sábado, 9 de abril de 2011

El Boulevard de la muerte.

Gladys Guillén* 



Los taladros suenan hasta que los oídos se llenan de sangre y solo se escucha el corazón acelerado al mismo ritmo que la aguja destroza el asfalto y nace en el alma una sensación de odio hacia las máquinas. El polvo llena los pulmones, la tos te seca la garganta, los alvéolos pulmonares respiran destrucción, se derriten las fosas nasales y el desierto del Sahara se apodera de todo el aparato respiratorio. Pero, hay más, la piel asume la forma de la iguana pues los poros se cierran como las puertas de las catedrales a toda hora. No hay cremas ni peluquerías que valgan ante la perdida de la lozanía de la juventud por el estrés que se vive durante días que se transforman en semanas, se petrifican en meses y se conoce el sentido de la eternidad en los años.
Las máquinas del progreso te quitan la vida y te hacen arrepentir de la existencia con ese taladrar infinito con ese polvo de cuerpos muertos con los gritos salidos del infierno desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche.
No hay paz,  todo esa dantesca locura que sólo sirve para colocar los mismos vikingos bloquecitos que parten tacones, destrozan bastones, hacen caer a los ciegos, les encantan sentir las nalgas y las bocas de las ancianas en sus esquinas cuando aterrizan torpemente en ellos pues sus canales se quedan abiertos -con un propósito malvado que dio comienzo en la mente del estúpido que los diseñó en su mente enferma para desquitarse de sus problemas en contra de una sociedad que claramente demuestra que odiaba- hasta que quedan como muertos penantes esperando víctimas en la calle.
Desgraciado el que le dio el contrato.
Las calles son ahora asesinas de peatones, no puedes caerte, porque quedarías ensartado –como pollo listo para parrilla-, en redondeados puñales de hierro de un metro de alto, colocados por un asesino en serie que leerá morbosamente feliz en los periódicos las muertes provocadas por cada tubo de esos con punta de espadas ninjas que ahora quedaron esperando una víctima.
Son peores los detalles de concreto que separan la calle de las aceras. Su filosa forma geométrica describe un camino seguro para la destrucción de la columna de quienes tengan la mala suerte de caer de espalda sobre ellos.
Diseñado ahora para acabar con la vida de cualquier ciudadano, el boulevard de Sabana Grande debe ser declarado zona roja rojita de peligro que necesita que sea el mismo querido Presidente de la república quién lo examine -con ojos revolucionarios- y ordene que sigan los taladros, pero esta vez para eliminar los filosos postecitos de un metro de alto y todas las formas geométricas asesina que han sido colocadas en las calles del boulevard. Mientras eso ocurre los vecinos seguiremos asistiendo semanalmente a los CDI en busca de oxigeno para nuestros pulmones llenos de polvo, dencorub para la nariz ensangrentada y alfrazolan para nuestros oídos con depresión taladrante. 

Escritora.


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