Lillian Lechuga
En estos días en que algunos medios y organizaciones norteamericanas celebran a bombo y platillo el centenario de Ronald Reagan -aquel mal actor devenido peor presidente- resulta imposible, para quienes seguimos aquellos acontecimientos, olvidar la política interna y la que proyectó hacia el exterior su catastrófica administración.
Pero no se trata aquí de hacer un recuento de los hechos, sino de consignar una de sus “creaciones” -La Fundación Nacional para la Democracia, la NED (por sus siglas en inglés)- , instrumento y máscara de las acciones más cínicas de la política exterior de aquella y de las administraciones posteriores, incluyendo la de Obama, que la ha echado al rio revuelto de los acontecimientos en Egipto.
A lo largo de la historia, demócratas y republicanos han invadido militarmente decenas de países sin rendir cuentas a nadie, ni siquiera a Naciones Unidas. Pero hay ocasiones en que estiman que no es el momento de una ocupación militar directa y se limitan a mantener sus flotas desplegadas como recurso de intimidación.
Recuerdo cuando el primer ministro israelí Menahem Begin garantizó a Reagan, con el mayor desenfado que Estados Unidos mantendría la superioridad militar del Estado sionista sobre los vecinos países árabes.
Hay momentos, sin embargo, en que la estrategia se limita a gestionarse un cambio de figurón obediente para asegurar la continuidad de una política. Es el caso de la actual satrapía egipcia, a quien Washington prefiere sacar del camino para apaciguar las protestas populares, cuyo objetivo hasta ahora parece solo enfocado a destituir al dictador sin exigir el alejamiento de las fuerzas que manejan al títere. Hasta ahora la embajada yanqui no es objeto de repudio los manifestantes.
Hoy se sabe que la Casa Blanca y el Departamento de Estado trabajan tras bastidores con fundaciones como la NED, financiando la captación de líderes de los mayores partidos de oposición y de las organizaciones sociales civiles tanto en Tunez como en Argelia y Egipto. Según New York Times, la NED “se creó (…) para llevar a cabo públicamente lo que ha hecho subrepticiamente la Central Intelligence Agency (CIA). Gasta treinta millones de dólares al año para apoyar a partidos políticos, sindicatos, movimientos disidentes y medios informativos en docenas de países”.
La hipocresía de Washington y su provervial cinismo llegan al punto de haber declarado aliado incondocional a Mubarak, al mismo tiempo que financian y apoya a sus detractores a través de la NED, Freedom House y otras organizaciones creadas con el mismo fin.
Se recuerda que en el 2009 la titular del Departamento de Estado sostuvo conversaciones con una delegación de opositores egipcios de alto nivel, justamente a una semana de la visita de Barack Obama a El Cairo. Encuentros parecidos había sostenido Condoleeza Rice un año antes.
Es decir, que las protestas del pueblo egipcio, volcado a las calles, no deben haber sorprendido -aunque así lo declaren- a los mismos que, más que apoyar, sostuvieron con financiamientos multimillonarios, la permanencia de Mubarak durante tres décadas al frente de gobierno cairota. Si ahora reniegan de esa alianza es porque ya no les sirve a sus garantes foráneos y buscan reemplazarlo por opositores igualmente dóciles.
El vicepresidente del gobierno egipcio, Omar Suleiman, aparece en cables de Wikileaks entregados a The Daily Telegraph, donde se consigna que las embajadas de Tel Aviv y El Cairo revelan su cooperación entre los gobiernos de Estados Unidos e Israel.
No fue por inspiración suprema que hace unos días la secretaria de Estado Hillary Clinton mostrara su preferencia por Suleiman para encargarse de la “tránsición hacia la democracia”. O que antes advirtiera a los dirigentes egipcios que debían propiciar más libertades al pueblo so pena de que los extremistas tomaran ventaja de la situación.
Cualquiera de los destinos que finalmente tomen las actuales revueltas populares en Egipto, está claro que Estados Unidos está empleando a fondo todos los recursos de que dispone para que solo cambie el rostro y no la política subordinada a sus intereses. Habría que ver a qué otros sería capaz de apelar si la jugada de la NED no consigue apaciguar los ánimos y los sublevados de Tahrir se plantearan reivindicaciones más profundas.
