jueves, 16 de febrero de 2012

El camino a Damasco… y al Apocalipsis.



Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

PARÍS – ¿Qué pasaría si los encuestadores preguntaran a los ciudadanos de EE.UU. y de la Unión Europea? “¿Qué es más importante, asegurar que islamistas descontentos tengan libertad para derrocar al régimen secular en Siria, o evitar la Tercera Guerra Mundial?”Yo apostaría a que la mayoría estaría a favor de evitar la Tercera Guerra Mundial.
Pero, claro, la pregunta nunca sería formulada de esa manera.
Sería una pregunta “realista”, y nosotros los occidentales, desde la altura de nuestra superioridad moral no tenemos tiempo para el vulgar “realismo” en la política exterior (con la excepción del excéntrico Ron Paul, protestando en la tierra de nadie de las primarias republicanas).
Porque, en las mentes de nuestra clase política gobernante, EE.UU. tiene el poder de “crear realidad”, no necesita prestar atención a los residuos de cualquier realidad que no haya inventado por sí solo.
Nuestra realidad artificial entra en colisión con la realidad percibida por la mayor parte o por lo menos por gran parte del resto del mundo. Los seguidores de estas visiones conflictivas de la realidad están armados hasta los dientes, incluso con armas nucleares capaces de abandonar el planeta a los insectos.
Teóricamente, hay un camino para encarar esta peligrosa situación que tiene el potencial de conducir a una Guerra Mundial. Es llamado diplomacia. Gente capaz de entender ideas poco familiares y de comprender puntos de vista que no son los propios, examina los problemas que subyacen al conflicto y utiliza su inteligencia para elaborar soluciones que podrán no ser ideales pero que por lo menos pueden impedir que las cosas empeoren.
Incluso existía una estructura organizativa creada para hacerlo: las Naciones Unidas.
Pero EE.UU. decidió que como única superpotencia no necesita realmente recurrir a la diplomacia para conseguir lo que quiere, y las Naciones Unidas han sido convertidas en un instrumento de la política de EE.UU. La evidencia más clara de esto fue que el Consejo de Seguridad de la ONU no haya podido bloquear el abuso por las potencias de la OTAN de la ambigua y controvertida doctrina de la Responsabilidad de Proteger (“R2P”) para derrocar por la fuerza el gobierno libio.
A principios de este año, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon se regocijó de que: “El mundo ha abrazado la Responsabilidad de Proteger – no porque sea fácil, sino porque es correcta. Por ello tenemos una responsabilidad moral de seguir adelante.” La moralidad vence por sobre el principio básico de soberanía nacional de la ONU. Ban Ki-moon sugiere que seguir adelante con R2P es nada menos que “la próxima prueba de nuestra humanidad común”, y anuncia: “La prueba está aquí – en Siria”.
Por lo tanto, el secretario general de la ONU considera que la “responsabilidad moral” de R2P es su principal línea directiva para la crisis en Siria.
Por si hubiera alguna duda, el ejemplo libio demostró lo que quiere decir.
Un país cuyos gobernantes no pertenecen al club occidental compuesto de países de la OTAN, Israel, los emires de los Estados del Golfo y la familia gobernante de Arabia Saudí, es destruido por manifestaciones de la oposición y la rebelión armada, y la mezcla de ambas dificulta la decisión de decidir cuál es cuál. Los medios dominantes occidentales se apresuran a contar la historia según un patrón estándar:
El gobernante del país es un “dictador”. Por lo tanto, los rebeldes quieren librarse de él simplemente a fin de gozar de una democracia al estilo occidental. Por lo tanto, el pueblo tiene que estar de parte de los rebeldes. Por lo tanto, cuando las fuerzas armadas proceden a reprimir la rebelión armada, lo que sucede es que “el dictador está matando a su propio pueblo”. Por lo tanto, es la Responsabilidad de Proteger de la comunidad internacional (es decir la OTAN) ayudar a los rebeldes a fin de destruir las fuerzas armadas del país y librarse de (o matar a) el dictador.
El fin feliz llega cuando Hillary Clinton puede gritar jovialmente: “¡Llegamos, vimos, él murió!”
