Hernán Mena Cifuentes
Luego de semanas dedicadas a reorganizar sus maltrechas fuerzas morales, afectadas por el escándalo que puso al descubierto el crimen de lesa humanidad perpetrado por centenares de sacerdotes contra miles de niños y adolescentes en todo el mundo, la jerarquía de la iglesia católica venezolana ha reanudado su demencial conspiración contra la revolución bolivariana.
Creen los prelados que atacando a un proceso pacífico e inédito como el venezolano podrán desviar la atención de la opinión pública nacional e internacional de esos abusos que el periodista, autor de la columna Marciano, escribe que “estaban obligados a denunciar lo que conocían”.
“No sé si durante siglos, pero sí en un largo tiempo histórico, el vicio oculto de la Iglesia, la pederastia, la agresión a los menores, la pedofilia, se convirtió en un gran silencio. Un silencio pesado, podrido, tras el cual se ocultó no sólo la agresión delictual contra miles y miles de criaturas indefensas, sino la complicidad de las autoridades eclesiásticas, la tácita solidaridad con aquellos que constituían la negación de los valores que predicaban”, dice el periodista.
Y como parte de esa ofensiva, los jerarcas de la institución religiosa en el país han descargado, a través de documentos y mensajes, una andanada de calumnias y mentiras dirigidas a desestabilizar el proceso revolucionario y a dañar la imagen de su líder, el presidente Hugo Chávez Frías, desviándose de la misión que encargó Cristo a sus apóstoles y a todo sacerdote al momento de su ordenación de difundir la verdad y propiciar la paz.
Escogieron equivocadamente como tema y día para reemprender su marcha conspirativa los históricos sucesos del 19 de abril de 1810 que hace exactamente dos siglos marcaron el inicio del proceso independentista venezolano, el cual, tras once años de una cruel y sangrienta guerra de liberación, habría de culminar con el triunfo de Bolívar sobre las fuerzas del imperio español en Carabobo.
Cualquier otro día habría sido oportuno, menos ese, porque fueron ellos entonces, como súbditos del reino de España, los principales enemigos de la independencia, como lo son hoy del proceso revolucionario, como aliados del imperio yanqui, en su afán por destruir a la revolución bolivariana.
Y es que asombra el cinismo y el insulto a la inteligencia que supone esgrimir esa fecha como estandarte de una conjura que pretende repetir la historia de traición y maldad sin límites que escribió la Iglesia hace 200 años, cuando se desbordó en mentiras y atentados para hacer fracasar aquel primer sueño libertario que se perseguía con la Primera República, destrozada y sepultada por las fuerzas realistas con apoyo del clero que festejó su muerte.
La historia no miente y allí está Bolívar como víctima y testigo de ese crimen, quien después de escapar de la persecución, de la represión y de la muerte desatada contra los patriotas que sobrevivieron a aquel infierno de traiciones logró llegar a Colombia para describir en El Manifiesto de Cartagena, en diciembre de 1812, la infamia perpetrada por el clero que hizo sucumbir la naciente república, lo cual denunció como una de las principales causas de su pérdida.
“La influencia eclesiástica tuvo, después del terremoto, una parte muy considerable en la sublevación de los lugares y ciudades subalternas, y en la introducción de los enemigos en el país, abusando sacrílegamente de la santidad de su ministerio a favor de los promotores de la guerra civil”, indica el texto.
A continuación, el documento destaca:“Sin embargo, debemos confesar ingenuamente que estos traidores sacerdotes se animaban a cometer los execrable crímenes de que justamente se les acusa, porque la impunidad de los delitos era absoluta”.
Más adelante, El Libertador recomienda aprovechar la dispersión de las fuerzas realistas en Venezuela para invadir al país desde la Nueva Granada, antes de que, para asegurar el dominio que sobre su patria ejercía España en aquel momento, organice un poderoso ejército realista en su patria y, con su clara visión de Estadista y militar, vislumbró que a esa fuerza militar le seguiría otra, entre cuyos efectivos figuraba la Iglesia.
Advirtió que un ejército, “al que seguirá otro todavía más temible de ministros, embajadores, consejeros, magistrados, toda la jerarquía eclesiástica y los grandes de España, cuya profesión es el dolo y la intriga, condecorados con ostentosos títulos, muy adecuados para deslumbrar a la multitud que, derramándose como un torrente, lo inundarán todo arrancando las semillas y hasta las raíces del árbol de la libertad de Colombia”.
