jueves, 8 de julio de 2010

En Venezuela falló una vez más el magnicidio, arma del Imperio para destruir revoluciones.


Hernán Mena Cifuentes

El genocidio no es el único método usado por el Imperio para destruir revoluciones, pues cuando no puede hacerlo con guerras y conspiraciones, usa del magnicidio con apoyo de lacayos para asesinar a líderes progresistas, y en el marco de esa práctica, en más de una ocasión intentó asesinar a Fidel y a Chávez, y en estos días volvió a hacerlo, enviando a un sicario para dar muerte al mandatario venezolano.

El más emblemático y siniestro de los personajes encargados de esa misión macabra es un cubano-estadounidense-venezolano, autor material e intelectual de cientos de atentados, como lo confirma el periodista Jean-Guy Allard en un trabajo titulado Posada Carriles: Cuatro Décadas de Terror, en el que exhibe el prontuario de ese asesino en serie que en más de 40 años ha dejado una estela de muerte y destrucción en América Latina y el Caribe.

La más brutal de las acciones terroristas de Luis Posada Carriles (LPC) fue el derribo del avión de Cubana de Aviación el 6 de octubre de 1976, que costó la vida a 73 personas, víctimas de una bomba colocada en la aeronave por dos de sus agentes en Barbados, crimen de lesa humanidad por el cual fue detenido pero logró escapar de la cárcel donde había sido encerrado.

Siguiendo órdenes de LPC, el terrorista más sanguinario que haya asolado a la región en medio siglo, sus secuaces hicieron estallar artefactos explosivos en varios hoteles de La Habana, uno de los cuales mató a un joven turista italiano, en el marco de una cadena de atentados en Costa Rica, Argentina, México, Perú Ecuador, y otros países de América Latina y el Caribe.

Y es que, cuando Posada Carriles no interviene directamente, como lo hizo hace 10 años en su fallido intento de asesinar personalmente a Fidel en noviembre de 2000, durante la X Cumbre Iberoamericana, ese maestro del crimen utiliza a sus discípulos, como ocurrió hace seis días al enviar a Francisco Abarda, el más aplicado de sus alumnos con la misión de matar a Chávez.

Guy-Allard identifica en su trabajo antes citado al frustrado magnicida, al tiempo que denuncia la impunidad que disfruta Posada Carriles, gracias al amparo y protección del Imperio, temeroso del chantaje que éste le aplica, pues en caso de aprobarse su extradición y entrega a Venezuela o Cuba para ser juzgado, arrastraría con él a los ex presidentes George Bush padre e hijo, dos de sus principales patrocinantes de su carrera delictiva.

El periodista canadiense radicado en Cuba, destacaba ya en ese reportaje que,“mientras en Panamá se analiza la alternativa de solicitar la extradición de LPS, (arrestado junto sus cómplices, pero indultados por “la Malinche” Virginia Moscoso) en El Salvador, la prensa reclama que se efectúe una investigación del terrorista internacional y de sus apoyos en este país.”

“Las respectivas responsabilidades, -escribe el periodista investigativo-, nunca se determinaron en el caso de Posada, “quien vivió durante muchos años en El Salvador con una identidad falsa, con protección gubernamental y con financiamiento cubano-americano”, señaló el diario El Faro.”

Guy Allard identifica en su reportaje a Francisco Abarca, (a quien LPC habría conocido en El Salvador y adiestrado para convertirlo en su discípulo) como el encargado de planificar y ejecutar los atentados con bombas en Cuba, y años más tarde escogido por su maestro para asesinar a Chávez.

“Chávez Abarca, revela el periodista- situó la primera bomba de la campaña de terror desencadenada por LPC en 1997, en La Habana, contrató a Ernesto Cruz León, el ejecutante del atentado que causó la muerte del joven turista Fabio Di Celma” y seguía libre gozando de impunidad en razón de los estrechos contactos de su jefe con jueces corruptos que lo absolvieron las veces que fue detenido con alguno de sus delitos, como el de ladrón de carros.

Pero, como dijo Horacio hace más de 2.000 años, “la Justicia, aunque anda cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera”, y Francisco Chávez Abarca, el sicario que tenía la misión de matar al presidente Hugo Chávez Frías, fue capturado el pasado jueves en el aeropuerto internacional de Maiquetía, cuando estaba a punto de alcanzar su blanco, el comandante y líder de la Revolución Bolivariana.

El anuncio de su detención lo hizo el propio Chávez la noche del día siguiente, coincidiendo sus declaraciones con lo aseverado por el periodista canadiense en su artículo sobre LPC. “Abarca, -dijo- es un gran terrorista que está vinculado con el cubano Luís Posada Carriles, un anticastrista, ex agente de la CIA, acusado por los gobiernos de Venezuela y Cuba de la explosión de un avión cubano que mató a 73 personas en 1976.”

