Carola Chávez
“Carola, mi amor, no salgas que dieron un golpe” -Era la voz preocupada de la mamá de Gabi, mi amiga del alma, avisándome, para que no me fuera a levantar, como cada mañana, y salir medio dormida, despertando poco a poco a sorbitos de café mientras mi carro, no sé cómo, me llevaba al colegio donde yo era la teacher. No entendí nada, hasta creo que sentí el alivio de poder dormir un par de horas más.
Desperté de golpe, en mi casa, junto a mi perro Beto, sin mucha comida, varios paquetes de galletas y poca cosa más; con la voz de mi papá al otro lado de la línea, como tratando de cuidarme, de enseñarme, pobrecito, buscando una tranquilidad que él mismo no sentía. “Es que no podía pasar otra cosa, no dejaron más camino.” -Escuché decir a mi papá antes de que se cortara, por enésima vez y definitivamente, la comunicación que era mi único hilo con la coherencia y la posibilidad de entender.
Y luego el “Por ahora” de aquel soldado flaco de ojos chiquitos que me decían algo que no alcanzaba a descifrar entonces, allá, sentada en mi sofá, medio aturdida, sin mi papá… “Los objetivos no fueron alcanzados” ¿Así que hay objetivos? ¿Entonces es verdad que hay remedio para la irremediable mediocridad adeco-copeyana a la que nos creí condenados? Tronaba un cacerolazo en toda Caracas, quizá en todo el país, y yo caceroleaba, Beto ladraba… tal vez sí había esperanza.
Mi vago entendimiento se convirtió en certeza después, de vuelta al trabajo en el cole, cuando el Ministerio de Educación mandó a su supervisora a obligarnos, amablemente, a explicar a los niños la versión oficial del golpe, so pena de quién sabe qué cosa, pero seguro que algo horrendo según el gesto de la supervisora.
Además de borrar el nombre de Chávez de la historia reciente, y de botar aquella magnífica foto enorme, a todo color, boina roja, que nos regaló la primera plana del Diario de Caracas; teníamos que decirle a los niños que no sentimos esperanza sino terror a la dictadura, y si por mala suerte al explicarles la dictadura sentías que les estabas narrando la situación del país, y notabas, dolorosamente, que la democracia no existía, pues te lo tragabas y seguías mintiéndole tus niños... Por el bien de la nación, -dijo la supervisora, pero yo sentí que más que de la nación hablaba de mi pescuezo.
El 4 de febrero era inevitable y más: era necesario -esta vez sí por el bien de la Nación, Sra. supervisora adeca-. Eso lo sé ahora, me consta. Entonces solo presentí que ya nada sería igual desde aquel día en que me tocó matar angustias a punta de galletas y preguntas, mientras miraba desde mi balcón cómo otros hacían la historia.
Es que, muchas veces, desde el este de Caracas, las cosas profundas solo se ven por encimita.
tongorocho@gmail.com
“Carola, mi amor, no salgas que dieron un golpe” -Era la voz preocupada de la mamá de Gabi, mi amiga del alma, avisándome, para que no me fuera a levantar, como cada mañana, y salir medio dormida, despertando poco a poco a sorbitos de café mientras mi carro, no sé cómo, me llevaba al colegio donde yo era la teacher. No entendí nada, hasta creo que sentí el alivio de poder dormir un par de horas más.
Desperté de golpe, en mi casa, junto a mi perro Beto, sin mucha comida, varios paquetes de galletas y poca cosa más; con la voz de mi papá al otro lado de la línea, como tratando de cuidarme, de enseñarme, pobrecito, buscando una tranquilidad que él mismo no sentía. “Es que no podía pasar otra cosa, no dejaron más camino.” -Escuché decir a mi papá antes de que se cortara, por enésima vez y definitivamente, la comunicación que era mi único hilo con la coherencia y la posibilidad de entender.
Y luego el “Por ahora” de aquel soldado flaco de ojos chiquitos que me decían algo que no alcanzaba a descifrar entonces, allá, sentada en mi sofá, medio aturdida, sin mi papá… “Los objetivos no fueron alcanzados” ¿Así que hay objetivos? ¿Entonces es verdad que hay remedio para la irremediable mediocridad adeco-copeyana a la que nos creí condenados? Tronaba un cacerolazo en toda Caracas, quizá en todo el país, y yo caceroleaba, Beto ladraba… tal vez sí había esperanza.
Mi vago entendimiento se convirtió en certeza después, de vuelta al trabajo en el cole, cuando el Ministerio de Educación mandó a su supervisora a obligarnos, amablemente, a explicar a los niños la versión oficial del golpe, so pena de quién sabe qué cosa, pero seguro que algo horrendo según el gesto de la supervisora.
Además de borrar el nombre de Chávez de la historia reciente, y de botar aquella magnífica foto enorme, a todo color, boina roja, que nos regaló la primera plana del Diario de Caracas; teníamos que decirle a los niños que no sentimos esperanza sino terror a la dictadura, y si por mala suerte al explicarles la dictadura sentías que les estabas narrando la situación del país, y notabas, dolorosamente, que la democracia no existía, pues te lo tragabas y seguías mintiéndole tus niños... Por el bien de la nación, -dijo la supervisora, pero yo sentí que más que de la nación hablaba de mi pescuezo.
El 4 de febrero era inevitable y más: era necesario -esta vez sí por el bien de la Nación, Sra. supervisora adeca-. Eso lo sé ahora, me consta. Entonces solo presentí que ya nada sería igual desde aquel día en que me tocó matar angustias a punta de galletas y preguntas, mientras miraba desde mi balcón cómo otros hacían la historia.
Es que, muchas veces, desde el este de Caracas, las cosas profundas solo se ven por encimita.
tongorocho@gmail.com
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