Acto seguido, el país cae en el caos, bandas armadas merodean, prisioneros son torturados, las mujeres son puestas en su sitio, los salarios no se pagan, la educación y los servicios sociales son desatendidos, pero el petróleo es exportado y Occidente alentado por su éxito para seguir adelante y liberar a otro país.
Ese fue por lo menos el modelo libio.
Excepto que en el caso de Siria, las cosas son más complicadas.
A diferencia de Libia, Siria tiene un ejército bastante fuerte. A diferencia de Libia, Siria tiene algunos amigos importantes en el mundo. A diferencia de Libia, Siria está próxima a Israel. Y sobre todo, la diversidad de comunidades religiosas dentro de Siria es mucho mayor y más potencialmente explosiva que las divisiones tribales de Libia. La noción de que “el pueblo” de Siria esté unánimemente unido en el deseo de un cambio instantáneo de régimen es aún más descabellada.
La democracia electoral es un juego basado en un contrato social, un consenso general de aceptar la regla de que el que obtiene la mayoría de los votos llega a gobernar el país. Pero hay sociedades donde ese consenso simplemente no existe, donde la desconfianza es demasiado grande entre diferentes sectores de la población. Podría ser el caso en Siria, donde ciertas minorías, incluidos notablemente los cristianos y los alauíes, tienen motivos para temer una mayoría suní que podría ser dirigida por islamistas que no ocultan su hostilidad hacia otras religiones. A pesar de todo, ha llegado la hora de superar esa desconfianza y construir una democracia electoral con salvaguardas para las minorías. Sin embargo, un camino seguro para posponer un paso semejante hacia la democracia es una guerra civil, que seguramente reanimará y exacerbará el odio y la desconfianza entre comunidades.
El mes pasado, Aisling Byrne llamó la atención en este sitio a los resultados de un sondeo de opinión pública financiado nada menos que por la Fundación Qatar, que no puede ser sospechosa de trabajar para el régimen de Asad en vista de la posición dirigente de la familia real de Qatar a favor del derrocamiento del régimen. El resultado crucial fue que “mientras la mayoría de los árabes fuera de Siria piensa que el presidente debe renunciar, las actitudes dentro del país son diferentes. Cerca de un 55% de los sirios quiere que Asad se quede, motivados por el temor a una guerra civil – un espectro que no es tan teórico como lo es para los que viven fuera de las fronteras de Siria. Lo que es menos bueno para el régimen de Asad es que el sondeo también estableció que la mitad de los sitios que aceptan que permanezca en el poder cree que debe introducir elecciones libres en el futuro cercano.”
Esto indica una situación muy compleja. Los sirios quieren elecciones libres, pero prefieren que Asad permanezca en el poder para organizarlas. Si es así, los esfuerzos diplomáticos rusos para tratar de instar al régimen de Asad a que acelere sus reformas parecen estar a grandes rasgos en armonía con la opinión pública siria.
Mientras los rusos instan al presidente Asad a que acelere las reformas, Occidente le ordena que detenga la violencia (es decir, que sus fuerzas armadas se rindan) y a que renuncie. Es probable que ninguno de estos llamados sea escuchado. Es casi seguro que los rusos quisieran detener la escalada de violencia, por sus propias razones, pero eso no significa que tengan el poder para lograrlo. Sus intentos de mediar en un compromiso, denunciados y saboteados por el apoyo occidental a la oposición, simplemente los posicionan para ser culpados por el derramamiento de sangre que quisieran evitar. En una situación de creciente guerra civil, es muy probable que el régimen, cualquier régimen, comprenda que tiene que restaurar el orden antes de hacer alguna otra cosa. Y la restauración del orden, bajo estas circunstancias, significa más violencia, no menos.
La orden de “dejar de matar a su propio pueblo” implica una situación en la cual el dictador, como un ogro en un cuento de hadas, está ocupado de devorar inocentes pasivos. Debería dejar de hacerlo, y toda la gente seguiría pacíficamente con su vida normal mientras espera elecciones libres que traerán bendiciones de armonía y derechos humanos. En realidad, si las fuerzas armadas se retiran de áreas donde hay rebeldes armados, significará que están entregando esas áreas a los rebeldes.