En estos días en que algunos medios y organizaciones norteamericanas celebran a bombo y platillo el centenario de Ronald Reagan -aquel mal actor devenido peor presidente- resulta imposible, para quienes seguimos aquellos acontecimientos, olvidar la política interna y la que proyectó hacia el exterior su catastrófica administración.
Pero no se trata aquí de hacer un recuento de los hechos, sino de consignar una de sus “creaciones” -La Fundación Nacional para la Democracia, la NED (por sus siglas en inglés)- , instrumento y máscara de las acciones más cínicas de la política exterior de aquella y de las administraciones posteriores, incluyendo la de Obama, que la ha echado al rio revuelto de los acontecimientos en Egipto.
A lo largo de la historia, demócratas y republicanos han invadido militarmente decenas de países sin rendir cuentas a nadie, ni siquiera a Naciones Unidas. Pero hay ocasiones en que estiman que no es el momento de una ocupación militar directa y se limitan a mantener sus flotas desplegadas como recurso de intimidación.
Recuerdo cuando el primer ministro israelí Menahem Begin garantizó a Reagan, con el mayor desenfado que Estados Unidos mantendría la superioridad militar del Estado sionista sobre los vecinos países árabes.
Hay momentos, sin embargo, en que la estrategia se limita a gestionarse un cambio de figurón obediente para asegurar la continuidad de una política. Es el caso de la actual satrapía egipcia, a quien Washington prefiere sacar del camino para apaciguar las protestas populares, cuyo objetivo hasta ahora parece solo enfocado a destituir al dictador sin exigir el alejamiento de las fuerzas que manejan al títere. Hasta ahora la embajada yanqui no es objeto de repudio los manifestantes.
Hoy se sabe que la Casa Blanca y el Departamento de Estado trabajan tras bastidores con fundaciones como la NED, financiando la captación de líderes de los mayores partidos de oposición y de las organizaciones sociales civiles tanto en Tunez como en Argelia y Egipto. Según New York Times, la NED “se creó (…) para llevar a cabo públicamente lo que ha hecho subrepticiamente la Central Intelligence Agency (CIA). Gasta treinta millones de dólares al año para apoyar a partidos políticos, sindicatos, movimientos disidentes y medios informativos en docenas de países”.
La hipocresía de Washington y su provervial cinismo llegan al punto de haber declarado aliado incondocional a Mubarak, al mismo tiempo que financian y apoya a sus detractores a través de la NED, Freedom House y otras organizaciones creadas con el mismo fin.
Se recuerda que en el 2009 la titular del Departamento de Estado sostuvo conversaciones con una delegación de opositores egipcios de alto nivel, justamente a una semana de la visita de Barack Obama a El Cairo. Encuentros parecidos había sostenido Condoleeza Rice un año antes.
Es decir, que las protestas del pueblo egipcio, volcado a las calles, no deben haber sorprendido -aunque así lo declaren- a los mismos que, más que apoyar, sostuvieron con financiamientos multimillonarios, la permanencia de Mubarak durante tres décadas al frente de gobierno cairota. Si ahora reniegan de esa alianza es porque ya no les sirve a sus garantes foráneos y buscan reemplazarlo por opositores igualmente dóciles.
El vicepresidente del gobierno egipcio, Omar Suleiman, aparece en cables de Wikileaks entregados a The Daily Telegraph, donde se consigna que las embajadas de Tel Aviv y El Cairo revelan su cooperación entre los gobiernos de Estados Unidos e Israel.
No fue por inspiración suprema que hace unos días la secretaria de Estado Hillary Clinton mostrara su preferencia por Suleiman para encargarse de la “tránsición hacia la democracia”. O que antes advirtiera a los dirigentes egipcios que debían propiciar más libertades al pueblo so pena de que los extremistas tomaran ventaja de la situación.
Cualquiera de los destinos que finalmente tomen las actuales revueltas populares en Egipto, está claro que Estados Unidos está empleando a fondo todos los recursos de que dispone para que solo cambie el rostro y no la política subordinada a sus intereses. Habría que ver a qué otros sería capaz de apelar si la jugada de la NED no consigue apaciguar los ánimos y los sublevados de Tahrir se plantearan reivindicaciones más profundas.
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