Hernán Mena Cifuentes
Las cerca de mil bases militares yanquis diseminadas por el mundo, además de constituir una amenaza para la paz mundial, son símbolo del poder depredador de un imperio que, una vez que se hacen de ellas como ocurre con la de Okinawa, se niegan a devolverlas, o como la de Diego García, la isla-Paraíso, que antes de ocuparla hizo expulsar a su pueblo, arrojándolo al infierno del destierro. Diego García, era un Edén terrenal hasta el día en que sus habitantes fueron desalojados, no como hizo Dios con Adán y Eva, según narra la Biblia, (Génesis 3) como castigo por probar el fruto prohibido, sino por exigencia del Demonio imperial yanqui que necesitaba ese espacio geoestratégico para colocar allí la base militar desde donde lanzaría sus máquinas de guerra que asesinan pueblos en el marco de su proyecto de conquista planetaria. Lo ocurrido en esa diminuta ínsula, es con toda razón, como la describe el historiador británico Andy Worthington en un artículo titulado La Vergüenza de Diego García, “una de las historias más sórdidas y de más larga trayectoria en la historia colonial anglo-estadounidense” cuando, a partir de 1968 fue alquilada a EEUU por Gran Bretaña, para convertirla en uno más de 850 enclaves bélicos de su tipo que posee a lo largo y ancho del planeta. Ese Atolón de 44 Km2, descubierto en el siglo XVI por el explorador español Diego García Moguer, de quien tomó su nombre y que forma parte del archipiélago de Chagos, actualmente territorio de Ultramar del Reino Unido, era el hábitat de 2.000 humildes y pacíficos naturales que vivían de la pesca y la producción de copra aprovechando la abundancia de miles de cocoteros en la isla. Pero un día aciago llegó el fin de ese cuento de hadas, y comenzó el infierno para los hombres, niños, ancianos y mujeres de Diego García, marcando el destino más cruel para ese pueblo cuyos hijos fueron lanzados al abismo del destierro, unos por la fuerza de una milicia privada, mientras otros bajo engaño, sin poder llevar consigo sus modestas pertenencias y hasta el día de hoy se les niega regresar aunque solo sea para llevar flores a sus muertos. Resulta que Washington le exigió al Reino Unido, -según consta en documentos estadounidenses desclasificados-, “barrer y desinfectar” la isla, lo que se tradujo en la expulsión de sus moradores, cuyas viviendas fueron demolidas. Sus animales, -aves de corral, cerdos y cabras- quemados, y arrancados de raíz millares de cocoteros que representaban su sustento, para levantar una inmensa y poderosa base militar. Al igual que Worthington, la tragedia del pueblo de Diego García ha sido denunciada por la periodista y poetisa argentina Cristina Castello en un trabajo titulado, “El Peor Guantánamo: Isla Diego García, Embrión de Muerte”, que describe, el horror que viven los desterrados de ese Paraíso, en un lenguaje poético que intenta suavizar con su ternura el sufrimiento de sus 2.000 moradores originales, de los cuales hoy solo sobreviven 700. “Los bárbaros, -escribe Castello- no viven en el Océano Índico, donde está Diego García, ese atolón que nació con destino de oasis y se convirtió en el infierno mismo. No. Los bárbaros dan las órdenes a bárbaros de la CIA norteamericana apoyados por Gran Bretaña y por la Unión Europea, que también sabe callar cuando es el Poder la causa del terror.” Es un silencio cómplice de la barbarie, ese de quienes no se atreven a levantar sus voces contra el mudo genocidio que padece un pueblo olvidado, execrado por culpa de un imperio que destruyó su Edén para levantar en su lugar un verdadero infierno que supera con su horrible realidad la ficción más espantosa, como la descrita por Dante Alighieri en La Divina Comedia. Porque si la obra del genial poeta italiano tiene un final feliz con su llegada al paraíso luego de transitar por las llamas del infierno y la esperanza del Purgatorio, para la gente de Diego García no existe la esperanza más remota de retornar a su isla-paraíso, pues el satánico inquilino firmó un leonino contrato con vigencia de 50 años con derecho a renovación y, aún en caso de que no lo haga, para cuando se venza este primer plazo, ese pueblo se habrá extinguido. Y es que ese lento proceso de exterminio está a punto de llegar a su final para los últimos sobrevivientes del genocidio, luego de haber soportado el más doloroso y cruel exilio, como lo denuncia la poetisa cuando dice que “La gran mayoría de los chagosianos, (naturales del archipiélago de Chagos, del que forma parte Diego García) fueron detenidos, expulsados de sus hogares. Literalmente “empacados” y depositados en las bodegas de las embarcaciones, entre gritos y llantos.” “Antes, habían visto exterminar a sus animales domésticos y a su ganado. Así, podían bombardear más fácilmente Vietnam, Laos y Camboya; amenazar a China durante la Revolución Cultural, para seguir con el Golfo Pérsico, Afganikstán, Irak, y…hay mucho más. Estos bárbaros no tienen corazón.” Y vaya que