Los hechos se sucedieron con la misma precisión que sugirió y previó Bolívar cuando meses más tarde, al frente de sus tropas, irrumpiría en territorio venezolano y en una gesta militar, conocida como la Campaña Admirable, en avance incontenible, derrotó a las fuerzas realistas y entró triunfalmente en Caracas donde el pueblo le dio el título de El Libertador.
De la misma manera, su profecía se hizo realidad cuando tres años más tarde España conformó un poderoso ejército de 15.000 hombres y lo envió a reconquistar a Venezuela, mientras otro ejército, aún más terrible y poderoso, conformado en buena parte por sacerdotes, intentaban socavar la fe del pueblo en la libertad, atemorizándolo con el infierno si apoyaban a la independencia, pero el pueblo no escuchó y Bolívar finalmente los derrotó en Carabobo.
Ese “otro ejército”, en cuyas filas figuraban los jerarcas de la Iglesia, sobrevivió a la derrota de aquel primer imperio y muy pronto encontró un nuevo amo a quien servir, era Estados Unidos (EEUU), el imperio más poderoso de la historia del que Bolívar dijo poco antes de morir que “parece destinado por la Providencia a plagar la América de miseria a nombre de la libertad” y desde entonces los jefes del clero asumieron el deshonroso papel de vasallos, junto con otros “cuya profesión es el dolo y la intriga”.
¿Cómo entonces, conociendo como conocen la historia, hoy los jerarcas de la Iglesia católica, desde la Conferencia Episcopal Venezolana, se atrevieron a escoger precisamente el 19 de abril, un día que el clero traicionó con sus intrigas hace dos centurias, para derramarse con su torrente de mentiras y calumnias contra la Revolución Bolivariana y su líder el Comandante Chávez'.
Ello sólo se explica por su obsesiva vocación de odio a todo lo que signifique libertad e independencia y revolución, ya que a través de los siglos su existencia ha dependido de sus alianzas con los poderosos, con los que dominan y esclavizan a los pueblos, de quienes reciben recompensas y favores, lo cual les permite vivir en medio del lujo y la opulencia, desdeñando las virtudes de la austeridad y la humildad que Cristo inculcó a sus apóstoles.
Y con un cinismo extremo, en la Carta Pastoral difundida el pasado 20 de abril, los miembros de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) se atreven a denunciar al proceso revolucionario y a Chávez, diciendo que “una Venezuela sólo para unos pocos va contra el plan de Dios y contra aquel hermoso proyecto fundacional que los padres de la República dejaron plasmados en el acta de nuestra independencia”, cuando fueron y son ellos los que traicionaron y traicionan sus principios.
En otras declaraciones y documentos hechos a título personal por miembros de la misma CEV y otros jerarcas de la Iglesias con motivo del 19 de abril, estos coinciden en todas y cada una de las partes de la Carta Pastoral, lo cual confirma que su opinión forma parte de un mismo plan conspirativo y de rechazo a la Revolución Bolivariana que han venido ejecutando desde el triunfo electoral de Chávez en 1998.
Esta conjura no se trata de un hecho aislado, circunscrito exclusivamente a Venezuela, sino que se inscribe en el contexto de un proyecto mucho más amplio y tenebroso en el que el Imperio yanqui utiliza a la Iglesia católica como agente de una conspiración orientada a desestabilizar a todos los procesos revolucionarios surgidos en América Latina y el Caribe, a raíz del triunfo electoral del Comandante Chávez.
Basta observar cómo han actuado y actúan los jerarcas de la Iglesia en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay y Uruguay, países donde durante las elecciones trataron de impedir que sus pueblos, católicos en su mayoría, votaran por los candidatos progresistas y, cuando estos triunfaron, continuaron y continúan con sus campañas de calumnias y mentiras apoyando intentos de golpe de Estado y planes secesionistas, todos condenados al fracaso.
Por eso este 19 de abril fracasaron una vez más al pretender desestabilizar a la Revolución Bolivariana y desprestigiar a su líder, Hugo Chávez Frías, ignorando que el pueblo venezolano y el resto de América Latina ya no creen en mitos y falacias como esas y como la del cura aquel que el 26 de marzo de 1812 atemorizó al pueblo de Caracas diciendo que el terremoto que ese día asoló a gran país era castigo de Dios por rebelarse contra el imperio y su rey.
miércoles, 28 de abril de 2010
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