LUIS BILBAO
En Venezuela el socialismo sepultado en los 1990 tuvo un inesperado, glorioso Renacimiento. Fue el 2 de febrero de 1999, cuando Hugo Chávez juró como Presidente. “Ante esta Constitución moribunda”, dijo. Con una nueva carta magna comenzaría una revolución ininterrumpida. Y se desatarían las fuerzas subterráneas de América Latina.
Este mes, 12 años después, América XXI registra -en el obligado tono sumarísimo de todo periodismo, incluso el revolucionario- el esfuerzo admirable que realiza la Revolución Bolivariana en un momento crucial de su desarrollo, cuando el imperialismo y las burguesías locales del hemisferio, alarmados todos por la onda expansiva de socialismo del siglo XXI, hacen un esfuerzo supremo por detener la marcha “a paso de vencedores” (como gritó Sucre en Ayacucho), de Venezuela y los países del Alba, con creciente penetración en los pueblos de hemisferio.
América XXI reseña el formidable fiasco de Washington y la MUD. El conjunto opositor reunido a la fuerza por el Departamento de Estado en una denominada Mesa de Unidad Democrática, cosechó un rotundo fracaso en su intento por afirmar una cabecera de playa, en Venezuela y ante la opinión pública mundial, a partir de la minoritaria y fragmentada bancada en la Asamblea Nacional. En dos palabras: el propósito consistía en aplicarle a Venezuela la “Carta Democrática” de la OEA. No cabe repetir aquí la crónica que el lector puede encontrar en la edición impresa o en el sitio web. Pero sí vale subrayar que esa crónica terminaba advirtiendo que, ante la probada incapacidad para mellar la Revolución desde las ideas y el accionar político, la reacción apelaba una vez más a la violencia, al terrorismo, señalando dos hechos graves de ese tenor.
Mientras aquel artículo estaba en imprenta, en la madrugada del 30 de enero hubo un incendio en un importante arsenal de la Fuerza Armada Bolivariana en Maracay. Hasta el momento el gobierno no informó las causas del siniestro; se limitó a no descartar ninguna hipótesis.
La conjetura, inaceptable en cualquier análisis político, es en este caso insoslayable. Hay sobrados argumentos para reducir a un mínimo la posibilidad de un accidente. Y sería peligrosamente ingenuo dejar de actuar, hasta que la investigación de los hechos diga la última palabra, en función de la certeza de que el imperialismo vuelve a la carga contra la Revolución mediante la utilización del sabotaje terrorista.
Lo hemos dicho innúmeras veces: en Venezuela hay una cantidad estimada en 14 mil paramilitares de origen colombiano. Mientras se los mantiene como células dormidas, son parte de la delincuencia y el narcotráfico (dos palancas contrarrevolucionarias de enorme efectividad). Pero cuando ocurre una derrota política de la magnitud de la asestada a la OEA y la MUD días atrás, pasan a actuar en el último terreno que le resta a la burguesía y el imperialismo: el de la violencia.
Es que si 12 años sitúan a un individuo en la preadolescencia, la edad –incluso en los seres humanos- es relativa. Sartre decía, con razón, que la juventud es una noción burguesa. No existía tal categoría antes y no existió ni existe hoy bajo el capitalismo para los pobres y marginalizados.
Como los menores aplastados bajo la bota del capital, la Revolución Socialista Bolivariana tuvo que crecer contra toda adversidad. Mucho más –éste es todavía un debate pendiente- que en el caso de la Revolución Rusa. Porque entonces el socialismo era una esperanza, una formidable fuerza expectante encarnada en millones de seres humanos. En 1999 era una mala palabra para casi todos. Y desde ese abismo de inédito retraso ideológico y político a escala mundial, fue que debió escalar la Revolución Bolivariana.
Eso sigue gravitando todavía. Sólo un pensamiento idealista podría suponer lo contrario. Sin embargo, por mucho que esto contraríe la opinión de cuadros valiosos de la revolución en Venezuela y América Latina, en el duodécimo aniversario de la Revolución Bolivariana no se destacan sus muchos defectos y falencias, sino sus extraordinarias conquistas, en todos los terrenos.
También en la edición de este mes de América XXI se resume la Memoria y Cuenta de Chávez ante la Asamblea Nacional el 15 de enero, una prueba lapidaria del cambio cualitativo en favor de las mayorías ocurrido en Venezuela. Queda asimismo registrado el método (el Recurso del método, diría Carpentier) con el que la Revolución enfrentó el cataclismo provocado por las inundaciones. Allí igualmente queda plasmado el inmenso salto dado por Venezuela en materia educativa, base para cualquier revolución verdadera. Y las correcciones en el accionar económico, para ubicarse a la altura de las extraordinarias transformaciones en el sistema de producción y en la relación entre las clases. También se anuncian –sólo el prólogo de un tema fundamental para las próximas ediciones- los pasos dados en los últimos días para sacudir esa otra formidable conquista de la Revolución, el Partido Socialista Unido de Venezuela, acuciado como cualquier organismo vivo por la amenaza que Marx señalaba: “todo lo viejo renace en la nueva forma que crece”.
¿Qué corazón generoso y limpio no late fuerte al saber que la Revolución cumple 12 años? Sólo el de aquellos que no saben de verdad qué se ha hecho en Venezuela, en términos humanos, en este pestañeo de la historia.
Por eso celebrarla y respaldarla supone difundir cada día, todos los días, los logros de la Revolución, las acechanzas que la amenazan.
El esfuerzo heroico que hoy realiza el pueblo venezolano y su vanguardia es una contribución generosa al futuro de América Latina y el mundo. Esta fecha es oportuna para que el mundo y América Latina lo reconozca y se plante a su lado en incondicional defensa de la Revolución Socialista Bolivariana.
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El autor es director de la revista América XXI
Twitter: @AmericaXXI / Facebook: América XXI
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