Miguel Mora Alviárez
Confieso que he robado. ¡Vaya pecado más grande!
Hace cierto tiempo me conseguí algo que no era mío y lo guardé. De cuando en cuando, sigilosamente abría el cofre y husmeaba entre tantas cosas, ese tesoro. Pero, hoy me delato y como Robin Hood procedo a devolver a quien necesite parte de lo que le pertenece a ese hijo prístino de Aracataca, Gabriel García Márquez.
El Gabo fue sin duda un desbordado en ideas y recuerdos que han de servirnos de lecciones para estos momentos en que apremia comprender que la historia de los pueblos rebeldes trae consigo un conjunto de malestares provocados por las relaciones de dependencia de toda índole con otras economías y culturas, que viendo en peligro su estadio de dominación, agrede sin mayores cuidados, pero sí, con claras pretensiones. De manera que no tenía otra opción que robarme el título de un artículo publicado en 1978, en el cual García Márquez narra lo que sucedió en Cuba a partir del embargo dirigido por Estados Unidos: ¿Cómo se asfixia a un pueblo sin tirar un cañonazo?
Para García Márquez, los cubanos al inicio de la revolución desconocían el significado real para sus vidas de aquellos datos estadísticos relacionados con los bienes materiales que disponía la Isla, como lo dijo, aquellos números mortales. Casi el 100% de los artefactos y comodidades diversas que estaban en manos de los cubanos eran producidos en Estados Unidos o por empresas radicadas en Cuba, pero de capital extranjero. Una parte minúscula se producía en contubernio con la oligarquía criolla. El azúcar y el tabaco eran cubanos de nacimiento, y por sudor del pueblo; pero, logrados con el control del capital yanqui. No había un sector del consumo que no fuera dependiente de los Estados Unidos, escribió claramente García Márquez. Bajo esas condiciones, la posibilidad de éxito de una revolución parecía muy baja, y no habría más nada que hacer que cerrar los flujos financieros y de capital para que el experimento castrista fracasara. Eso se hizo.
50 años más tarde cuando los EEUU se percatan que han perdido su tiempo con esa errada política contra el pueblo cubano, a Venezuela se le quiere aplicar la misma receta, porque otros métodos, incluidos el secuestro del Comandante Chávez, el paro petrolero, guarimbas, denuncias ante órganos internacionales para generar desprestigio político, invasión paramilitar, y muchas otras acciones belicosas son parte de una larga la lista de agresiones que no dieron en el clavo. Ahora el tema es un guerra económica, que algunos no la dimensionan, pero que existe.
Al igual que en la Cuba de inicios de la década de los años sesenta del pasado siglo, en nuestro país queremos mantener unas estadísticas de consumo insostenibles bajo estas relaciones de dependencia directa o triangulada incluso con países que se declaran amigos incondicionales del proceso revolucionario venezolano. Y a esa tentación consumista no escapa nadie, incluidos los residentes y visitantes del palacio presidencial. El ejemplo más simple fue cuando allí se sustituyó el pan de trigo por arepa de maíz o con raíces y tubérculos nativos. Finalmente, después de muchas protestas y conspiraciones de palacio, se impuso el patrón alimentario importado en base al trigo. Hemos estado 15 años hablando de ética, conciencia y de calidad revolucionaria. Todavía tenemos dudas si somos capaces de vencer en la guerra económica porque nos harta una cola para adquirir bienes esenciales, pero disfrutamos de largas colas para adquirir zapatos importados, parte de esos 75 millones de pares que ayudan al desangre de la economía nacional. Si algo ayudó a los cubanos a soportar la fatiga del bloqueo fue su temprana determinación a defender la revolución. Ahora, en este momento, después de 15 años, en Venezuela nos percatamos que ha habido una mejora sustancial del ingreso de la población, que hay mayor equidad en el ingreso, que los que estaban ocultos e invisibilizados existen y pueden tener acceso a bienes de consumo para la mejora de la calidad de vida; y que, si para algo sirven esas mejoras es para gastar, como se pensaba en Cuba antes que la escases que le cambió la vida a la gente y comprendió que para ser libre hay que cambiar algo más que el poder adquisitivo.
García Márquez comenzó a recabar toda la información que sustenta el artículo en 1964, en la segunda oportunidad que estuvo en Cuba, lo cubre de su narrativa inconfundible, pero posterga su publicación hasta 1978, posiblemente temía que el embargo agotara la paciencia de los cubanos y decidieran por lo peor, volver a esas relaciones de dependencia. Todos sus sentimientos de solidaridad con Cuba hubieran quedado para la historia como una adhesión fallida a la causa revolucionaria. Aunque en mis adentros pienso que de haberlo escrito, muchas lecciones hubieran servido para que el pueblo de Allende no hubiera sido presa fácil de las mismas conspiraciones que ahora son parte de la guerra contra nuestra Patria. Si algo infiero de este artículo de García Márquez es que el aparato productivo para un estado revolucionario no puede depender de las afueras de sus fronteras. Todo tipo de dependencia es indeseable, aunque la interdependencia estratégica es una forma de cooperación entre los pueblos, cuyo modelo pudiera funcionar para América Latina y el Caribe.
La historia, sus lugares comunes y la naturaleza cíclica de algunos procesos y eventos son apasionantes. El Gabo, en su viaje celestial, se perdió este inédito recule de los EEUU en el tema del bloqueo a Cuba, miles de veces denunciado, decenas de veces discutido en la ONU con decisión aplastante mayoritaria de solicitar su cese. Pero, se va a perder los mejor, el desenlace de esa estrategia y también se perderá la forma como salimos los venezolanos de algo similar. ¿Tenemos dudas?
Profesor Titular Jubilado de la UNESR, Asesor Agrícola, ex-asesor de la UBV. Durante más de 15 años estuvo encargado de la Cátedra de Geopolítica Alimentaria, en la UNESR.
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