no! Muchos murieron de tristeza, se suicidaron, o se hicieron alcohólicos, mientras soñaban con la tierra prometida. Pero nadie abandonó la idea de volver a su isla de corales y palmeras, a la isla que – hasta que ellos la vieron- no estaba contaminada con armas ni maldad. En el Times de Londres del 9 de noviembre de 2007, una de las lugareñas sintetizó: “Era el Paraíso, éramos como aves libres y ahora estamos igual que en una prisión.” …”Diego García es el mayor centro de torturas, -les llaman eufemísticamente “interrogaciones”- para los presos considerados “más “importantes” para el Imperio. Fue allí que el prisionero Ibn Al-Sheikh Al-Libi tuvo que mentir, pues no resistía el suplicio a que era sometido.” Los tormentos a que son sometidos esos presos, se cometen impunemente en los tenebrosos calabozos-bodegas de decenas de buques estadounidenses anclados en Diego García, cárceles flotantes, que son parte de otras miles más diseminadas por el planeta, mantenidas en secreto durante años, hasta que su existencia, vergüenza de la humanidad, fue descubierta, para estupor e indignación del mundo, y sin embargo, allí sigue torturando. Más adelante la poetisa en su trabajo, afirma que “Los traslados de los prisioneros drogados, encapuchados, y fuertemente torturados, desde allí hasta Guantánamo, ha sido lo habitual. Personas cautivas trasladadas de un horror, a otro. De Diego García a Guantánamo. De Drácula a Frankenstein, estaba dicho.” En estos días, se anunció que uno de ellos, Ibn Al-Sheikh, quien confesó ser organizador de los atentados del 11-S será trasladado a Nueva York para ser juzgado en una Corte civil, donde el fiscal dijo que pedirá para él la pena de muerte, a pesar de que su confesión, como lo denunció el New York Times, “le fue arrancada a base del suplicio a que fue sometido durante 183 sesiones de tortura por verdugos de la CIA”, lo hice, -habría dicho él mismo- “por no poder soportar más tanto tormento.” Sin embargo, la historia sórdida que narra el genocidio de un pueblo inocente, y que ha llevado a la muerte a centenares de hombres, niños, mujeres y ancianos que fueron habitantes de Diego García la isla-paraíso del que fueron expulsados para convertir sus vidas en un infierno, se erige hoy como señal de advertencia para quienes permiten, actuando como lacayos del Imperio, que en su suelo se asienten bases yanquis. Porque, donde se instalan esos enclaves, mensajeros de muerte, no sólo significa que serán usados para desatar guerras, como se hizo desde Diego García, de donde partieron miles de aviones para bombardear países lejanos como Vietnam, Laos, Camboya, Irak y Afganistán. También se pretende, desde las 7 bases militares a ser operadas por EEUU en Colombia, atacar Venezuela, Ecuador, Bolivia y otras naciones, donde hay “gobiernos anti estadounidenses”, como lo revelan documentos emitidos por la USAF, hechos públicos por el presidente venezolano Hugo Chávez Frías. Además, desde esas instalaciones salen soldados y mercenarios asesinos, (los llaman contratistas) a secuestrar y violar niñas y mujeres y, como esos “esos embajadores del delito” gozan de inmunidad diplomática, sus crímenes quedan impunes y se marchan libres a su país, desde Corea del Sur, Japón, Colombia y de todos los países donde hay bases militares yanquis, cuyos gobernantes les otorgan esa “patente de corso” para delinquir. Y no sólo secuestran, violan y asesinan, sino que trafican con droga, como lo hacen en Colombia, el mayor productor y exportador de cocaína del planeta, y también en Afganistán, país que desde que fue invadido y ocupado por las tropas yanquis, se convirtió en el primer productor y exportador mundial de heroína, que sale desde las bases de EEUU hacia Occidente, tal como sucedió en Vietnam, de donde las aeronaves estadounidenses despegaban llenas de drogas. Mientras tanto, los desterrados de Diego García en su camino hacia la muerte, siguen llevando una vida de parias padeciendo hambre, desempleo, durmiendo bajo puentes, mendigando por las calles, algunos trabajando ocasionalmente como obreros portuarios en Mauricio y otras islas vecinas a donde fueron lanzados como objetos desechables, según lo exigió el monstruo de inquilino de lo que fuera el hogar de ellos y sus antepasados. En ese espejo deben mirarse quienes como Álvaro Uribe son vasallos del imperio, un demonio que, como el Diablo, paga mal a quien bien le sirve”, pues como dijo John Foster Dulles: “EEUU no tiene amigos, sino intereses.” Y que cuando Uribe deje de ser útil y su amo, EEUU podría reponer el prontuario de narcotraficante que hace años le abrió la CIA, y correrá la misma suerte de Judas en la obra de Dante, a quien Lucifer muerde con sus enormes colmillos, entonces, su final será el basurero de la historia a donde son echados por el pueblo los traidores como él, que al entregar 7 bases militares al Imperio, entregó junto con ellas la soberanía de Colombia.
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