¿Y quiénes son esos rebeldes? Simplemente no lo sabemos. Alguien que puede saberlo mejor que nosotros es el sucesor de Osama bin Laden como jefe de al Qaida, Ayman al-Zawahiri, quien aparece en un vídeo instando a los musulmanes en Turquía y en Estados árabes vecinos a que respalden a los rebeldes sirios.
Mientras grupos armados descontrolados luchan por lograr el control, la insistente demanda occidental de que “Asad debe renunciar” ni siquiera es un llamado a un “cambio de régimen”. Es un llamado a la autodestrucción del régimen.
Como en Libia, el país sería entregado de facto a grupos armados rivales, y los que son armados clandestinamente por la OTAN a través de Turquía y Qatar cuentan con una ventaja en su equipamiento. Sin embargo, el resultado probable sería una guerra civil entre múltiples facciones mucho peor que el caos en Libia, debido a las múltiples diferencias religiosas del país. Pero para Occidente, por caótica que sea, la autodestrucción del régimen tendría la ventaja inmediata de privar a Irán de su aliado potencial ante un ataque israelí. Con Iraq y Siria neutralizados por conflictos religiosos internos, la estrangulación de Irán sería tanto más fácil – o por lo menos es lo que obviamente suponen los estrategas occidentales.
Por lo menos inicialmente, el impulso hacia la destrucción del régimen de Asad se basa en la subversión más que en un ataque militar directo como en Libia. Se espera que una combinación de drásticas sanciones económicas y de apoyo a rebeldes armados, incluidos combatientes extranjeros, sobre todo de Libia (quienesquiera sean) que según las informaciones ya cuentan con la ayuda de fuerzas especiales del Reino Unido y de Qatar, debilite tanto el país que el régimen de Asad colapsará. Pero una tercera arma en este asalto es la propaganda, realizada por los medios dominantes, que ya están acostumbrados a presentar eventos siguiendo un mismo patrón: un malévolo dictador que mata a su propio pueblo. Parte de la propaganda debe ser verdad, parte falsa, pero toda es selectiva. Las víctimas son todas víctimas del régimen, nunca de los rebeldes. Los numerosos sirios que temen a los rebeldes más que al actual gobierno son, claro está, ignorados por los medios dominantes, aunque sus protestas se encuentran en Internet. Una rareza particular de la crisis siria es la manera como Occidente, tan orgulloso de su patrimonio “judeo-cristiano”, favorece activamente la eliminación total de las antiguas comunidades cristianas en Medio Oriente. Los gritos de protesta de que los cristianos sirios dependen para su protección del gobierno secular de Asad, en el cual participan cristianos, y que es posible que ellos y otras minorías como los alauíes puedan verse obligados a huir si Occidente se sale con la suya, caen en oídos sordos.
La historia de los dictadores que matan a su propio pueblo tiene sobre todo el objetivo de justificar duras medidas occidentales contra Siria. Como en Bosnia, los medios están provocando indignación pública para obligar al gobierno a hacer lo que de hecho ya está haciendo: armar rebeldes musulmanes, todo en nombre de la “protección de civiles”.
En diciembre pasado, el consejero de Seguridad Nacional de EE.UU., Tom Donilon, dijo que “el fin del régimen de Asad constituiría el mayor revés de Irán en la región – un golpe estratégico que inclinará aún más la balanza del poder en la región contra Irán”. La “protección de civiles” no es la única preocupación en las mentes de los funcionarios estadounidenses. Piensan en cosas como el equilibrio del poder, entre sus plegarias matinales y sus discursos sobre los derechos humanos. Sin embargo, la preocupación por el equilibrio del poder es un lujo que no se permite a potencias menos virtuosas como Rusia y China. Seguramente el cambio en el equilibrio del poder en la región no se puede limitar a un solo país, Irán. Se propone el aumento del poder de Israel, evidentemente, y también del de EE.UU. y la OTAN. Y disminuye la influencia de Rusia. Lanzar a Siria a un caos desesperado forma parte de la guerra contra Irán, pero también es implícitamente un impulso para reducir la influencia de Rusia y, posiblemente, China. En breve, la actual campaña contra Siria, tiene que ver claramente con la preparación de una eventual guerra contra Irán, pero también, de un modo menos obvio, con una forma de agresión a largo plazo contra Rusia y China.
