Reinaldo Iturriza López
Una tarde de septiembre, en Berlín, poco después de pasar frente a la Universidad Humboldt y la Isla de los Museos, ya en la Avenida Kart Liebknecht y muy cerca de Alexander Platz, a bordo de un 200 (si la memoria no me falla), soy testigo involuntario del diálogo que se desarrolla en el asiento trasero, y que sostienen una mujer de mediana edad, con acento mexicano, y algún hombre que no logro descifrar si es alemán, y en todo caso poco importa.
Dice la mujer, en ese tono entre cuasi-elegíaco y cursi de quien está a punto de soltar una zoquetada, que a ella le encanta esa parte de Berlín porque es "normal", mira-no-sé-cómo-te-explico, "auténtica", mientras que la "comunista" es "fea"; y nadie me quita que debe haber acompañado su confesión de desprecio con un ademán que indicara lejanía.
Brevísima anécdota que, por supuesto, no sería digna de ser contada si no fuera por la proverbial desorientación de la mujer: esa Berlín a la que se refería como "normal" y "auténtica" era la Berlín "comunista" y "fea".
No se trata, por favor (la experiencia enseña que es mejor hacer la aclaratoria ahora, para luego no perder valioso tiempo en discusiones estériles y maniqueas), de dilucidar qué lado era más "bello" durante los tiempos del Muro.
Más que del espacio geográfico, por el que transitamos y en el que habitamos, de sus signos y coordenadas, de la ciudad, sus hitos, monumentos y cicatrices, se trata de las geografías interiores, de las que nos habitan: de esas que nos hacen vivir o padecer, experimentar la ciudad de una forma u otra.
Según la geografía interior que habita a la mujer de la anécdota, hay una Berlín "bella", que encarna el progreso y la civilización, y otra que, para decirlo con Arturo Jauretche (o con el sifrinaje que retratara tan fielmente), es una ciudad de mierda, allá lejos, donde la vista no alcanza.
La tragedia permanente de las elites latinoamericanas (y de muchos que aspiran a tal condición) es que "este país de mierda" es lo que toca padecer todos los días. De allí, entre muchos otros, los fenómenos del respectivo peregrinar a Miami o el celoso encierro en las urbanizaciones. De allí también su desencanto, su pesimismo, su característica mala vibra. Ahora imagínese al país gobernado por un tipo como Chávez, y a muchos chavistas, por todos lados, socavando los pilares del progreso: no es para menos tanta iracundia.
Cosa curiosa, en cierto chavismo es posible identificar signos de colonización de su geografía interior, y lo vemos repitiendo el mismo discurso autodenigratorio. ¿Desea saber si usted forma parte de él? Responda a las preguntas: ¿cuál es la Caracas "normal" y "auténtica", y cuál es la Caracas "fea"?
Una tarde de septiembre, en Berlín, poco después de pasar frente a la Universidad Humboldt y la Isla de los Museos, ya en la Avenida Kart Liebknecht y muy cerca de Alexander Platz, a bordo de un 200 (si la memoria no me falla), soy testigo involuntario del diálogo que se desarrolla en el asiento trasero, y que sostienen una mujer de mediana edad, con acento mexicano, y algún hombre que no logro descifrar si es alemán, y en todo caso poco importa.
Dice la mujer, en ese tono entre cuasi-elegíaco y cursi de quien está a punto de soltar una zoquetada, que a ella le encanta esa parte de Berlín porque es "normal", mira-no-sé-cómo-te-explico, "auténtica", mientras que la "comunista" es "fea"; y nadie me quita que debe haber acompañado su confesión de desprecio con un ademán que indicara lejanía.
Brevísima anécdota que, por supuesto, no sería digna de ser contada si no fuera por la proverbial desorientación de la mujer: esa Berlín a la que se refería como "normal" y "auténtica" era la Berlín "comunista" y "fea".
No se trata, por favor (la experiencia enseña que es mejor hacer la aclaratoria ahora, para luego no perder valioso tiempo en discusiones estériles y maniqueas), de dilucidar qué lado era más "bello" durante los tiempos del Muro.
Más que del espacio geográfico, por el que transitamos y en el que habitamos, de sus signos y coordenadas, de la ciudad, sus hitos, monumentos y cicatrices, se trata de las geografías interiores, de las que nos habitan: de esas que nos hacen vivir o padecer, experimentar la ciudad de una forma u otra.
Según la geografía interior que habita a la mujer de la anécdota, hay una Berlín "bella", que encarna el progreso y la civilización, y otra que, para decirlo con Arturo Jauretche (o con el sifrinaje que retratara tan fielmente), es una ciudad de mierda, allá lejos, donde la vista no alcanza.
La tragedia permanente de las elites latinoamericanas (y de muchos que aspiran a tal condición) es que "este país de mierda" es lo que toca padecer todos los días. De allí, entre muchos otros, los fenómenos del respectivo peregrinar a Miami o el celoso encierro en las urbanizaciones. De allí también su desencanto, su pesimismo, su característica mala vibra. Ahora imagínese al país gobernado por un tipo como Chávez, y a muchos chavistas, por todos lados, socavando los pilares del progreso: no es para menos tanta iracundia.
Cosa curiosa, en cierto chavismo es posible identificar signos de colonización de su geografía interior, y lo vemos repitiendo el mismo discurso autodenigratorio. ¿Desea saber si usted forma parte de él? Responda a las preguntas: ¿cuál es la Caracas "normal" y "auténtica", y cuál es la Caracas "fea"?
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