Eleazar Díaz Rangel.
Como si EEUU fueran los policías del mundo, desde hace años se atribuyen funciones que nadie les ha dado y que les permiten entrometerse en los asuntos internos de cualquier país
Como si EEUU fueran los policías del mundo, desde hace años se atribuyen funciones que nadie les ha dado y que les permiten entrometerse en los asuntos internos de cualquier país
Mera coincidencia o como se le llame, no pudo ser mas oportuna la
celebración del Encuentro de la Red de Intelectuales, Artistas y
Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad, que reunió a más de 300
representantes de numerosos países, y de Venezuela, naturalmente, con
el coletazo de la decisión del Congreso de EEUU de aprobar una ley que
autoriza al Ejecutivo a aplicar sanciones a funcionarios venezolanos
señalados de violar los derechos humanos. Como si ellos fueran los
policías del mundo, desde hace años se atribuyen funciones que nadie les
ha dado y que les permiten entrometerse en los asuntos internos de
cualquier país con el pretexto de la defensa de tales derechos, contra
el tráfico de drogas, de “blancas”, o de armas. Por supuesto, tales
países son aquellos que no obedecen sus políticas, que son realmente
independientes y tienen política exterior sin ataduras a los designios
del imperio.
En estos mismos días ocurría otro hecho de alta significación, como fue la presentación del informe de 4 mil 700 páginas por una comisión del mismo Congreso, después de cinco años de investigación, sobre las atrocidades cometidas por la CIA mientras torturaba a presos acusados de reales o supuestas acciones terroristas, con el conocimiento, imposible de desmentir, del presidente Bush, quien estaba enterado de todo, dice el informe, menos sobre los países donde tenían locales para torturar, a fin de evitar implicaciones diplomáticas. ¿Ese es el país con autoridad para defender los DDHH en el mundo y acusar a otros de violentarlos? No ha sido casual el rol de las agencias internacionales de noticias, incluidos los servicios de CNN, de una extraña mesura y discreción frente a estas graves denuncias; mejor tratamiento recibió el director de la CIA cuando trató de excusarse. ¿Y qué decir del silencio de países como Francia, y en general de la Unión Europea? Ninguno se ha atrevido ni a deplorar tales salvajadas. Las primeras reacciones críticas han surgido de China, Corea del Norte, Irán y Afganistán, que han sido blanco de ese tipo de acusaciones desde Washington.
Bueno que los visitantes conocieran tan de cerca este episodio de una nueva manifestación de la política injerencista de Estados Unidos, así como sus efectos, la reacción de gobiernos amigos, la firme respuesta del Gobierno venezolano y la que seguramente le dará el pueblo cuando mañana salga a protestar mientras celebra los 15 años de la Constitución.
A esta nueva intromisión se suman las que se han venido denunciando de intentos de sobornar militares, de involucrarse y estimular acciones conspirativas de la extrema derecha (ver páginas 20 y 21), hasta con la presencia de funcionarios de la embajada. De más largo aliento, lo que se ha llamado “guerra económica”, quienes conocen el proceso que terminó con el derrocamiento y muerte del presidente Allende, en 1973, que incluyó acciones dirigidas desde la Casa Blanca: “Hay que hacer chillar la economía” (Nixon dixit)… ni un tornillo ni una tuerca saldrá hacia ese país si Allende toma el poder”, no deben tener ninguna duda de la aplicación de políticas, con apoyo interno, para desajustar la economía venezolana.
Y por encima de toda esa línea de acción está lo que viene en llamarse “guerra de cuarta generación” (G4G), que habría surgido en 1989 en el Cuerpo de Infantería de Marina (EEUU) y a la que se refirió el presidente Hugo Chávez cuando la Universidad de La Plata, de Argentina, le otorgó el premio de comunicación “Rodolfo Walsh”, por la intensa campaña comunicacional descalificándolo para recibir ese galardón. El caso es que desde antes se había iniciado una campaña mundial, y hace poco, cuando creyeron que el gobierno de Maduro estaba a punto de ser derribado, acordaron publicar una página diaria en 86 periódicos de América Latina contra Venezuela. Fracasaron. Han utilizado miles de mensajes mediáticos para imponer una imagen negativa, difundiendo mentiras, sin lugar a la réplica, como ha sido recogido y analizado en varios libros.
Como “policía del mundo” atacan en esos frentes: político, económico y comunicacional, y en casos extremos (Irak, Libia) han terminado con bombardeos e invasiones.
En estos mismos días ocurría otro hecho de alta significación, como fue la presentación del informe de 4 mil 700 páginas por una comisión del mismo Congreso, después de cinco años de investigación, sobre las atrocidades cometidas por la CIA mientras torturaba a presos acusados de reales o supuestas acciones terroristas, con el conocimiento, imposible de desmentir, del presidente Bush, quien estaba enterado de todo, dice el informe, menos sobre los países donde tenían locales para torturar, a fin de evitar implicaciones diplomáticas. ¿Ese es el país con autoridad para defender los DDHH en el mundo y acusar a otros de violentarlos? No ha sido casual el rol de las agencias internacionales de noticias, incluidos los servicios de CNN, de una extraña mesura y discreción frente a estas graves denuncias; mejor tratamiento recibió el director de la CIA cuando trató de excusarse. ¿Y qué decir del silencio de países como Francia, y en general de la Unión Europea? Ninguno se ha atrevido ni a deplorar tales salvajadas. Las primeras reacciones críticas han surgido de China, Corea del Norte, Irán y Afganistán, que han sido blanco de ese tipo de acusaciones desde Washington.
Bueno que los visitantes conocieran tan de cerca este episodio de una nueva manifestación de la política injerencista de Estados Unidos, así como sus efectos, la reacción de gobiernos amigos, la firme respuesta del Gobierno venezolano y la que seguramente le dará el pueblo cuando mañana salga a protestar mientras celebra los 15 años de la Constitución.
A esta nueva intromisión se suman las que se han venido denunciando de intentos de sobornar militares, de involucrarse y estimular acciones conspirativas de la extrema derecha (ver páginas 20 y 21), hasta con la presencia de funcionarios de la embajada. De más largo aliento, lo que se ha llamado “guerra económica”, quienes conocen el proceso que terminó con el derrocamiento y muerte del presidente Allende, en 1973, que incluyó acciones dirigidas desde la Casa Blanca: “Hay que hacer chillar la economía” (Nixon dixit)… ni un tornillo ni una tuerca saldrá hacia ese país si Allende toma el poder”, no deben tener ninguna duda de la aplicación de políticas, con apoyo interno, para desajustar la economía venezolana.
Y por encima de toda esa línea de acción está lo que viene en llamarse “guerra de cuarta generación” (G4G), que habría surgido en 1989 en el Cuerpo de Infantería de Marina (EEUU) y a la que se refirió el presidente Hugo Chávez cuando la Universidad de La Plata, de Argentina, le otorgó el premio de comunicación “Rodolfo Walsh”, por la intensa campaña comunicacional descalificándolo para recibir ese galardón. El caso es que desde antes se había iniciado una campaña mundial, y hace poco, cuando creyeron que el gobierno de Maduro estaba a punto de ser derribado, acordaron publicar una página diaria en 86 periódicos de América Latina contra Venezuela. Fracasaron. Han utilizado miles de mensajes mediáticos para imponer una imagen negativa, difundiendo mentiras, sin lugar a la réplica, como ha sido recogido y analizado en varios libros.
Como “policía del mundo” atacan en esos frentes: político, económico y comunicacional, y en casos extremos (Irak, Libia) han terminado con bombardeos e invasiones.
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