El reciente veto ruso y chino en el Consejo de Seguridad fue un intento cortés de frenar ese proceso. La causa del veto fue la determinación de Occidente de imponer una resolución que hubiera exigido la retirada de las fuerzas del gobierno sirio de las áreas en disputa sin considerar la presencia de grupos rebeldes armados listos para hacer cargo. Donde la resolución occidental llamaba a que el régimen de Asad “retire todas las fuerzas militares y armadas sirias de ciudades y pueblos, y las hiciera volver a sus barracones originales”, los rusos querían agregar: “junto al fin de los ataques de grupos armados contra instituciones del Estado y vecindarios y ciudades”. El propósito era impedir que grupos armados aprovecharan el vacío para ocupar áreas evacuadas (como había sucedido en circunstancias similares en Yugoslavia durante los años noventa). La negativa occidental de refrenar a los rebeldes armados llevó al veto ruso y chino del 4 de febrero.
El veto desencadenó un torrente de insultos de los autodenominados “humanitarios” occidentales. En un intento obvio de promover la división entre las dos potencias recalcitrantes, portavoces estadounidenses subrayaron que el principal malvado era Rusia, culpable por su amistad con el régimen de Asad.
Rusia es actualmente objetivo de una extraordinaria campaña de propaganda centrada en la satanización de Vladimir Putin mientras enfrenta una activa campaña para la elección como Presidente. Un destacado columnista del New York Times atribuyó el apoyo ruso a Siria a una supuesta similitud entre Putin y Asad. Como vimos en Yugoslavia, un líder elegido en elecciones libres multipartidistas es un “dictador” cuando sus políticas desagradan a Occidente. El patético alcohólico Yeltsin era un favorito de Occidente a pesar de sus disparos contra su parlamento. La razón era obvia: era débil y fácilmente manipulable. El motivo por el cual Occidente odia a Putin es igual y simétricamente obvio: parece determinado a defender los intereses de su país contra la presión occidental.
La Unión Europea se ha convertido en el perrito faldero de EE.UU. Esta semana la Unión Europea sigue empobreciendo al pueblo griego a fin de extraer dinero, entre otras cosas, prestado por bancos alemanes y franceses para pagar por costoso armamento moderno vendido a Grecia por Alemania y Francia. La democracia es Europa es debilitada por su servilismo ante una política monetaria dogmática. El desempleo y la pobreza amenazan con desestabilizar a cada vez más Estados miembro. ¿Pero cuál es el tópico del principal debate político del Parlamento Europeo en esta semana? “La situación en Rusia”. Se puede contar con que habrá oradores en Estrasburgo que sermoneen a los rusos sobre la “democracia”.
Expertos y caricaturistas estadounidenses han interiorizado totalmente sus dobles raseros, de modo que las entregas, comparativamente modestas, de armas rusas a Siria pueden ser denunciadas como un cínico apoyo a la dictadura, mientras gigantescas ventas de armas estadounidenses a Arabia Saudí y a los Estados del Golfo nunca son vistas como relevantes a la naturaleza autocrática de esos regímenes (a lo sumo pueden ser criticadas sobre la base totalmente ficticia de que constituyen una amenaza para Israel). Para ser “democrática”, se supone que Rusia coopere con su propio servilismo hacia Washington, mientras EE.UU. continúa la construcción de un escudo de misiles que teóricamente le otorgaría la capacidad para un primer ataque nuclear contra Rusia, arma a Georgia para una nueva guerra contra Rusia por Osetia del Sur, y sigue cercando a Rusia con bases militares y alianzas hostiles.
Los políticos y los medios occidentales todavía no libran la Tercera Guerra Mundial, pero se orientan en su dirección. Y sus acciones dicen aún más que sus palabras… sobre todo a los que son capaces de comprender hacia dónde se orientan esas acciones. Como ser los rusos. La falsa ilusión colectiva de grandeza de Occidente, su ilusión de poder para “crear realidad”, tiene un impulso que lleva al mundo hacia una gran catástrofe. ¿Y quién puede impedirlo?
¿Tal vez un meteoro del espacio exterior?
DIANA JOHNSTONE es autora de Fools Crusade: Yugoslavia, NATO and Western Delusions. Para contactos: diana.josto@yahoo.fr
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/02/13/road-to-damascus-and-on-to-armageddon/

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