicio de la productividad del país. Vencer de una vez por todas el modelo rentista”. Y -¡oh, sorpresa!-, estas palabras indignaron a buena parte la comunidad universitaria, que volvió a clamar la gloriosa consigna de “¡No acateremos!”
La respuesta de la Asociación de Profesores de la Universidad Central de Venezuela llegó en voz de su presidente, que también es presidente -óyelo bien, Nicolás- pero además se graduó en la universidad. Victor Márquez, con la autoridad que le otorga su toga y birrete, declaró, decente y pensantemente, que “Maduro puede decretar lo que quiera, pero ninguno de nosotros le vamos a hacer caso… Es un problema de ignorancia” –remató.
Y es que si el autobusero fuera doctor, sabría que la universidad no está hecha para servir al país; que las universidades públicas -y privadas también, pero esas no las pagamos nosotros- no son sino fábricas de individualismo aspirante cuyo producto final es una élite media que, creyendo servirse a sí misma, solo sirve al poder del capital.
A la hora de definir el futuro, los aspirantes saben que las carreras no se escogen por vocación ni por aptitudes, sino por “cuánto dan”. También tienen clarito que no se va a la universidad para ser útiles al país, sino sí mismos y, claro, a las empresas a las que se venderán cambio del espejismo la “calidad de vida”, que hace de zanahoria que mueve a la mula.
En la universidad terminan de aprender que viven en un país defectuoso, que son demasiado camisón pa’ Petra, que este país les debe algo, a pesar de que les regaló estudios que ellos jamás se hubieran podido pagar en esos países chísimos que los aspirantes tienen como norte y soñada futura residencia. Ellos no nos deben nada porque fueron ellos los que “se quemaron las pestañas”.
Graduarse e irse es sinónimo de éxito, y es el colmo que vengamos a pedirle a los que se quedan que pongan sus conocimientos al servicio del país, como si ya no fuera bastante con que no se hubieran ido.
Lógicamente, la respuesta de la APUCV no podía ser otra. Todos sus miembros se graduaron en la universidad.
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