“¿Qué quería en Venezuela"”, se preguntó el mandatario, y de inmediato se respondió: “Venía a matarme, me lo dice el corazón,”

y no lo dijo por hablar, sino con la razón que le otorga la experiencia que ha vivido como víctima potencial de un magnicidio en los últimos once años, por tratarse de un enemigo de un imperio que no perdona a quien se niega a ser su vasallo y de muchos de sus lacayos que desean verlo muerto y de otros que han ido más allá del deseo para ir a los hechos.

Allí está Carlos Andrés Perez, quien dijo: “A Chávez hay que matarlo como a un perro”; o como Orlando Urdaneta, quien manifestó que “un francotirador israelí armado de fusil con mira telescópica puede matar fácilmente a Chávez”. o el demente tele predicador Pat Robertson, consejero espiritual de Bush Jr., que sugirió asesinarlo. “Creo que deberíamos hacerlo. Es mucho más barato, -dijo- que iniciar una guerra de 200 mil millones de dólares. Tenemos la capacidad de hacerlo, y ha llegado la hora.”

Pero más allá de las intenciones, están los hechos, como fue la invasión de paramilitares colombianos que llegaron a Caracas para asesinar al presidente venezolano en La Casona, pero, descubiertos a tiempo, capturados y finalmente perdonados, fueron devueltos a Colombia, confiando ingenuamente Chávez que el ladino y astuto Uribe Vélez comprendería el significado de ese acto de nobleza e hidalguía.

Otro ejemplo más de esos hechos, tan frecuentes, lo constituye el atentado planificado por los sicarios al servicio de Washington para asesinarlo junto con Evo Morales poco antes de partir, o a su llegada a El Salvador para asistir a la toma de posesión de Funes, sólo que la oportuna información enviada por el comandante Daniel Ortega, frustró el doble magnicidio, consistente en derribar con un misil el avión en el que ambos iban a viajar al país centroamericano.

Y hoy, cuando apenas faltan semanas para la celebración de las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre, y la desesperación cunde en la dirigencia de la oposición golpista, conciente de la derrota que le espera en esos comicios, seguramente aconsejados por Washington, no han tenido más opción que recurrir al magnicidio contratando a un sicario, como única fórmula de evitar un nuevo triunfo de los candidatos de la Revolución Bolivariana.

Se trata, según algunos analistas, de una maniobra desesperada urdida tras el fracaso de la campaña desestabilizadora que desencadenaron en los últimos meses con apoyo de los medios mercenarios, una guerra sucia que utilizó entre otras armas, el rumor y la mentira como el inminente colapso del servicio eléctrico, el desabastecimiento de alimentos y una conjura financiera orientada crear pánico en la población y desconfianza en el gobierno.

Y es que no hay otra forma de explicar la presencia en el país de un asesino en serie que jamás había sido detenido, que dejó una estela de muerte a su paso por Cuba, México, El Salvador y, quien sabe en cuantas otras naciones de la Gran Patria Latinoamericana y caribeña y que, ahora pretendía coronar su trayectoria delictiva cometiendo un horrible magnicidio, matando al presidente Chávez.

Sólo pensar en la cuantiosa recompensa en dólares que cobraría, su audacia y creencia de que podría burlar a las autoridades de inmigración venezolanas le hizo aceptar la arriesgada misión que le encomendó Posada Carriles y portando un pasaporte guatemalteco falso, llegó esa noche a Maiquetía Francisco Antonio Chávez Abarda, ignorando tal vez que Interpol le seguía la pista a solicitud de las autoridades cubanas, con orden de captura, elevada a “Alerta Roja.”

Con su detención ha llegado el fin de su vida delictiva, ya que, tras haber sido sometido a intensos interrogatorios en los que confesó su relación con reconocidos sectores de la oposición golpista, fue extraditado este miércoles a Cuba, donde le espera un juicio como responsable de los atentados cometidos por él y sus secuaces en la isla, delitos por lo que seguramente será condenado a varios años de cárcel.

No podrá escapar como lo hizo su jefe, Posada Carriles, quien salió libre en 1985 por la puerta principal del penal gracias a los dólares pagados a sus carceleros por la CIA y sus secuaces mientras esperaba sentencia por la voladura de la aeronave de Cubana de Aviación, y embarcado en un buque camaronero partió hacia Honduras, donde entrenó a los “Contras nicaragüenses, financiados y por Washington para destruir la revolución sandinista.

Hoy, a 25 años de aquella fuga, el “Protegido de Washington”, estará arrepentido de haber enviado a su discípulo con la misión de asesinar a Chávez, ya que, si llega a comprobarse que vino a cometer el magnicidio, la confesión de Chávez Abarda lo llevaría otra vez a la cárcel, y sería para siempre, ya que, por su avanzada edad, (82 años) a LPC no lo alcanzará la vida para cumplir la pena a la que seguramente sería condenado.

Sólo falta ver si EEUU cumple esta vez con la ley, y dejando a un lado la arrogancia con la que se burla del mundo al negarse a entregar a ese engendro monstruoso que creó para convertirlo en el terrorista más sanguinario de la historia de América Latina y el Caribe, permita su extradición, un acto de justicia que pondría fin a su obscena impunidad y constituiría un desagravio a la memoria de los centenares de víctimas de sus crímenes de lesa humanidad.

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